DE NUEVO EL TENORIO EN SAN JAVIER. (MURCIA)
Oct 10 2024

POR FULGENCIO SAURA MIRA, CRONISTA OFICIAL DE ALCANTARILLA Y FORTUNA. (MURCIA)

La villa de San Javier es sin duda una de las más activas en actuaciones culturales que se van programando a lo largo del año sobresaliendo por sus festivales de verano y la representación del Tenorio en su cementerio. Dos eventos que hablan por si solos de la categoría del municipio  y su repercusión a nivel universal. Y ello lo es por la inquietud de su Ayuntamiento en programar actos que identifiquen a la bella playa y le otorgue el marchamo y categoría que requiere. No puede ser mejor su clima, la convivencia, sus veranos inigualables llenos de color y belleza donde la Manga del Mar Menor impone su talante, atrae a veraneantes de toda España y el extranjero.

Pero es que en cualquier época del año San Javier concita a quienes anhelan encontrar la serenidad del alma y vivir horas de deleite. Los ediles del consistorio comenzando por el alcalde Miguel Luengo y el director de los festivales David Martínez ponen su mejor empeño en dar cuenta del patrimonio cultural de la villa.

No podía ser de otra forma que al llegar octubre se retomen de nuevo los flujos románticos de la novela de Zorrilla con la presencia de Don Juan Tenorio y representación del drama tan popular cuyo escenario es precisamente el cementerio de la villa que en esta fecha se convierte  en cita obligada de propios y extraños, pues acaso sea uno de los municipios que tratan este tema universal en tan solemne lugar entre las lápidas y cruces que dan testimonio de lo que es el hombre, un espacio para sentir entre las sombras de los cipreses y tumbas un tanto del más allá y resignarse a la verdad del ser que habita la tierra, valle de lágrimas que se extingue como un vahído, y al mismo tiempo, como el personaje donjuanesco, tener la oportunidad de contrición de su alma pecadora.

No podría ser mejor ese espacio espectral de tinieblas donde se delatan las figuras de Don Juan entre las  de doña Inés y la estatua de don Gonzalo en un haz de efectos visionarios dentro de un decorado del más profundo romanticismo.

Y es que de nuevo fiel a su destino Don Juan Tenorio se cita en tan deliciosa villa en este mes otoñal que deja clamores románticos en el alma, cuando octubre marcha con sus pasos agigantados cubriendo el suelo con las hojas de los árboles que como lágrimas cubren el cementerio de San Javier que espera la contrición del burlador enamorado de sí mismo.  Personaje que forma parte del imaginario colectivo, tan seductor como canalla que solo le interesa aumentar su lista de mujeres conquistadas despreciando la dignidad de los sentimientos conculcados y  que al final se desprecia a sí mismo y busca su perdón  en una acción de necesidad que no justifica su actuación de mundanidad. Pero los efectos de ello quedan fortaleciendo o no la capacidad de entendimiento del pueblo que desde la representación del drama se hace Tenorio rememorando su figura en estas fechas  tan entrañables. Un personaje que como Segismundo o Pedro Crespo, entra en el parnaso de la literatura española.

José Zorrilla (1817- 1893) concibe el tema desde su concepción romántica ahondando como dramaturgo en la esencia del pueblo al modo de Lope, recogiendo los impulsos que habitan en el ser humano que por muy contrastados y perniciosos dejan un resquicio de arrepentimiento al final de su dilatada vida de egoísmo acendrado. Hay destellos de bondad en el hombre pese a su perversa capacidad de soberbia y no conviene perder su alma del todo.

Es el don Juan  que como del “burlador” de Tirso vive de las apariencias en un constante  de Carpe Diem, que en Zamora derrama vulgaridad y que en Zorrilla se hace más hondo en esa dialéctica concebida desde el bien y el mal, pues como dice Valbuena Prat “sobre este matón exhibicionista se alza un alma capaz del amor y de la redención..”, que lo significa de versiones precedentes. El autor de las leyendas románticas abre en la obra del Tenorio un mundo de gestos en sus personajes tan dispares como el gracioso Ciutti, Brigida, doña Inés, don Gonzalo, que conmueve al espectador, se involucra en sus reacciones, le provocan gracia o lo someten a reflexiones profundas relacionadas con su destino final, pero todo desde una versión de la realidad enfocada ya en los escritores del Siglo de Oro.

