EL DOCUMENTAL ‘ONYX, LOS REYES DEL GRIAL’, REPRODUCE LA INVESTIGACIÓN DE LOS HISTORIADORES LEONESES MARGARITA TORRES Y JOSÉ MIGUEL ORTEGA
Indiana Jones debería estar muerto. Muerto, momificado y convertido en polvo de huesos como el avieso Vogel en ‘La última cruzada’: no, por mucho que José de Nazaret, según la tradición cristiana, fuera carpintero, el Santo Grial no era de madera. Mala elección, Indy. Dentro de la iconografía religiosa, el Santo Grial no es una reliquia más: es LA reliquia. El recipiente donde Jesucristo transmutó el vino en sangre durante la Última Cena. «Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados». El clímax de la Eucaristía. Más allá de la importancia capital del cáliz como objeto y símbolo para los devotos cristianos, la cualidad mítica del Santo Grial ha crecido gracias al relato esotérico que le confiere el poder de conceder el regalo de la vida eterna. Que se lo digan a Heinrich Himmler, que financió y encabezó la Deutsches Ahnenerbe, la Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana, que entre otras cosas lo buscó en Montserrat siguiendo las pistas que el ocultista nazi Otto Rahn había encontrado en el ‘Virolai’, el himno del monasterio catalán.
Durante la Edad Media, el culto a las reliquias —ya fuesen objetos atribuidos a Jesús o restos de santos— se disparó hasta cotas enloquecidas. Todas tenían propiedades mágicas y curativas y eran el foco de peregrinaje de los devotos. De ahí que por todo el territorio cristiano empezasen a circular miembros amojamados, incluso cuerpos completos, paños, ropas, instrumentos de martirio que, según aseguraban, habían pertenecido a Jesucristo, a la Virgen, a los apóstoles o a algún santo. Las reliquias se multiplicaron hasta el punto de que en distintos puntos del mundo reclamaban la autenticidad del mismo objeto mítico, como es el caso del Santo Grial: el papa Gregorio Magno, en el siglo VI, le regaló al rey visigodo Recaredo el cáliz de la Última Cena, hallado en la tumba de san Lorenzo, y que se conserva en la Catedral de Valencia desde 1437 por orden de Alfonso V ‘el Magnánimo’.
En 2014, los historiadores Margarita Torres, profesora titular de Historia medieval de la Universidad de León, y el doctor en Historia del arte y museólogo José Ramón Ortega publicaron ‘Los reyes del grial’, un ensayo en el que propusieron una nueva teoría sobre el paradero del Santo Grial y que ha inspirado el documental ‘Onyx, los reyes del grial’, que se estrena el próximo 22 de marzo. La tesis: que el Cáliz de doña Urraca que guarda la colegiata de San Isidoro de León es, en realidad, el Santo Grial camuflado. La película, dirigida por Roberto Girault y que pasó por la última Seminci, desanda el rastro de textos históricos que podría unir el cáliz leonés con la reliquia de las reliquias. «Somos conscientes, tanto Margarita Torres como yo, de que esta investigación iba a originar una enorme polémica», admite Ortega en un momento del documental.
Aunque la leyenda mágica entorno al Santo Grial comienza a forjarse alrededor del siglo VI con los mitos artúricos, la realidad es que a lo largo de la historia se han encontrado documentos de diferentes épocas en los que se hace referencia al cáliz. «La tradición cristiana cuenta que Jesús fue a la zona más rica del Monte Sión y tomó la última cena en una casa prestada que tiene dos alturas. Y en la habitación superior tuvo lugar la reunión con sus apóstoles», cuenta el historiador James Tabor. Estamos en el año 33 d.C., en la noche previa a la Pascua judía, en la que se celebraba la alianza de Dios con el pueblo de Israel, que quedaba simbolizada por el sacrificio del cordero. Y en esa cena, según las escrituras, ocurrió el milagro de la Transmutación.
Desde este momento hasta que los primeros textos islámicos mencionaron por primera vez la existencia del cáliz de Cristo es muy difícil rellenar ese hueco. Durante los tres primeros siglos, hasta el Edicto de Milán del año 313, que establecía la libertad de culto en el Imperio Romano, el cristianismo fue una religión perseguida y los cristianos tuvieron que ocultarse. «No existen textos, no existe documentación que hagan referencia al cáliz durante estos primeros cuatro siglos», explica Torres, quien ahora es concejala de Cultura, Patrimonio y Turismo en León por el Partido Popular.
