POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Hace muchos, muchos años, cuando yo era joven y «apóstol-profesor», solía de vez en cuando leer en clase, para relajar el ambiente, algún que otro capítulo de algún libro que ayudase a mis alumnos a ser «niños buenas personas».
Leíamos historias de «El candor del P. Brown» (Chesterton), de «El Libro de la selva» (Kippling), de «Don Camilo» (Guareschi), de «La brújula loca» (Luca de Tena)…
Con el «Libro de la Selva» aprendimos cómo el oso Baloo y la pantera Baghera, los «profesores» de Mowgli, sabían enseñar combinando exigencia y cariño, severidad y dulzura. Con Don Camilo entendíamos que un buen cura es capaz de repartir «cristazos» («¡Teneos, Señor, que empiezo a repartir!») y a la vez suplicar bendiciones para un pueblo que necesitaba del río… Con «La Brújula loca» hasta llegábamos a admitir que un perro cojo, «Trespatas», pensara y actuara como un Sancho Panza infantil.
Y que un viejo marinero, Martín, capaz en su juventud de encandilar a las mozas caribeñas cantándoles aquello de:
«¡Ay, tus lunares!,
los punticos suspensivos
de mis pesares!»
Tuviera enverbascar el agua con gordolobo para «atontar» a los bonitos que enganchaba en el anzuelo para, resistiendo con sus débiles fuerzas los tirones del pescado, poder acercarlos a su barquichuelo.
«Fijaros, decía yo a mis niños-alumnos, lo que para la sociedad es delito, en muchos casos es para la naturaleza una exigencia de la vida.
Es importante distinguir entre delito y necesidad.
Ayer me regalaron unas sardinas, frescas y gordas, traídas de Cantabria. Y, sin querer, me acordé de Martín el pescador, de Trespatas, de Lola la de los lunares (que así apodaba Trespatas a una trucha de gran tamaño conocida como Malacopterigia moteada… Y me dije: ¡Nada ! A preparar estas sardinas a «lo cursi guapo».
Esto fue lo que me salió:
Eliminadas las cabezas, vísceras y espina central, se lavan las sardinas al chorro de agua fría y se secan con papel absorbente. Se salan y reposan un rato.
Se pasan por harina y huevo batido y fríen en aceite bien caliente. Se reservan.
En un plato llano, guapo, se dispone un lecho de finas lonchas de tomate natural salpimentadas al gusto; encima se colocan las sardinas rebozadas y fritas y sobre ellas aros de pimiento verde fritos.
Un albariño DA OCA pone el resto. Y -así lo hice yo en este caso- un vino tinto de Toro. Dos contrastes, dos placeres.