Don Juan, el machista, matón, burlador y contrito entra en la esencia del ser español que de un lado se agarra al diablo y de otro pone una vela a su Cristo venerado. Es la antinomia, sus desafueros  contenidos hasta que alguien como del Comendador le abre los ojos a la verdad.

Don  Juan Tenorio, ese hombre que “vive deprisa, sensual, valiente y sin escrúpulos, entregado al goce del momento” como dice  Karl Vossler vuelve a pasearse  por  el cementero de San Javier cuando todavía el clima veraniego  deja sonidos de olas marinas y veleros blancos sobre el mar azul y su Camposanto reposa junto al camino. Un cementerio de hombres ilustres que duermen el sueño eterno, de gentes sencillas, agricultores, molineros, pescadores que dejaron su vida este espacio sagrado, se redimieron y ya entran en la Jerusalén Triunfante, en la paz divina.

En este lugar de recogimiento se va a representar el drama de Zorrilla, vuelven esas figuras de fantasmagoría abismadas en sus espasmos de contrición, arrepentimiento, conmoverá la trama chulesca, celestinesca y graciosa frente al dolor de   la engañada doña Inés, incluso gozaran de la grotesca escena del sillón pero verterán lágrimas y  sentirán un relámpago en el alma al enfrentarse con las sombras y silencio de los panteones, mas cuando  se ofrezca a sus miradas la escenas  más honda del “Banquete macabro”.

Y allí, cuando el crepúsculo deja sus lánguidos rayos sobren los cipreses y apenas se asoman  sus gentes a las calles, donde se remansan las cruces de las tumbas; se va a desarrollar  la tragedia del amor y de la muerte, van a pasar entre las sombras de las sepulturas las figuras que integran la obra de Zorrilla, que desde 1844  se viene representando, un texto cuajado de romanticismo que el autor de Traidor, inconfeso y mártir, vende al editor Manuel Segura por la cantidad de 4.200 reales para poder seguir viviendo. Una obra que no cesa de  representarse en los escenarios españoles como una tradición más en este momento del calendario.

Y sí que fue su Don Juan Tenorio una obra que penetra en el sentimiento del español que ríe y llora con sus desmesuras, se encuentra bien con los actores que componen la farsa, dejando cada personaje su mensaje en el público capaz de sorprenderse con el dialogo entre el protagonista y Luis Mejía, de solazarse con la escena del sofá y los flujos de la “ apartada orilla”, deleitarse con las palabras de doña Brigida o apurar la gracia de Ciutti, el gracioso de nuestra escena. Todo ello mientras se desliza entre silencios y misterio todo el argumento de la obra que finalmente pone en trance al mismo embaucador, para, en el último término dejarse llevar por el amor a doña Inés y expurgar su culpa en una secuencia de teología  que nos lleva a los autos calderonianos. El hombre que vive intensamente su sensualidad sin holgura ninguna, finalmente se somete al designio divino.

Y he aquí que todo este drama que llega al hombre intelectual y de la gleba, se acopla al cementerio de la villa de San Javier donde los actores que podemos ser cada uno de nosotros,  el silencio del lugar, el contraste de sombras, las velas que los niños portan en la compungida procesión como la figura de la Virgen del Carmen protegiendo a las Animas del Purgatorio; todo ese variado complejo de  seres que se incrustan en el ambiente de fosas y trémulas luces, componen un cuadro de auto sacramental que sorprende y anuncia la tragedia donde el amor vence al final.

Todo ese coro de luces y música, de siluetas que se esfuman en una espuma de fantasmagoría, refleja una alegoría de la muerte, semeja esa ribera donde la barca de Caronte lleva al último humano que busca su descanso en esta cima de la eternidad,  se nota entre la bruma esas figuras de la muerte que danzan en los confines de pueblo.

El cementerio de San Javier otra vez va a estremecer  con la eterna función del Tenorio a las miradas   de los que en la noche fáustica dejan que hable el silencio y les sacuda el influjo del arrepentimiento  transportados por el misterio sublime del instante, hasta que, con el finalizado aliento del más allá retengan en su corazón lo que significa la levedad de la vida y recuerden el verso de Sor Juana Inés de la Cruz

“Verde embeleso de la vida humana, loca esperanza, frenesí dorado, Sueño de los despiertos, intrincado, Como de sueños, de tesoros vana”.

FUENTE; F-S-M-

 

 

 

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