POR ANTONIO SÁNCHEZ MOLLEDO, CRONISTA OFICIAL DE MALAQUILLA (ZARAGOZA).
Mucho se habla hoy en día de la cultura y su mundo. Sin embargo pocos se atreven a reclamar una necesaria democratización de este singular espacio donde muchos se mueven a golpe de subvención y dónde no prima el saber sino el estar.
A medida que uno va cumpliendo años y, por lo mismo, viviendo experiencias -muchas de ellas desalentadoras- y conociendo algunos de los entresijos que rodean nuestro mundo, no es de extrañar que se apodere de nosotros cierto resquemor, indignación y desconfianza que, evidentemente, a los 20 años no se tiene.
Por mi carácter optimista y bien intencionado, tiendo a pensar que “todo el mundo es bueno” y que las cosas se hacen fijándose en un “bien superior”. Siempre lo he creído y me duele en ocasiones tener que dejar de creerlo porque con ello también va mermando la ilusión y la ilusión es tan consustancial con todo tipo de empeños y “locuras” que sin ella me resultaría imposible dar muchos de los pasos que he dado.
Hace muchos años cuando de niño conocí Mallorca me impresionó una frase del escritor y sacerdote mallorquín Miguel Costa i Llovera, que pude ver grabada visitando las cuevas del Drach y Artá, “un latido de ilusión vale por todos los siglos del reposo de las piedras” dicen que dijo el poeta y a mí me vale…
Sin embargo hoy no todo funciona por ilusión o beneficio de la colectividad… El mundo de la cultura en el que me he movido por mis actividades durante la mayor parte de mi vida, también se mueve por intereses más o menos ocultos. Y es que, “poderoso caballero es don dinero”.
En una sociedad que reclama permanentemente libertad pocos pueden decir, con todas las consecuencias, que lo son. La mayoría de las veces una subvención, el amiguismo, las pequeñas oligarquías culturales -muy notorias en pequeñas instituciones locales o comarcales- hacen que se pervierta el fin último de su existencia.
Todos los que nos movemos en estos círculos seguro que hemos tenido o hemos visto de cerca alguna experiencia de esas que quitan la ilusión y nos ponen al límite de tirar la toalla… y con la cultura no se juega.
Es hora de reivindicar la democratización de las instituciones ancladas en el pasado que, contra viento y marea, aún sobreviven. Si son úiles y abrazan los principios democráticos sobre los que pivota la sociedad que hemos creado, bienvenidas sean aunque se mantengan a golpe de ayudas oficiales provenientes de nuestros impuestos. Pero si han acabado convirtiéndose en clubs de amiguetes donde se silencia la crítica y se premia la mediocridad y encima lo hacen con esa ayudas de nuestros impuestos, es hora de decir, hasta aquí. Han dejado de cumplir su función y por lo tanto, nada tienen que aportar.
Si miramos a nuestro alrededor, no es difícil encontrar instituciones caudillistas, ancladas en el pasado, que sólo sirven los intereses de su dirigentes y amigos y sinceramente, no me parece mal que lo hagan -es humano-, pero desde su casa y con su dinero.
Muchos empezamos a estar hartos de ver cómo el mundo de la cultura se posiciona políticamente sin pudor, olvidando que ese no es su cometido, a cambio de unos eurillos públicos que les mantengan con vida y con la boca cerrada, igual que su creatividad. Las ayudan son necesarias, claro que sí, pero tanto el que las otorga como quien las recibe deben hacerlo sin contraprestaciones y sin coartar la libertad individual, la crítica y el rigor. Una cosa es el agradecimiento y otra muy distinta el servilismo.
Quizá habría que pensar en endurecer la legislación con respecto a las ONG’s, fundaciones, falsas academias, asociaciones y colectivos varios para someterles a estrictos controles no sólo de legalidad y económicos. que también.
Y enlazando con el comienzo de este artículo, ese bucear entre los entresijos de algunas instituciones y del mundo de la cultura, tan desalentador, como decía, las camarillas y vicios que imperan, los desaires propios o sobre terceras personas y ya decía Montesquieu, “una injusticia hecha a un individuo es una amenaza a toda la sociedad”. me ha llevado en los últimos años a renunciar a proyectos, a apartarme de iniciativas y a abandonar colectivos. Y ciertamente, eso y los años, me permiten ser cada vez más libre y opinar sin ataduras de cuanto observo.
Espero y deseo que la democracia llegue ya a las arcaicas estructuras de poder cultural, y con ella se prime el conocimiento y el rigor en lugar del amiguismo y la chabacanería, tan del gusto de nuestros gobernantes.
Si detesto cumplir años no es por envejecer, sino por evitar la carga acumulada de experiencias que, con el sentido crítico que imprimen limitan, finalmente, la espontaneidad, la ilusión y hasta la creatividad.