POR JOSÉ SALVADOR MURGUI, CRONISTA OFICIAL DE CASINOS (VALENCIA)
No resulta fácil, olvidarlo todo y empezar de nuevo, como nos decía José Luis Perales, en sus hermosas, románticas y sentimentales canciones siempre cargadas de verdad.
No resulta fácil, ver un pueblo vacío. No resulta fácil asomarte a la calle y no ver a nadie. No resulta fácil estar un día y otro día cerrados en casa. No resulta fácil saber cuál será el final de todo esto, y no resulta fácil saber si vamos a salir de ésta y cómo vamos a salir.
Este «qué y cómo», lo baso en la salud. Salvar vidas es lo importante, «yo me quedo en casa». Esa es la frase repetida, esa es la norma publicada. Todos estamos en casa, apenas salimos, los riesgos son altos, definidos e indefinidos, porque nunca sabemos dónde nos vamos a encontrar con el maldito virus que ha puesto en peligro el mundo.
Es triste y por supuesto no resulta fácil, salir a la calle y ver las luces de las fallas apagadas, no resulta fácil encontrarte con la esquina donde estaba planada la falla y ver que el monumento ha desaparecido. No resulta fácil recordar la fiesta y el bullicio de la semana anterior y la fiesta que se esperaba hasta el día diez y nueve de marzo, y encontrar silencio, vacío y soledad.
No resulta fácil ver las puertas cerradas, las calles sin tránsito, los parques clausurados, las escuelas silenciosas, los locales de ocio cerrados y el pueblo con las personas confinadas, la iglesia cerrada, las campanas mudas, salvo a la hora del volteo y el Ángelus, pero esa es la terapia instruida, ese es el camino que nos puede conducir a la luz.
En el interior de aquellos con los que me comunico vía telefónica, vía redes, siempre surge la pregunta ¿hasta cuándo? Pero ese hasta cuándo, viene precedido por otro pensamiento, «¿Quién nos iba a decir esto hace un mes, hace unos días?» Nadie y lo más cruel, si nos lo hubieran dicho, nos hubiéramos reído de aquel que lo profetizó. Que real y que triste.
¿Por qué pasan estas cosas? En pleno Siglo XXI, cuando el mundo se nos queda pequeño, cuándo vivimos subiendo y bajando de coches, de trenes, de aviones, cuando nuestra casa es el mundo, cuando el imperio de la globalización es la clave y cuando en un segundo hemos cruzado la tierra, nos llega el remedio impotente de quedarnos en casa, como única salvación.
Ésta crónica jamás desea ser escrita, siempre fue impensable que el silencio de las calles fuera la música de las fallas del año 2020, pero hoy día 18 de marzo, es la única realidad. Nuestra pequeñez es tan grande, que el único gesto de permanecer en casa nos hace fuertes. Esperar un nuevo amanecer sin que aparezcan síntomas de contagio es un reto, y convivir con los tuyos es la meta.
Horacio, en sus Odas, 2, 3, nos decía: «Aequam memento rebus in arduis servare mentem»: «Recuerda conservar la mente serena en los momentos difíciles». Es un momento difícil, hemos pasado de lo fácil a lo contrario, es un momento de sorpresas, cada mensaje es una noticia (o un chiste fácil, ya que el ingenio de agudiza en estas ocasiones), pero cada noticia puede ser una nueva alarma.
Casinos, mi pueblo vacío, como está el tuyo y el de todos; todos estamos vacíos y llenos de esperanza, pero la nostalgia en el pasado nos debe conducir a replantearnos el presente, pensando en ese futuro inmediato, en el «ahora» donde nada va a ser igual que antes.
Los ojos terrenos, nos hacen repasar la lista de lo que en unos días hemos sepultado, los ojos melancólicos, nos conducen a decir hasta luego a muchos momentos esperados, y los ojos esperanzados nos hacen ver que todo pasará. Lo más importante, que pase y que nos deje con vida, para poder regenerar este mundo, para poder seguir librando batallas, para poder trabajar con una mirada serena, ojos limpios, mente fresca, cabeza alta y dando de nosotros lo mejor, porque en este momento más que nunca se pone de manifiesto que los odios y los rencores, engordan ese virus que nos conduce a la muerte.