POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA.
Buscando restos del románico primitivo, he llegado al embalse de la Tajera, arriba de Cifuentes, y en su orilla he encontrado, aislado y en silencio, un edificio que evoca con fuerza los siglos medievales. Ya estudiado antes por otros, en todo caso la ermita tiene la fuerza suficiente como para que la destaque hoy aquí, haciendo de ella una “lectura de patrimonio” que bien se merece.
Aunque más de una vez me he llevado reprimendas (siempre leves, aunque nunca cariñosas) de las autoridades autonómicas cuidadoras del patrimonio, por hablar de lugares perdidos y alejados, abandonados siempre, pero proclives al expolio, voy a repetir fazaña comentando hoy lo que he visto en un lugar sumido en el más absoluto silencio, difícil de alcanzar, y en la orilla luminosa del embalse de la Tajera, término de El Sotillo, y al que se conoce con el nombre de Ermita de Aranz. Sí, un apelativo que hoy pensamos euskera, y que significa “espino”. Un apelativo que, lo más probable, es que fuera en su origen celtibérico, y que lo mantuviera desde remotos siglos, más viejos incluso del nacimiento de ese idioma hoy institucionalizado como euskera, y que no es otra cosa que el celtíbero antiguo, preservado.En un lugar al que se conoce como Barranco del Reato, en un alto, se levantó este templo que era la iglesia nutriente de un pequeño poblado llamado Aranz. Se llega hoy, con relativa facilidad, y en automóvil todo-terreno, desde El Sotillo, siguiendo unos caminos que pueden visualizarse sin mayor problema a través de la aplicación “mapas de Google”. La iglesia está hoy asentada sobre una breve pradera, rodeada de las aguas del embalse de La Tajera.
Lo que hoy vemos como ermita aislada, y que en la Edad Media fue templo acogedor de la vida religiosa y ritual de una pequeña comunidad campesina, tiene un estilo románico y fue erigida en el siglo XIII. De planta alargada, su cabecera está orientada al Este, y sus pies al Oeste. El muro Norte es en el que se abre la puerta de acceso, y el Sur está completamente cerrado. Una estructura nada tradicional.
El ábside es de planta semicircular, precedido de un breve presbiterio recto. Todo él construido de mampostería, al centro de su muro se abre una pequeña ventana abocinada, de estética románica, pero hoy cegada. Esa cabecera tiene además una cornisa de talladas piedras en las que aparecen los canecillos de tipo geométrico, lisos. Nada se ve en el edificio que suponga iconografía de ningún tipo, ni vegetal ni antropomorfa. La esencia del románico queda evidente en este lugar, ascético y con un mensaje de sencillez unánime.
La portada, compuesta por dos arquivoltas de medio punto, rematadas en una chambrana moldurada, con una arquivolta simple al exterior, y otra abocelada y acanalada algo más trabajada, vienen a apoyarse sobre unos capiteles toscos, casi amorfos, que se apoyan a su vez en sendas jambas. La portada se cubre hoy por un atrio cubierto y tejaroz que apoya en gruesos pilares.
El interior solamente consta de una nave, los muros de piedra, y la cubierta de madera, formada por par y tirantes. Todavía mantiene, en signo de pureza constructiva, toda la nave adosado en su parte baja un banco corrido de piedra, donde se sentaban los fieles. Es muy bonito, a pesar de su sencillez, el arco de triunfo, tallado en sillares bien labrados, que da paso de la nave al presbiterio. Es un arco de medio punto doblado, sencillísimo, que apoya sobre sendos capiteles bien tallados mostrando hojas de acanto clásicas. Bajo ellos, las columnas, perfectas de talla, sobre collarinos y basamentas que las realza. Tras un corto tramo recto que ejerce de presbiterio, el ábside breve se cubre de una bóveda de cuarto de esfera, recorriendo la cabecera una línea de imposta moldurada similar al arco de triunfo.
A los pies de la vacía nave, permanece la pila bautismal original, del siglo XIII también, bastante deteriorada, pero que nos hace pensar en la belleza geométrica que supo contener en su inicial día. Porque aún se vislumbran cubriendo su oronda copa algunos motivos florales, hojas simples, puntas de diamante y molduras en zig-zag. Muy escueta de adornos, en todo caso recuerda a las sí conocidas pilas de los pueblos colindantes, El Sotillo y Las Inviernas, que posiblemente recibieron el tratamiento escultórico de un mismo equipo de tallistas.
Allí estuvo la imagen románica de la Virgen de Aranz, que pude ver hace ya muchos años cuando me la mostraron (todavía estaba cubierta de ropajes barrocos) en la iglesia parroquial de El Sotillo. Esta es una de las mejores imágenes de escultura románica que quedan en la provincia, y que supieron captar el mensaje de maternidad sagrada poniendo a María como trono de su hijo, Cristo niño. Esta talla, que ha recibido una exquisita restauración, y ha sido mostrada en numerosas exposiciones de arte por toda España, reconoce el mérito de haber sido creada para esta que hoy es ermita perdida en el monte de Aranz. Ella es la titular de ese apelativo, y cuando la gente del Sotillo me la enseñó, y me dijo cómo se llamaba, al yo decirles que Aranz significada Espino en euskera, me dijeron: “¡Claro, es que esta virgen se apareció a unos pastores entre las ramas de un espino!”.
La tradición iconográfica de la que nace esta imagen es sin duda europea, más concretamente francesa, y ese formato sería traído por los monjes benedictinos, y sobre todo cistercienses, que a lo largo de los siglos XII y XIII fueron viniendo a poblar los cenobios que, en la frontera con Al-Andalus, iban creando los monarcas castellanos, para afianzar el control del territorio fronterizo. Similares debieron ser las vírgenes que, dando título a sus respectivos monasterios, hubo en Monsalud, en Óvila, en Sopetrán, En Bonaval incluso… Sentada en un sitial entronizado, la mano derecha de la Virgen de Aranz está vacía, aunque es posible que portara una bola del mundo, como símbolo de autoridad y poder, con una flor de lis o una rama de espino en ella clavada, y con la mano izquierda sujeta de forma un tanto forzada a un Cristo Niño demasiado aparatoso en relación con su madre. El niño pone sus dedos índice y corazón, en alto, bendiciendo, y en la otra mano lleva un libro, el Evangelio, dándole calificativo de ·El Niño de la Sabiduría”. Lo curioso de esta talla son las coronas, simples, muy medievales y regias, que ambos personajes sujetan sobre su cabeza.
Todavía se hace una romería hasta esta ermita, el domingo anterior a la Ascensión, y el edificio se abre y puede visitarse. El resto del templo, permanece cerrado. Pero lo que más me ha llamado la atención es lo bien conservada que está, la ausencia total de cualquier otra edificación en su torno, y el aspecto que ofrece desde la otra orilla del pantano de La Tajera, porque incluso, según se mire, se ve el templo reflejado en sus altas, cuando estas están altas, cosa que ahora no ocurre. Me sigue pareciendo un milagro que este templo se mantenga en pie, y nos transmita con tal capacidad y fuerza evocadora, la vida que en su entorno palpitó, en los remotos siglos medievales.
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