POR ALEJANDRO GARCÍA, ZACATECAS (MÉXICO)
El temido tribunal del Santo Oficio tenía muchas facultades para proceder. Esta institución estaba encargada no sólo de perseguir la herejía, sino también de poner el alto a las malas costumbres; procedía no únicamente contra los judíos, mahometanos, herejes, cismáticos, apóstatas, blasfemos, lectores de libros prohibidos, brujos, hechiceros, sortilegios, íncubos y súcubos, sino también contra los amancebados, polígamos, solicitantes en el confesionario y sacerdotes fingidos, etcétera.
Manuel González Ramírez
Pese al valor que le dé Braudel, es un vocablo inédito o casi, todavía sin significación concreta reconocida, y si no bello, sí eficaz para designar una historia generalmente tachonada de minucias, devota de lo vetusto y de la patria chica, y que comprende dentro de sus dominios a dos oficios tan viejos como lo son la historia urbana y la pueblerina
Luis González y González
Uno, el riesgo
Mi abuela fue la hija mayor. Su madre murió cuando las hermanas (y ella) eran pequeñas. Tuvo que afrontar la tarea de formar a las cuatro menores. Y aunque ella solía decir que no aprendieron nada mis tías abuelas, como pudo las sacó adelante. Al finalizar el proceso se había quedado soltera, analfabeta, maltratadona por los años y las tareas ajenas y solía recibir los primeros signos de rechazo por las que la habían brincado. Mi abuela tuvo que remontar esos olvidos enclavados en la familia tradicional para volver a aplicarles la autoridad. Su vida bien podría caber en Tópicos zacatecanos, personajes, monumentos, efemérides, fiestas y leyendas, Tomo I (México, 2019, Crónica del Estado de Zacatecas/Téxere, 249 pp.) de Manuel González Ramírez. Esto en cuanto al calibre de las tareas que aún después cumplió, pero no en cuanto a que ella era guanajuatense.
Celebro que el cronista, el amable anfitrión de tantos eventos, el promotor de otros tantos libros o publicaciones, haya por fin dado a la luz un libro de su exclusiva autoría. El ser gestor y promotor a veces nos sume en la inmovilidad como autores. Ya me ha platicado Manuel los sinsabores de quienes se acercan sigilosos y se llevan los productos ajenos y los publican como propios. Ahora me acuerdo del celo de Carmen Castañeda (la de Guadalajara) cuando hablaba del robo entre los historiadores. Además en las funciones públicas a veces se estrecha el círculo en torno a quien administra y se le prohíbe el dar a luz sus obras. Esto puede llevar al olvido de una tarea que tiene que cultivarse, la escritura. Quizás el primero que abrió esa puerta cerrada fue Enrique Krauze en “Letras libres”, allí dio a conocer artículos fundamentales de su pensamiento.
También es cierto que la crónica resuma sospechas, eso a veces lo aprovecha el político vivillo para romper la ley, y no es raro que algunos cronistas sean mucho mejores narradores orales que duchos en la escritura. Allí es donde un operador como Manuel González ha destrabado a algunos de estos eminentes y memoriosos miembros de su comunidad. Yo recuerdo a don Wigberto Jiménez Moreno, excelente disertador, parco en la escritura y más en la publicación, cuando recibió el castigo de sus exalumnos, recién devueltos de Francia con sus métodos cuantitativos y/o la tendencia a explicar la historia más que a contarla. Y así lo arrinconaron en un escritorio, como se hizo con mentes privilegiadas del siglo XX que no supieron acomodarse a los tiempos en que ya no eran muy jóvenes. Así que con este libro, Manuel González nos deja el primer testimonio en papel y tinta y con él podremos ejercer la crítica de su trabajo como depositario o imaginario de la memoria colectiva.
Como en el caso que él narra, pueden verse los fragmentos de esqueleto de “Tata Pachito” Francisco García Salinas, mientras en una botella se conservan los mensajes escritos con la referencia del nombre y algunas características de su obra en el mundo. La escritura, en este caso, sobrevive en condiciones nobles, no lo hará en la cápsula del tiempo que es destruida por la humedad. Así que este libro es de un individuo, es su monumento, tiene un lugar en la historia, conmemora y hoy lo conmemoramos y corre el peligro de tornarse leyenda. Si se queda en historia, qué bueno.
