POR MARIA TERESA MURCIA CANO, CRONISTA OFICIAL DE FRAILES (JAÉN)
En el diálogo fe-cultura, aparece un elemento fundamental: el arte, este tiene grabados secretos religiosos que es preciso desvelar para entender la palabra que allí se encierra. En todas las obras de arte hay una palabra viva de una comunidad de creyentes con vida hoy, y es la herencia de la vida creyente de ayer.
No podemos olvidar que en cada época, el arte refleja la vida y las ideas sobre Dios, luego es necesario poner palabra al silencio denso del arte. Así nos proponemos en este artículo explicar que nos tienen que decir las representaciones de Cristo en la cruz y de manera muy especial vamos a desvelar lo que nos quieren decir tres obras muy concretas, el Cristo de la Clemencia de Juan Martínez Montañés y el Cristo de la Salud de Alcalá la Real y el Cristo del Perdón de Castillo de Locubín.
De entre todas las manifestaciones artísticas destacamos por la significación especial que tiene para los cristianos el Cristo crucificado. El siglo XVI esta dominado por la idea de redención, y en la iglesia española por el conocimiento, estudio, ordenación e imitación de la cruz de Jesucristo. Es el tema más importante para el adoctrinamiento y la celebración litúrgica en el cristianismo.
Sí la belleza es “la huella de Dios sobre la tierra”, ese será el camino elegido por Montañés para su arte. Nos limitaremos a estudiar lo que significan los crucificados tomando como muestra el crucificado de la Clemencia de la catedral de Sevilla.
El Cristo de la Clemencia de Martínez Montañés se le conocía como el Vázquez de Leca, por ser éste canónigo sevillano y arcediano de Carmona, quién lo encargara a su gran amigo Juan Martínez Montañés. En el contrato, firmado en 1603, se exponen las condiciones de la obra que el escultor acepta y expresa en sus propias palabras comprometiéndose a realizarlo enteramente por su propia mano, con cuatro clavos y los pies cruzados, “mucho mejor que el que hizo días pasados para el Perú, porque quiere quede en España:”y se sepa el maestro que lo hizo para gloria de Dios”. No piensa el maestro en su gloria sino en la de Aquel de quien ha recibido el singular don de sus excepcionales facultades.
Otras condiciones son, que la cruz ha de ser tosca, arbórea, como van ha ser las cruces barrocas, en claro símbolo del árbol de la vida, y el tamaño de la imagen, 1,90 metros en medidas actuales.
Pero lo principal es el mensaje espiritual que se debe transmitir, expresado con palabras de hondo misticismo propias de dos discípulos de San Juan de la Cruz a través de la Cofradía de la Granada:
“… ha de estar vivo, antes de haber expirado, con la cabeza inclinada sobre el lado derecho mirando a cualquier persona que estuviese orando al pié de él, como lo esta el mismo Cristo, hablándole y como quejándose que aquello que padece es por el que esta orando…”
Mensaje espiritual plenamente válido después de casi cuatro siglos, y cuando lo contemplamos detenidamente parece como si el propio Cristo nos hablara. La policromía mate de Francisco Pacheco, suegro del pintor Diego Vázquez, colabora a la belleza de esta escultura que otros autores han comparado con las mejores obras de Praxísteles, al afirmar que si no goza de la fama del Hermes de Olimpia, se debe a su condición de imagen sagrada, género minimizado en su valoración universal.
Y es que las imágenes sagradas no se hacen para que se admire su belleza, ni el arte de su creador, sino para “gloria de Dios y mover a devoción”. Así se dice en los contratos montañesinos.
Aunque, naturalmente, el autor debe cobrar por su trabajo. En el contrato de 1603, el Arcediano se obligaba a pagar, al recibir la obra, 300 ducados de 11 reales de plata. Juan Martínez Montañés se consideró pagado con 600 reales en dinero y dos cahíces de trigo, el mismo consideraba la escultura del Cristo como una ofrenda a Dios.
El Cristo de la Salud de Alcalá, al igual que el de la catedral sevillana esta vivo, invitando a los que hasta él se acercan a hacer oración, habla a los hombres no desde el calvario, sino desde el paraíso, con una augusta soledad impuesta por la divinidad de su hermosura. Más que el fuerte león de Isaías, simboliza el manso cordero de Jeremías. Importante estudio anatómico que se muestra al servicio de lo espiritual; solo en este cuerpo podía encarnarse el Hijo de Dios.
El Cristo de la Salud presenta tres clavos, uno en cada mano, y otro en los pies, diferente a las revelaciones de santa Brígida, a la que le fue comunicado que no eran tres sino cuatro los clavos con los que fue sujeto a la cruz Nuestro Señor Jesucristo. Con el dedo índice de ambas manos señala al cielo, indicando que Él es el Mesías, el Hijo de Dios, señalando su destino celeste. Cabeza caída hacia la izquierda enfatizado por un mechón de pelo que cae, lanzada en el costado que le propiciara Longinos, aquel soldado romano que para aliviar su asfixia lanceara el pulmón del que brotó agua debido al encharcamiento pulmonar que producía la crucifixión.
La cruz, no es un patíbulo, sino la sede del perdón un lugar de esperanza, el leño del cual estuvo colgado la salvación del mundo. Es la manifestación plástica del texto evangélico: “Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mi”.
El perizoma o paño de pureza está atado con una cuerda símbolo de suplicio. En su rostro es el Dios que convence y gana por amor, sin recurrir a premios ni castigos; qué lejos queda el rostro airado del miguelangelesco juez de la Sixtina.
El crucificado de la Cofradía del Santo Entierro y Crucificado del Perdón de Castillo de Locubín, responde a la carta a los Efesios 1:7-8: Por la muerte de Cristo en la cruz, Dios perdonó nuestros pecados y nos liberó de toda culpa. Esto lo hizo por su inmenso amor. Por su gran sabiduría y conocimiento. Esta sujeto al madero por tres clavos. Deja caer su cabeza hacia la izquierda con su larga melena y barba. Lo adornan con cuerdas en los brazos y en los piés en recuerdo de aquellas que lo ataron a la cruz para una mayor fijación.
Es un cristo muerto, pero sereno, tranquilo, sin sufrimiento. El perizoma se recoge en el centro con un gran nudo que sujeta la amplia tela, dejando entre ver, restos de la cuerda que lo fija a la cintura. El cuerpo presenta un estudio anatómico, remarcando en el torso las costillas.
Es necesario que la fe no pierda la conexión con la cultura, apelar a las raíces cristianas de nuestro patrimonio cultural, buscando en ellas la vinculación del aspecto religioso a todos los acontecimientos históricos, sociales y artísticos. En las representaciones de los crucificados, hay una palabra viva de una comunidad de creyentes con vida hoy, y es la herencia de la vida creyente de ayer. Su origen es una confesión de fe en el Dios de Jesús de Nazaret que se plasma en una forma de vivir y en una expresión artística.
No podemos olvidar que en cada época, el arte refleja la vida y las ideas sobre Dios. La fe cristiana es patrimonio de toda la humanidad con todo lo que ha promovido a lo largo de la historia, las representaciones de Cristo crucificado son arte y fe, son fe hecha arte y arte hecho fe, dos elementos íntimamente unidos, fe y arte. Hoy no se descubre todo el arte porque se mira sin fe y sin la base de la cultura religiosa que las obras de arte necesitan para ser entendidas. Las imágenes de Cristo en la cruz se hacen para gloria de Dios y mover a devoción, para vivir y expresar la fe cristiana con categorías populares.