DESDE EL CERRO MORRIÓN
May 11 2021

POR CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTA OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA).

Postal ermita
desde olivos espalda

Una mirada desde la picota del Cerro Morrión, poblado con ricos olivares, engloba toda la ancha vega del río Guadalquivir, la autovía Madrid-Sevilla y el pintoresco pueblo de Villa del Río, nacido a la sombra de su castillo medieval.

A 52 kilómetros de Córdoba, la capital, se yergue este pueblo, plano, de trazado rectilíneo, con más de siete mil almas agrupadas todas en su casco urbano, con un pasado cargado de historia y con un fuerte potencial industrial en el sector olivarero y recientemente acrecentado con el de la madera.

Los olivos, las señas de identidad del monte, contemplan permanentemente la Villa, vigilantes del crecimiento poblacional y del desarrollo tecnológico a sus pies, como un águila contemplara su presa.

Una ruta para disfrutar de la vasta panorámica villarrense es subir al cerro Morrión y situarse en la espalda de la Ermita de la Patrona, y desde lo alto, volver la mirada para contemplar sin fronteras: la espadaña de la Ermita, los tejados rojos de los Grupos escolares y viviendas de las nuevas barriadas, bajo los cuales se abren asimétricamente las ventanas como ojos curiosos; la longitud de la vía, los huertos familiares, la campiña, los cortijos, etc. y como vigilantes del pueblo la torre de la Iglesia Parroquial, el Castillo y las erguidas chimeneas de las fábricas aceiteras de la Cooperativa Olivarera, Monte Real y Oleum S.A..

Las hermosas vistas de caseríos y olivares de los términos de Lopera, Marmolejo y Montoro, hacen este lugar un mirador excepcional de la Bética a donde llegan excursionistas para contemplar el campo rural o el plano de Villa del Río que, se dibuja corpóreamente desde la falda del montículo: alargado, caminero, besado en un gran meandro por el río Guadalquivir después de navegar tranquilo bajo los puentes de hierro y de la autovía.

La Aldea, que en sus comienzos debió parecer un islote medieval, se fue formando en el promontorio donde hace meandro el río Guadalquivir, en la fértil vega que se desparrama desde los pies de la ermita de su patrona María Santísima de la Estrella, y se detiene –alrededor de su castillo medieval- para no caer en el brioso cauce del Guadalquivir. Aquí nació y creció una de las villas más bellas de la provincia cordobesa en tiempos de Fernán Ruiz de Aguayo, a quien le fue adjudicado el término, en premio a sus méritos militares, por el Rey Fernando III después de reconquistarla a los moros en 1236.

Su Castillo tiene, según algunos historiadores, raíces romanas, lo que hoy vemos de él fue construido sobre el siglo XI para mantener la frontera que los árabes tenían de sus dominios entre los reinos de Córdoba y Jaén y para controlar el transporte fluvial de maderas desde la Sierra de Cazorla hacia el Atlántico. Es el testigo mudo –porque los castillos sólo pueden hablar en las películas de Walt Disney-. ¿Quién sabe si en la riada de 1821, el Guadalquivir, no se llevó también la historia de este monumento entre la documentación anegada del Ayuntamiento? Pues no encuentro documentación que informe del alarife ni de las fechas del inicio y finalización de las obras.

Después de la expulsión de los árabes, el camino que atraviesa la villa se convirtió pronto en paso seguro entre la Mancha y Andalucía Meridional, y los escasos pobladores de la Aldea, lo acomodaron con ventas y mesones para el reposo obligado de viajeros y comerciantes, lo que originó en la misma un asentamiento y aumento paulatino de población, y la creación de un ambiente de trabajo y prosperidad antes desconocido, que con el paso del tiempo daría lugar a la implantación de instalaciones manufactureras de hilados y tejidos, así como a la construcción de numerosos molinos para la trituración de aceituna y obtención del aceite.

En la segunda mitad del siglo XIX su población fue favorecida comercialmente con el tendido del ferrocarril en la línea de Madrid a Córdoba por la compañía de Madrid – Zaragoza y Alicante, y en su término, partido por la línea férrea, quedó marcada una diferencia entre el llano cerealista con la ubicación urbana y el cerro, que desbrozado se destinó a la plantación de olivos.

Villa del Río, con una antigua tradición agrícola basada en el cultivo de cereales y olivos, y una ligera incursión en el ramo textil, inicia un nuevo esplendor y ha saltado al estrellato comercial en el último tercio del siglo XX con el florecimiento creciente de naves industriales dedicadas a la fabricación de toda clase de muebles para el hogar y oficinas. La Excelentísima Diputación Provincial a través del Área de Promoción Socioeconómica lo distinguió con el título de La Villa del Mueble, en reconocimiento al trabajo, empeño y laboriosidad de un puñado de hombres que han dedicado su esfuerzo en descubrir modelos y diseños de confort en la nomenclatura de la madera y cuyo esfuerzo se ha visto recompensado en los mercados tanto nacionales como internacionales.

Villa del Río, que, se ha convertido en todo un símbolo de prosperidad industrial y que diariamente es visitado por ejecutivos del ramo, invita al visitante a que haga un recorrido por sus calles, que son espléndidas, y a que se deje influir de las excelentes relaciones humanas de sus habitantes que, gustosos les enseñarán los atractivos de la localidad: jardines, instalaciones deportivas, museos, etc.

Villa del Río, considerado por sus habitantes como “la Estrella de la ruta de los pueblos blancos” es, contemplado desde el cerro Morrión, como la sombra de una paloma en vuelo. Una paloma que, atraída por la fertilidad de la pradera, ha bajado a beber agua del río Guadalquivir y se ha parado, con las alas extendidas, justo en el centro de su término territorial.

FUENTE: CRONISTAS

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