Dos, las secciones
El libro consta de 54 artículos y un prólogo y se agrupan en 5 secciones (21 para Personajes Ilustres, 6 para Monumentos, 8 para Breves de la Historia, 16 para Conmemoraciones y 3 para Leyendas). Cada una de ellas tiene un objetivo preciso:
El papel de ciertos individuos en el devenir de la historia zacatecana, algunos en su terruño, otros fuera de él: fundadora y fundador de la Cruz Roja, el general Murguía, que le dio hasta por debajo de la lengua a Villa y luego se topó con Álvaro Obregón que no era manco, pero sí; en José León Robles de la Torre, con sus decenas de tomos inéditos sobre la historia de Zacatecas y más allá; en el único presidente de la república que es zacatecano y un candidato a la presidencia que fue a todas y la única que ganó, Victoriano Huerta lo volvió a su condición de candidato perdedor; y un arquitecto que tuvo que poner de su bolsillo para que nos treparan al tren de las ciudades Patrimonio de la Humanidad;
El espacio con hitos, con puntos trascendentales, no sólo para señalar la singularidad, sino también para establecer el vínculo que el hombre establece con su territorio: la respiración de un leonés no es igual a la de un zacatecano, además de la altitud tan diferente, cuenta el subir y bajar de la dos ciudades más en lo plano y extenso en la del Bajío, más en sube y baja en la cañada entre La Virgen y La Bufa. A eso agreguemos algún día de frío, viento y lluvia, que golpea como ´piquetes de tachuela el rostro o corta como cuchillo que te perdona la vida en Hidalgo y Juárez,
Las Breves de la Historia es la sección más engañosa, porque se presenta como una miscelánea de noticias. En realidad se trata de una breve sección contextualizadora: el comercio, las enfermedades diezmadoras, los remedios, las nieves de un día, los esclavos sometiendo al orden a los hombres libres o sea la seguridad de la ciudad y las grillas en el ayuntamiento, así como los intentos de mantener el orden a través de reglamentos;
En Las Conmemoraciones, la sección más riesgosa del libro, porque es donde más se mueve en el filo de la historia reverencial o de la historia de bronce el primer escalón para escaparse de ese peligro está en el cultivo de la historia para construir un gremio, un campo, bien en el terreno de los cronistas, bien en el terreno de los historiadores. A los que procedemos de la literatura nos cuesta trabajo entender lo necesario de una didáctica de la historia, de un sacar el fulgor entre lo que consideramos definitivamente tenebroso y sin remedio. Sin embargo, el espíritu crítico es constructor, por eso somos seres humanos enteros, cultivamos el cuerpo y el espíritu y vemos en nuestros hijos y en las generaciones cercanas a ellos, que la historia siga siendo la maestra de la vida, a través de un conocimiento que abarque todos los campos y que deje al ser humano ser libre y capaz de discernir y resolver sus problemas. Así que las fiestas, las tradiciones, las creencias, los tabués, forman parte de la vida del hombre y tienes más de una cara y más de una manera de ser interpretados.
Finalmente llegamos a la leyenda, donde la historia se tuerce y el núcleo racional se pone a disposición del juego. Claro que la leyenda oculta también los grandes temores, pero lleva en sí la posibilidad de vencerlo. Así que la leyenda de tres niños tapiados en sus respectivos nichos de la cortina de una presa, allá por Loreto, nos puede conmover de inmediato a los que somos padres, o llevar la risa a los que no lo son y pueden hacer el ejercicio de Swift de tener una solución a la explosión democrática o sacar nuestro furor ciudadano y dar cuenta de nuestros derechos humanos.
