POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Comentaba recientemente Pérez-Reverte sobre viajar confortablemente, sin muchas prisas “junto a la ventanilla de un tres, al otro lado de la cual desfilaba sin demasiadas prisas un paisaje…”, pero eso ya no siempre es posible. Hoy viajamos en trenes de alta velocidad, en aviones o vehículos por autovías, mucho más deprisa, por lo que no da tiempo a ver, mirar y admirar el paisaje. Hace unos días atravesé La Mancha en un santiamén. Antes me parecía más grande en su monotonía repetitiva, paisajes tan iguales con tan pocos accidentes geográficos o paisajísticos… tenías que desviarte y salirte de la “radial 4” para penetrar en sus esencias, o en esas ciudades grandotas como poblachones, que si no entras no ves lo que atesoran. Hoy, cuando quieres darte cuenta llegas a ese enorme cinturón de Madrid carente de esos valores de que hablamos. Y otra cosa es cruzar ese laberinto urbanístico, tan excesivamente urbanita como anodino.
Tengo yo ahora los itinerarios de viajes mermados, por cosas de la vida, pero habiendo sido bastante viajado, no termino de asombrarme de lo rápido que hoy hacemos km. y eso que procuro ser disciplinado con los límites de velocidad… He vuelto a viajar, esta vez a Galicia, por cuestiones terapéuticas y he sentido la misma sensación, la autovía monótona y cansina, jalonada de pueblos con torre, y que de pronto adviertes que has cruzado la meseta sin darte cuenta, que te pones en las montañas nevadas de León y en seguida, las de entre puertos en el límite con Galicia, y pronto también aparecen los verdes exultantes gallegos, entre brumas, bancos de niebla y lluvia intermitente como compañeros de viaje ¡Ha!, y las nieves en las cimas de las montañas, porque el temporal último se ha fijado en otras latitudes más al este, pero nieve había. Y me asalta el pensamiento, quizás en la vida ocurre igual, que todo pasa frenéticamente rápido, casi no da tiempo a mirar y ver tantas pequeñas cosas que dejamos en el camino sin disfrutarlas.
Estos días pasados he tenido la ocasión de visitar y ver con tranquilidad mi ciudad con varios amigos en distintos grupitos, viendo y mirando mi ciudad a velocidad lenta y reposada, haciendo un ejercicio de mirar con tranquilidad minuciosa esos pequeños detalles que, de otro modo, siempre nos pasan desapercibidos. Y digo sinceramente que he descubierto otra dimensión, eran como escenas a cámara lenta que nos mostraba otro aspecto de las cosas, una dimensión espacial distinta, otras proporciones no advertidas antes. Y me quedé pensativo como asimilando esta sensación que me embargaba con cierta sorpresa. Fue como un nuevo redescubrimiento, como descubrir una visión nueva y algo mágica… ahí estaban desafiantes las torres gemelas que asomaban entre las ramas de un árbol, ya desnudas de hojas que el otoño se había llevado pocos días antes, torres que me parecieron como más majestuosas y a la vez potentes, como elevadas y levitantes sobre una claridad de luz invernal y dorada. Me parecieron imágenes de lo más definitorias de nuestra personalidad. Pues sí, la monotonía hace estragos.
Ahí está INTUR, una de esas ferias de turismo en las que nunca estamos lo representados que deberíamos, entre el quiero y no puedo de los espacios caros de contratar, y los otros institucionales que siendo algo nuestro y compartido son un quiero y no me dejan… yo he sentido la carencia de algún folleto en esos espacios nuestros, de nuestra provincia. Unas veces porque no se han aportado y otros porque no había hueco… Aún así, estamos teniendo un momento positivo de afluencia de gentes, porque aún sigue teniendo tirón el recuerdo de Las Edades de “Credo”, que ya se ha dicho más de una vez, fue un antes y un después en el tema del turismo cultural, y también aún se aprecia con mucha satisfacción, por la parte que me toca, de ese tirón “Isabelino” desde la famosa serie de TVE, que sigue teniendo mucho atractivo.
Pues sí, mirando las cosas sosegadamente y con otros ojos, descubramos lo nuestro, la verdadera personalidad de nuestra ciudad, nuestro patrimonio y el mudéjar.