POR JOSÉ SALVADOR MURGUI, CRONISTA OFICIAL DE CASINOS (VALENCIA)
Decía Joel Brown «Lo único que se interpone entre ti y tu sueño, es la voluntad de intentarlo y la creencia de que en realidad es posible.» De esto, hace un año escaso: dos, tres compañeros de Instituto, nos lanzamos a intentar reunir a aquellos jovenzuelos y jovenzuelas que en 1973, en el siglo XX, empezamos a convivir en un recién inaugurado instituto que enseñaba las diferentes materias regladas en el Plan de Bachiller Superior, a los alumnos de los pueblos de la entonces Comarca, hoy Camp de Turia y parte de la Serranía Valenciana.
Y así fue, en un grupo de esos de las redes, nos unimos sobre ochenta personas, el pasado mes de julio se organizó una comida de fraternidad, y de allí nació un viaje a Fez, a la casa de un compañero, que nos abrió las puertas de su casa y de su noble corazón. Y hace unos días, maleta en mano, mochila en la espalda, melenas al viento, y sombreros en su sitio, nos subimos en ese corto vuelo, que une Valencia con Fez.
Una experiencia inolvidable, parecía volver a empezar, recordar aquel viaje de fin de curso, que el destino era Mallorca, pero no en esta ocasión era diferente, aquellos niños dejaron su juventud en Mallorca, para vivir su madurez en Fez. Fez ciudad imperial, nos acogía con tanta tranquilidad que en el aeropuerto, nada más bajar del avión ya pudimos comprobar que el viaje estaba inundado de calma y de paz. Sin prisas, sin estridencias, sin agobios, pasamos los diferentes controles y dejando atrás un moderno aeropuerto, encontramos un cielo limpio, despejado y luminoso que marcaba el camino. Y así descubrimos la ciudad.
Éramos hombres y mujeres maduros con espíritu de alumnos aventajados que van a descubrir el mundo, que se sientan juntos en una mesa, se ríen al descubrir los menús desconocidos, que han solicitado y que detectan que se lo han de comer porque es lo que hay. Eso sí, aderezado de cariño, de calma y de ganas de hacerlo bien.
Fez es una ciudad que te atrapa, sus calles estrechas te invitan a acariciarlas con tus brazos extendidos, sus comercios son tan atractivos como seductores, los precios tienen el encanto de no ser verdaderos hasta que consigues que el fiel de la balanza marque un precio ecuánime, y los sentidos se alimentan con olores, colores, sabores que de un modo indescriptible te roban el tiempo que se troca en diversión. Fez nos dio ese trozo de gloria, de quedar suspendidas las agujas del reloj.
Sin estrés, con alegría, alimentando la vista y dialogando como niños, recorrimos la ciudad, pudimos entrar por la puerta verde, que se torna en azul, degustar los dulces de miel, comprar pan sin levadura, beber té con hierba buena, saludar y sonreír a aquellos comerciantes siempre dispuestos a vendernos desde aceites y jabones olorosos, hasta las más eróticas esencias para «ayudar» en la vida conyugal, provocando las risas y carcajadas de aquellos que sin serlo nos hacíamos pasar como matrimonios bien avenidos. Toda una experiencia.
Días de convivencia, andar por las Murallas de su antigua Medina, visitar el barrio y Cementerio Judío, para ir a Volubilis, y empaparte de las ruinas romanas, tienes que hacer una parada para ver el pantano, te ofrecen para comer granadas, y juegas a fotografiar al niño con pies descalzos, que con el pequeño asno, te tiende su mano para recoger la limosna.
Ves desde lejos la variedad de vivos colores que coronan Meknes, y puedes comer en aquella plaza convertida en exótico mercado, donde la majestuosa avestruz te busca para hacerte la foto, o los monos por encima de la verde jaula, te invitan a contemplas sus monadas, y hasta el amable vecino te ofrece una voluminosa serpiente al objeto de hacer la foto y acariciar al blanquecino ofidio, todo te invita a dar un salto en la historia. Aquella mesa larga de los diez y ocho alumnos era una continua fiesta viviendo cada acontecimiento inesperado y los gatos multicolores, esperando los restos del opíparo menú, mientras algunos compañeros compraban algo dulce para el postre.
Digo este número porque éramos los turistas que vivimos la aventura, pero hay que restar un alumno y añadir una profesora, también nos acompañó la querida y recordada profesora de Ciencias Naturales. No se podía pedir más, alumnos y profesora, sin medir la edad ni el tiempo, porque Fez supo seducirnos, atraparnos en sus piedras, beber de la sabiduría de su Universidad, acariciarnos con la elegancia de la casa de un amigo que cada noche con el rumor de la oración y el canto de un gallo madrugador nos mecía en ese abrazo cariñoso alrededor de una mesa que con una fría cena preparada por nosotros, abrazábamos la noche.
Una compañera tuvo la brillante idea de hacer una libreta para escribir el diario, sensaciones, lo que cada uno sintiera en su interior y quisiera expresarlo por escrito, seguramente esta crónica formara parte de esa historia, pero lo que jamás podrá olvidar cada uno de nosotros, es lo vivido, lo gozado y lo compartido, porque si fuimos grandes cuando éramos pequeños, hoy somos pequeños jóvenes, atrapados en grandes enamorados de aquellos momentos vividos en las paredes de un glorioso Instituto que nos hizo ser acreedores de ese pasado, presente y futuro que todos hemos vivido.
Decía Plinio el Joven en sus Cartas: «Tanto brevius omne, quanto felicius tempus», «Cuanto más feliz es el tiempo, más breve es», Fez: abrazo de amigos, Fez: recuerdos de niños, Fez: amante imperial de la historia, Fez: gratitud incontable de encuentro dichoso; Fez, no cierres jamás tus puertas a aquellos jóvenes que te contemplaron estudiando Historia, y después de cuarenta años les deleitaste con tus encantos. Y gracias a quien nos abrió las puertas de su corazón. Seguramente la mente tiene el propósito de volver.