POR DOMINGO QUIJADA GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA (CÁCERES)
Su grotesca presencia, encaramadas en el alero del templo o en la cumbre de la torre, me aturdían cada vez que transitaba a su vera: ya fuera cuando acudía al culto dominical o festivo, camino de las escuelas de don Ticiano, don Ernesto o don Domicio, o al visitar a mis abuelas y tíos.
Unas veces lanzando bocanadas de agua (que luego supe provenían del tejado), temiendo siempre que arrojaran fuego o se convirtieran en horrorosos diablos (según me había reiterado un mal compañero…).
Llega mi corta etapa de monaguillo y, cada vez que tenía que subir a tocar las campanas (aunque procuraba no mirarlas, pero siempre lo hacía…), su presencia cercana cercenaba mi vista e impresionaba mi cerebro.
¡Cuántas veces soñé con aquellos terribles diablos!
Por el momento, nadie me explicó mucho más –o yo no lo recuerdo. Aunque sí sé que la gente les llamaba “lobos”.
Hasta que volví a contemplarlas en los libros de Arte, ya en Plasencia. Observando que abundaban por doquier: ya fuera en los textos, en la iglesia de San Nicolás o en la propia Catedral Nueva. Y fue entonces cuando les perdí el miedo (unido a la edad…). Y cuyo fin era el de rematar los canalones de los tejados, para desalojar el agua de los edificios lejos de los muros de los mismos, cumpliendo además con finalidades estéticas. Sistema que comenzó con el Románico, continuado con el Gótico (que reutiliza materiales anteriores, como es nuestro caso).
Ya en la Universidad, entré en contacto con la mitología, tratados y simbología de las mismas. A la vez que contemplaba y analizaba las que abundan en Cáceres.
Que rematé más tarde con la ayuda de Samuel Rodríguez y mi amigo Paco Calle (un experto en la materia, con numerosas publicaciones sobre ellas). Y, gracias a sus imágenes ampliadas, pude contemplarlas y analizarlas más cerca; y analizar sus conclusiones.
Y fue entonces cuando, lo que en mi niñez era terror, se había trocado ahora en admiración (como sucederá con más de uno de ustedes).
Dieciséis son las gárgolas montehermoseñas, doce en los aleros del tejado y cuatro rematando la torre. Entre la primera docena, dos coronan la cumbrera de la puerta principal, cuatro el lado meridional (calle Cisneros), tres el ábside o cabecera y otras tres el lateral septentrional.
Como en el resto de templos góticos europeos, muestran una caracterización individualizada en cada una de las esculturas, presentando diversos seres, en su mayoría antropomorfos con ciertos detalles zoomorfos, singularizados y no repetidos a lo largo de las cornisas de la iglesia. Sí se repiten, sin embargo, las poses o actitudes de algunas de ellas, entregadas a actos erótico-onanistas tanto masculinos como femeninos, reunidas éstas principalmente sobre el muro de la epístola (lateral de la sacristía o Cisneros) de la parroquia, así como en la portada y cabecera del templo, englobándose en su totalidad en la que sería la mitad derecha del monumento. Es la gárgola derecha de la portada, de las dos que en este lado de la iglesia decoran la entrada principal al inmueble, la que se presenta al espectador al llegar ante el edificio sujetando o acariciando gratificantemente con sus manos un enorme falo que, a juzgar por las muecas placenteras que parece querer reflejar el rostro de la gárgola, premia a su portador con amplio goce carnal. Pudiera confundirse el falo con un rabo de animal; o incluso con el palo de alguna escoba que, como bruja, sujetase el sujeto. En todo caso sus actos pecaminosos, onanistas o no, serían los que conllevarían la aparición de pezuñas en vez de pies al final de las piernas del sujeto y como instrumento de sujeción de este individuo al muro, en clara alusión a su conversión en animal y condenación pecaminosa fruto de sus faltas y desviación de la doctrina cristiana. La gárgola izquierda, por otro lado, se encuentra en mal estado de conservación, aunque la idéntica figuración de pezuñas por pies y una controvertida pose en que pudieran adivinarse las manos tentando los pechos de este individuo, permitiría atribuir semejanzas entre ambas gárgolas de los pies del inmueble, así como parecidos entre esta última con otras gárgolas femeninas de corte erótico ubicadas en el lado de la epístola de nuestra iglesia.
Las tres de la izquierda (lateral de la torre y casa parroquial), aunque son bastante ambiguas, parecen representar la conversión del hombre en animales o diablos, por culpa de sus pecados.
Resumiendo, es evidente su intención moralizante e instructiva, con el fin de alejar los males, el pecado, los vicios, la lujuria; que nos convertirán en horribles seres, animales o demonios.
Las cuatro de la torre representan a los tetramorfos, los cuatro santos evangelistas: S. Mateo (representado por un ángel), S. Marcos (el león), S. Lucas (el buey, la más clara) y S. Juan (con un águila). Pero también observamos cierta ambigüedad en algunas de ellas.
Seguiremos informando…