Tres, ejemplos de aquí y allá
Entre los artículos de la primera sección, comento “Guillermo Rubio en la batalla de 1914”. A pesar de ser breve, allí encontramos muy claramente los tiempos de Braudel: un joven que está al cuidado de un almacén de federales y que es requerido por un grupo de los suyos para darles armamento. Él se encuentra en el centro de la ciudad, es el día del gran combate. Acompaña a sus correligionarios al rumbo de la Pinta. Allí los reciben a fuego graneado. Algunos caen y ya no se levantan, otros combaten, él se lanza al lado del camino y puede regresar a su lugar de tarea, mas resulta que ya ha sido abandonado y no le queda otra que retirarse a su casa por el rumbo de Yanguas. Avanza perseguido por el zumbido y el aleteo de las balas. Se encierra y al día siguiente alguien le dice que puede pasarse al bando de los villistas. Así lo hace. Un día normal en la ciudad de todos los días. El joven tiene cierta libertad que le permite moverse. Aún no sabe lo que es esa batalla. Como en el relato de Ballard donde se puede pasar del día a la noche tan sólo dando un paso, el joven madurará años en esos pasos, asistirá a la batalla que define la derrota de Huerta y a la gloria de Villa, pero al año siguiente habrá dos batallas en el Bajío que dejará las cosas en manos de Obregón, aun aparentemente supeditado a Carranza. Podemos hablar de un tiempo más largo, ese de la Revolución mexicana en sus batallas definitorias. Y el tiempo prolongado será dado por ese paso que se da y no nos lleva al brinco definitivo. No nos llevó ese par de días al triunfo de la Revolución, por lo menos no con lo rotundo del significado que la palabra tiene. Y allí está el cronista escuchando el relato de uno de Rubio, quien a su vez cuenta la conversación entre él y su padre, el joven de antaño, en una extraña reconversión del cuento de Borges “El otro Borges”.
La semana pasada nos tocó vivir la explosión de “Las delicias del helado”, a esos de las once de la noche. Yo la escuché por internet, en un video posterior, pero me tocó vivir la convivencia de vecinos preocupados por lo que al principio no sabían había sucedido. En el libro de Manuel González Ramírez, hay un acercamiento al helado en el siglo XIX y a su carácter extraordinario en Zacatecas. No era en los tiempos de calor que se podía disfrutar de ese refresco dulce que va de la garganta al estómago, era en tiempo de frío que se podía lograr el cuajado del agua en recipientes que ponían en las cercanías de La Bufa. Imaginen ustedes la operación de poner los baldes con agua, de subir en un clima severo, recopilar el hielo y luego someterlo al proceso de convertirlo en helado. Casi tan mágico como el relato de Buendía al inicio de cien años de soledad.
De las leyendas me sorprende mucho el relato de Francisco Gómez de Mendiola, obispo de Guadalajara, cuya misión evangélica incluía a Zacatecas. En una visita a la ciudad murió. Y aquí se quedó. Lo reclamaron, pero el proceso fue largo para regresarlo a su sede diocesana. Lo que me sorprende no es el lado legendario de la historia, su carácter milagroso, sino el hecho de que “le faltan el brazo izquierdo, la mano derecha, ocho dedos de los pies, que algunas personas han robado para que les haga algún milagro”. Con esos hechos, no hay leyenda que nos asuste.
Me imagino una ciudad a la que llegan las cabezas de los forajidos. ¿Cuántos habría que tenían un sentido de la hazaña de esos insurgentes caídos en el norte del país? ¿Cuántos estaban de acuerdo con el sacrificio y acaso les parecía leve? Allí estaban para escarnio. Pero las cabezas no son exclusivas de ese momento de la historia, aunque siguen jugando el papel de atemorizar, no ellas, sino las manos que las han cortado del cuerpo. En el Puente de las sirenas, en peatonal de cerca de la Central, en la avenida Siglo XXI, cuerpos con y sin cabeza nos mantienen al borde del caos.
De modo que no hay pierde con este libro de muchas dimensiones y significaciones. Aquí se puede aprender de la realidad, de la historia, de la leyenda, pero sobre todo, en el relato que arriesga, hay la profunda apuesta por ir contra el olvido, por rescatar los parajes humanos que hicieron posible que hoy estemos aquí, celebrando un libro y con una buena dosis de buen humor. Felicidades, Manuel González Ramírez y esperamos el segundo tomo.
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