POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
El pabellón del Gobierno del Principado en la 62 Feria Internacional de Muestras de Asturias, acaba de exponer por primera vez a los visitantes -entre los días 4 y 19 de agosto pasados- un atril realizado con la madera rescatada del incendio que destruyó el templo de la Cueva de Covadonga el 17 de octubre de 1777; templo que tenía diecinueve metros de largo por cinco de ancho, en dos pisos o alturas.
Nada se sabía de dicho atril desde hace más de un siglo hasta hace apenas un mes, cuando lo donaron al museo del real sitio de Covadonga los descendientes de Jenaro Suárez de la Viña, que había sido canónigo doctoral en Covadonga desde agosto de 1895, hasta su muerte, en enero de 1918; de forma que dicho canónigo no llegó a vivir los solemnes actos del día 8 de septiembre de ese mismo año, a saber: XII Centenario de la Batalla de Covadonga, declaración del Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, y coronación canónica de la Virgen de Covadonga.
Sí vio este canónigo la inauguración de la basílica en 1901, la llegada del tranvía desde Arriondas al Repelao (Rey Pelayo) en 1908, la inauguración del Hotel Pelayo en 1909, o la construcción del túnel que da paso a la cueva, obra del arquitecto Luis Menéndez Pidal.
Nosotros sabemos -y podemos demostrar documentalmente- que este atril que han visto tantos miles de visitantes estas dos semanas pasadas en Gijón, se hizo en Cofiño, de manos de un parragués.
De modo que esta pieza de museo -cuyo autor se aventuraba desconocido y como tal se presentó en dicho pabellón dentro de una vitrina acristalada- tiene artífice documentado.
Porque Hermógenes Fernández Cabal nació en Cofiño el 28 de diciembre de 1828, hijo de Bernardo y de Francisca. Fueron sus padrinos don Diego del Cueto Santos y doña María del Socorro Cantillo (la cual era hermana de don Ignacio, párroco de Cofiño en aquel momento).
De profesión molinero, trabajó en su tierra atendiendo el molino de Miradoriu, ése tan habitual artilugio hidráulico asturiano, pues ríos y regatos abundan por doquier en esta lluviosa región. Molinos siempre viejos, como reliquias de un pasado que no volverá. Cuando le preguntas por la antigüedad de su molino a alguno de los poquísimos molineros que quedan, suele responder siempre algo así como: “Tien munchísimos años, e muy, pero que muy vieyu, porque equí molieron mio padre y mio güelu, y paezmi que también el so padre”. De modo que la principal dedicación de Hermógenes estaba entre maíz, moliendas, tremolias, molares, pines, cabries, rodetes y presas (por citar algunos elementos imprescindibles en los molinos). Parres contaba con más de 70 molinos hace apenas cincuenta años.
Cada atardecer, Hermógenes merendaba un pan de picos y un vaso de vino en “Casa de Tomasín”, por los que abonaba una “perrona” y -con sus escarpinos y madreñes- recorría los caminos de la falda del Sueve, en Cofiñu (confinium=límite, confín), que está a 391 metros sobre el nivel del mar.
Además de molinero, Hermógenes tenía una habilidad especial para la talla en madera y en piedra. Quedan por el concejo aleros, cornisas, arcos de piedra labrada y otros que salieron de sus manos.
Su partida de defunción, redactada ahora hace ciento catorce años, dice literalmente así:
“En el cementerio de la iglesia parroquial de San Miguel de Cofiño, concejo y arciprestazgo de Parres, provincia y diócesis de Oviedo, a veintitrés días del mes de agosto de mil novecientos cuatro, yo Juan Álvarez, Cura Párroco de ella, di sepultura eclesiástica al cadáver de D. Hermógenes Fernández Cabal, que falleció el día veintiuno a las tres de la tarde en este pueblo y parroquia de Cofiño, de donde era natural y vecino; era hijo legítimo de D. Bernardo y Dña. Francisca, también de ésta; estaba casado con Dña. Carlota de la Fuente, con quien tuvo seis hijos, a saber: Dña. Eudosia, difunta, pero con legítima sucesión, D. Pascual, Emilia y Eduardo, casados y D. Alejandro y Luis, solteros; recibió todos los Santos Sacramentos, y se funeró con derecho a funeral mayor; falleció a causa de debilidad de corazón a la edad de setenta y seis años. A pesar de no saber dibujo y no haber tenido maestros, era un tallista de primera, deja memoria en muchas iglesias de este alrededor, en el retablo mayor de la Santa Iglesia Catedral de Oviedo, restaurado por Sanz y Forés y en la Capilla de la Cueva de Covadonga. En esta iglesia (S. Miguel de Cofiño) deja el baptisterio, los confesonarios, el arco de piedra de grano que está sobre el sepulcro de D. Luis y otras de menor importancia.
Estaba condecorado con la Cruz de Isabel la Católica por un atril y una Cruz de la Victoria, que hizo de madera de tejo, restos del templo llamado del milagro, que se quemó en Covadonga y que le encargó Alfonso XII y concluyó en tiempos de Alfonso XIII, a quien lo entregó en mano en la visita que hizo al Santuario, y para que conste lo firmo, fecha ut supra”. Firma el licenciado Juan Álvarez.
En la cara interior del bastidor del atril puede leerse: “Soy de los restos del incendio del templo llamado milagro de Covadonga”. Es un trabajo de gran finura, con profusa decoración de filigrana y detalladísima celosía, con una excelente orla y una muy buena talla de la Cruz de los Ángeles, en el centro.
Hay quien da por hecho que Hermógenes habría tallado también el magnífico apostolado del camarín de Frassinelli, en la Cueva, pero no está expresamente demostrado, hasta ahora.
En 1874, con la colaboración de don Máximo de la Vega y don Roberto Frassinelli, se comenzó la construcción de un templo abierto en la cueva de Covadonga, sin variar el lugar del altar, con una balaustrada de protección y con la capilla dispuesta en un extremo de la cueva. Para este camarín, se utilizó madera tallada y polícroma, con unas almenas de coronación exterior que la dotaban de cierto aspecto militar, cubierto en su interior por escayola y pan de oro. Como complemento, se acometieron las obras de construcción de la escalinata de piedra y se colocó la pila de la emblemática “Fuente del Matrimonio”. Sin embargo, las críticas a esta intervención, que afectaban fundamentalmente al camarín, tachándolo de atildado y pulido, con exceso de oro en su interior y exterior impropio de la grandeza de la peña, ya comenzaron poco tiempo después de su culminación, reflejados en el duro informe que realizó sobre él la Real Academia de la Historia en 1928.
De modo que se procedió a desmontar la capilla construida por Frassinelli, lo que supuso una estrategia que permitió la posterior transformación del lugar. De hecho, el arquitecto encargado de llevar a cabo las obras, Luis Menéndez-Pidal, juzgó la iniciativa de “afortunada”, ya que facilitaba la eliminación del antiguo camarín. Se proyectó una reconstrucción de conjunto y se tuvieron en cuenta tres factores: el motivo del culto, la importancia y aspecto del mismo, así como las circunstancias locales. El motivo del culto -la imagen de Nuestra Señora de Covadonga- implicaba su instalación en grado máximo de amplitud y visibilidad, tal como la vemos hoy, y no dentro de la capilla que -posteriormente- fue dedicada a sacristía.
Concluyo señalando que este atril -del que nada se sabía desde hace más de un siglo- ya está en el Museo de Covadonga a la vista del visitante, desde ayer mismo.