POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Fue el Dr. Siro Arribas Jimeno mi catedrático de Química Analítica en la Facultad de Química de Oviedo.
Gran investigador y excelente profesor, introdujo una «marcha analítica de cationes» utilizando complexona III (etilendiamintetraacetato de sodio) en vez del clásico ácido sulfhídrico, tóxico y de pésimo olor.
En ese nuevo proceso analítico el antimonio le creaba problemas y él, un poco desesperado, lo calificaba como «el maldito catión».
Un día, en clase, yo tomé el asunto a broma y en vez de apuntes, como era mi deber, escribí esta quintilla:
«¡Maldito antimonio! No seas falsario.
Si al buen estudiante que en tu busca va
te muestras esquivo, fugaz, solitario,
le das mil patadas en el tafanario,
que el vulgo conoce por el ‘trianlará’.»
Quintilla que tiempo después fue el germen de una gran amistad entre don Siro y yo.
La primera vez que tomé contacto con la rara palabra TAFANARIO fue leyendo a Valle Inclán (1886-1936).
Cuenta el famoso autor gallego de las Sonatas que en cierta ocasión saliendo el general Narváez (1800-1868), primer duque de Valencia y conocido como «El espadón de Loja», de despachar con la Reina Nuestra Señora doña Isabel II, le espetó a su secretario esta frase: «La Reina se merece una buena patada en su real tafanario…»
Fui al diccionario y supe que TAFANARIO significa «posaderas». Es decir, las NALGAS, el TRASERO, el CULO en su sentido más amplio.
Por tal razón, cuando veo en carnicerías ofertas de «cuartos «traseros de…» siempre me entra un cierto repelús de rechazo.
Lo mismo me sucede cuando llaman «obispillo» a esa prominencia supraanal donde las aves insertan el plumaje de su cola. Comprendo que tiene forma de mitra episcopal, sí, pero, ¡caray!, puesta sobre el tafanario… es mucha metáfora.
Hablemos, pues, de muslos y zancas de pollo que guisaremos en «relleno».
Se separan muslo y sobrezanca y con cuidado de cirujano o experto embalsamador egipcio del tiempo de Tutankamon, se deshuesan adecuadamente.
Se aplasta la carne con la mano para extenderla un poco y sobre ella se disponen una loncha de bacón (cerdo ibérico) y otra de jamón (cerdo astur celta para que no haya competencia). Se cierra cada pieza atando con hilo de cocina para que tome su forma primitiva y seguidamente se guisan al modo acostumbrado, sumando al guiso unos champiñones pasados por la sartén.
Se ofrecen, ya desatados muslos y contramuslos, en platos individuales o en fuente, bañados con su salsa.
En la foto, mi «guiso muslero» para este «finde», como dicen los cursis actuales.
Yo prefiero decir, ¡Hala, Colunga!