POR JOSÉ SALVADOR MURGUI. CRONISTA OFICIAL DE CASINOS (VALENCIA)
Invitado por la Comisión Organizadora del 32 Festival de Cine de L’ Alfàs del Pi, donde se homenajeo a Anna Castillo y Pepe Viyuela, he pasado unos días en esa paradisíaca zona de la Costa Blanca, que siempre ha sido un referente turístico internacional.
Conozco Benidorm desde el inicio de la década de 1980 y también el Festival de Cine desde hace muchos años, he coincidido con diferentes actrices y actores que todos han alabado siempre las bondades del clima y del turismo del entorno.
Todos somos conscientes de que estamos viviendo un año diferente, el 2020 ya es historia, además de ser un año que ha hecho historia. Dejando de un lado lo que pueda suponer esa historia, y centrándome en el presente, quiero dejar constancia en esta crónica, del momento que estamos viviendo.
La Autopista del Mediterráneo, cuyo peaje se ha suprimido (es una buena noticia, creo que la mejor de esta crónica), te lleva de forma rápida y veloz, respetando la velocidad marcada por las señales de tráfico, por todos los pueblos de la costa, pero siempre experimento un momento de esplendor, cuando llego al Túnel del Mascarat, y es que tengo la sensación de dejar atrás la penumbra, y descubrir cuando de nuevo sales a la luz la energía de la vida. La belleza del mar, la calma de la playa, la sinfonía de colores azules en todas sus tonalidades, y la belleza armónica de la paz. La salida de ese túnel es gloriosa y gozosa.
Los que hemos conocido y vivido el Benidorm desde la década de los años 80, ese túnel, tenía otras connotaciones, era el anuncio de que llegaba el momento de las vacaciones, de la fiesta, de la diversión, de las discotecas, del Hotel Paca era vivir el momento del año. El momento esperado: ¡Benidorm!
Con una gran ilusión esperaba la salida del túnel, y tal como me iba acercando a la luz, no detecte el resplandor habitual, unas nubes grises empañaban el cielo y se mezclaban con el horizonte, siempre tan azul y tan limpio.
En cinco kilómetros, tienes la salida de Benidorm, este año sin colas y sin pago y tal como vas entrando en la ciudad, descubres que no hay tráfico, la zona azul de la «ora» está vacía, hay a diferencia de otros años en el mes de julio, muchos sitios para aparcar, contemplas que ese Benidorm no es el que conociste a lo largo de casi cuarenta años. Algo está pasando.
Hay colas de turistas para entrar a una acotada playa con tiras de hilo de color verde para que se sitúen los jubilados, y otras de color azul para el resto de los mortales Más allá están las vacías tumbonas y las sombrillas azules, al módico precio de cinco euros cada utensilio, pero ya no puedes entrar y salir de la playa con la libertad de los años anteriores. Hay que coger turno por una aplicación del móvil, o en la Oficina de turismo. Todo ha cambiado. Todo es diferente. Todo es real.
Las entradas a la playa muy bien gestionadas por atentos jóvenes y socorristas que se desviven por gestionar los puestos que se reparten en la arena con eficacia, haciendo valer la advertencia del uso de la mascarilla. Así transcurre el momento del baño.
De camino a L´Alfas del Pi, a Altea, es paso obligado por aquella avenida que tantas noches y amaneceres conocimos y vivimos en nuestra juventud, las discotecas Penélope, K M, STAR GARDEN, que desde 1997 se llamó KU, por donde pasaron artistas de la talla de The Foundation, James Brown, o Mecano, donde la noche se prolongaba hasta el día siguiente, aparecen cerradas, caducadas, muertas en silencio. El abandono es su identidad.
La noche en Benidorm, estos días es callada; los restaurantes están llenos de sillas y mesas vacías. Los altos hoteles, guardianes del viento, admiradores del mar, acogedores de turistas, permanecen cerrados. De noche las tenues luces de sus balcones iluminan la escena, pero el acceso al hotel por la puerta de entrada, permanece cerrada, atada con cintas y precintos, porque el riesgo azota el verano.
¿Estamos ante un nuevo fenómeno turístico marcado por la decadencia del turismo? ¿Estamos viviendo el turismo del «miedo»? ¿Qué nos ha pasado? Ese Benidorm no es el que yo conocí y viví durante tantos años. Ni en los años más duros de la crisis anterior, Benidorm ofrecía ese aspecto. Si queremos potenciar lo nuestro, ¿cómo dejamos caer algo tan grande como es este referente internacional? Benidorm, la ciudad cosmopolita, la ciudad acogedora, la del clima perfecto y del sol acariciante que te abraza desde el primer momento.
Benidorm del 2020, marcado por la ausencia, por el vacío de las altas torres de apartamentos, la oscuridad de las casas cerradas y apagados, las precauciones para el baño, el silencio de la noche. Son reflexiones que me hago en voz alta. Reflexiones dignas de ser reflejadas en ese diario de la pandemia. Porque queramos o no, el miedo está ahí, el riesgo sigue vivo y no hemos superado el mal sueño que estamos viviendo.
Benidorm sigue vivo. Este año el agua de la playa está muy limpia, es cristalina, transparente, sin suciedad, los peces juegan entre nuestras piernas, se nota que hemos estado confinados. La playa no tiene ese agobio de personal es más espaciosa, más diáfana.
Pero las últimas preguntas que se hace este corazón romántico, enamorado de esta ciudad, con la esperanza de que se supere esta pandemia, son: ¿estamos ante al turismo del pánico? ¿Cómo vamos a reflotar la economía, ante tanto silencio en la hostelería y en el turismo? ¿Quién va a comprar tantos edificios, bares, pubs, que han marcado la ruta de la noche y de la fiesta, en los que en la tarjeta de presentación solo se lee, un solemne «SE VENDE» y un número de teléfono? 2020 es historia, pero que difícil va a ser andar y seguir las huellas que dejará este vírico año.
Benidorm es el ejemplo de todas las costas de España, que seguramente andarán igual de resentidas que el relato expresado. Si sirve de algo para los lectores, es que si queremos y podemos salvar la economía, en la medida de nuestras posibilidades, lo mejor que podemos hacer es invertir en lo nuestro. Que el pánico, no se apodere del turismo.