POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA).
Listo para la presentación de este sábado en el Real Sitio.
El escritor e historiador Eduardo Juárez cuenta en su última novela, ‘Diario de un cronista apestado’, su experiencia hospitalizado durante 21 días por covid.
No le gustaban los torreznos: no son “sanos”. Pasó seis días viviendo “boca abajo” en el Hospital General de Segovia. Y esto le hizo cambiar de opinión. Entre tanto dolor, se acordó de ellos. Pensaba que iba a morirse sin probarlos. De ahí que lo primero que hizo cuando le dieron el alta a los 21 días de ingreso (desde el 16 de marzo hasta el 7 de abril de 2020), fue comerlos. El covid obligó al escritor e historiador Eduardo Juárez a convivir con la muerte. No hacía ejercicio de conciencia: no le preocupaba lo que no había hecho antes. Sino lo que no iba a poder hacer. Desde entonces, no deja nada para mañana. Lo hace todo hoy. Ahora. Solo lo que le apetece. Aprendió a vivir “de forma inmediata”. Es esta la lección que ha sacado de una experiencia que lo “desahució” en varias ocasiones.
“Cuando hay una peste y tú la tienes, se te cae el mundo a los pies. “Yo no tengo esto, es un resfriado”
Esta vivencia la narra en su última novela, ‘Diario de un cronista apestado’. Hacer este diario era una “necesidad”. Puede parecer una persona más de las tantas atacadas por el virus. No lo es. Al Hospital entró “hecho una miseria”, enganchado a una bombona de oxígeno. Y salió “de cualquier manera” para liberar una cama. Apenas podía andar. Tardó cuatro días en llegar al salón de su casa. Y casi dos meses en ducharse de pie.
Lo recuerda perfectamente. El 6 de marzo de 2020 participó en una mesa de debate en la Casa de la Lectura de Segovia. Tenía tos. Pero lo achacó a un “gaje del oficio”. Es profesor de las universidades Carlos III y UNED. También es colaborador de radio y televisión. Tiene experiencia en resfriados provocados por el ejercicio de su profesión. Sin embargo, eso no era un catarro normal. Tenía una tos “terrorífica”. Después apareció la fiebre. Y el malestar general.
Una médica de La Granja lo derivó al Hospital. Antes de hacerle siquiera las pruebas, le advirtieron de que sus síntomas eran al 98% compatibles con el covid. Así fue: estaba “contaminado”. “Cuando hay una peste y tú la tienes, se te cae el mundo a los pies”, asegura. En cuanto entró a la habitación, vio una batería de medicinas. Aún no había tratamiento. Le “enchufaron” todos los antivirales “que existían”: contra la malaria, el tifus o el sida.
Cuando le dieron la noticia, sobrevolaban infinidad de sensaciones sobre su cabeza. Primero tuvo que atravesar una fase de negación: “Yo no tengo esto, es un resfriado”, se decía a sí mismo. No podía dejar de pensar en su trabajo. Incluso quería que le llevasen el ordenador. Después tuvo que afrontar la soledad “más absoluta”. Solo le dio tiempo a escribirle un mensaje a su mujer y decirle que estaba en la cuarta planta. Ella lo esperaba en la entrada del hospital. Pero Juárez no aparecía: ya estaba dentro de la “cárcel”.
Los sanitarios trataban de animarle. Ni siquiera podía mantenerse en pie. Les daba las gracias continuamente. Se estaban jugando la vida. Para atender a “una persona apestada”. De ahí que crea que la actitud positiva ante la enfermedad, es también curativa. Le alentaban a escribir un libro y contar lo que estaba viviendo. Es esta una de las razones que le llevaron a hacer la novela. Pero, sobre todo, porque necesitaba “sacarse” eso de su cabeza. Una vez que lo ha compartido, siente que se ha convertido en una “ficción”. En pasado. Ya no sufre cuando lo recuerda. Aunque lo cierto es que ha novelado la realidad.
Reconoce que es un “insensato” y que esto no le ha dejado secuelas psicológicas. Lo veía como un “testigo”. No es de extrañar si se tiene en cuenta que es el cronista oficial del Real Sitio de San Ildefonso. Uno de sus deseos es que la gente entienda “cómo se pasa” con ese bicho. Es profesor de historia militar. Pero nunca había imaginado nada así. “Estabas tumbado y veías a la gente morirse”, relata. Recuerda sus caras. Sus nombres. Incluso dónde estaban colocados.