Con el levantamiento de la prohibición comenzó a extenderse entre los fieles las peregrinaciones a Tierra Santa, donde visitaban el Santo Sepulcro, el Monte de los Olivos o Belén. Quienes sabían escribir, comenzaron a documentar sus viajes para poder reproducirlos a la vuelta a sus lugares de origen, sobre todo a partir del siglo V. El primer texto en el que nombran el cáliz es en un pequeño libro llamado ‘Breviarius’, escrito por un peregrino y que relata su viaje a Jerusalén y lo que allí vio. Supuestamente, en alguno de los edificios construidos alrededor del Santo sepulcro estaba expuesto un cáliz, que en teoría correspondía al que utilizó Jesús en la última cena.
Otros peregrinos de Piacenza que durante tres años recorrieron Constantinopla, algunas islas occidentales del Mediterráneo, Beirut y Belén, describen en el ‘Itinerarum Antonini Placentini’ que “en el patio de la basílica hay un pequeño cuarto donde guardan la madera de la cruz y también la Copa de ónice con la que bendijo la cena”. En el año 683, Adomnan, un monje irlandés, asegura en ‘De Locis Santis’ que en el Santo Sepulcro hay “otra capilla […] en la cual se conserva la Copa del Señor […] que Él bendijo y dio con sus propias manos durante la cena que tuvo con los apóstoles en la víspera de su pasión”.
Beda ‘el Venerable’ fue un monje benedictino del siglo VII que vivió en el monasterio de San Pedro Wearmouth, también recomendaba la visita de la capilla de Cristo del Santo Sepulcro para contemplar la copa del Señor. En el siglo IX, el ‘Commemoratium’, de autor anónimo, asegura que el cáliz sigue en la capilla del Santo Sepulcro. Es la última vez que aparece descrito en textos de la época. Carlomagno mandó confeccionar una lista de todas las iglesias y templos que guardaban reliquias y el personal custodio. Pero a partir de eso momento, cuando las guerras entre persas, musulmanes y cristianos se recrudecen en la zona y se destruyen iglesias y monumentos, se pierde la pista de la reliquia. Hasta aquí, todo previamente documentado.
El viraje sorprendente se produce cuando Torres y Ortega buscaron a alguien con amplios conocimientos de árabe para que investigara en la Universidad Al-Azhar en El Cairo. Allí, un becario —del que no especifican el nombre en todo el documental— encuentra dos papiros del siglo XIV. El primero de ellos, atribuido a Saladino, sultán de Egipto y Siria, en el que recuerda el episodio de hambruna que sufrió Egipto en el año 1054 a causa de una sequía, que tan sólo intentó paliar el emir de la taifa de Dénia fletando un barco con víveres para alimentar a la población hambrienta. En él Saladino habla sobre un fragmento faltante en el Santo Grial desprendido a por Bani-I-Aswad, jefe de la expedición musulmana que lo llevó de Egipto a Dénia como recompensa al emir por la ayuda ofrecida.
El segundo hace referencia a un texto perdido del historiador árabe Ibn al-Quizti (1172-1248), es decir dos siglos antes, sobre la entrega del cáliz por parte del emir a Fernando I de León (1016-1065), para firmar con él la paz, evitar la conquista y encontrar un aliado. A Torres y Ortega se les encendió la bombilla: ¿podría haber pasado la reliquia por León? ¿Podría estar aún en León?
Después de seguir con las pesquisas, dilucidaron que el regalo del emir había pasado a manos de la hija de Fernando I, Urraca de Zamora. Y uno de los objetos más preciados por la infanta leonesa, conservada en la colegiata de San Isidoro de León, es un cáliz compuesto por dos copas de ónice —¡de ónice, como indicaban los primeros textos que mencionaban el Santo Grial— unidas por la base y adornadas en el siglo XI con oro, piedras preciosas y un camafeo de imitación romana sobre el grabado de ‘In nomine dei Urraca Fredinandi’ (En nombre de Dios, Urraca de Fernando).
Los historiadores leoneses consiguieron los permisos para que un orfebre desmontase el cáliz y se encontraron con… la muesca de la que habla el papiro de Saladino. ¿Será o no será? «A mí me ha supuesto una aventura maravillosa», reconoce Torres en ‘Onyx, los reyes del grial’. Lo que tienen claro es que «es un objeto judío, diseñado para el pueblo judío, utilizado por un judío, que era Jesucristo, utilizado en una ceremonia importante para ellos. Es un objeto que se convierte en el epicentro de la Eucaristía, que es el corazón del cristianismo y ha conseguido salvar los vaivenes de la tercera religión monoteísta, que es el islam, y que fue protegido por él, y alguien tan grande como Saladino confió en él y alguien como el emir de Dénia ayudó a que llegase a su destino»: León.
Fuente: https://www.elconfidencial.com/