
POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Fue en el año 1962 cuando empecé a ejercer como médico, en Andalucía y, desde esos momentos me he visto envuelto en toda clase de epidemias y pandemias, con incontable número de afectados y, por consiguiente, con bastantes fallecidos.
Las condiciones en las que trabajábamos los sanitarios, eran muy precarias y los medios de comunicación muy penosos y rudimentarios. Se ignoraba la virulencia de aquellos enemigos invisibles, no disponíamos de Centros de Salud ni Hospitales adecuados y, por consiguiente desconocíamos la forma de hacerles frente: carecíamos de los medicamentos pertinentes y apenas teníamos vacunas que previnieran los efectos de tan perniciosas epidemias y pandemias. Por tales motivos, hacíamos cuanto sabíamos y podíamos; pero eso sí: «siempre estábamos a la cabecera de nuestros pacientes y juntos a los familiares; con la finalidad de darles el calor y el consuelo de la esperanza. Sí, amigos, «allí estábamos».
Desde principios de este año 2020 en España, desde el mes de marzo, estamos padeciendo una pandemia provocada por el Covid-19 y, ante la gravedad de la misma, la divulgación por todos los medios de comunicación- a veces excesiva y manipulada- y la desacertada actuación de algunos políticos, llevamos varios meses, desde marzo de 2020, desorientados y sin saber que hacer, ni como movernos, ni donde refugiarnos. Nos dicen los epidemiólogos entendidos que debemos confinarnos en casa con la finalidad de no contagiarnos y, de esa manera, evitar transmitírselo a los demás.
Desde un principio, todos los profesionales que trabajabais en el campo de la Sanidad; bien en Hospitales o en Centros de Atención Primaria, empezasteis a trabajar sin descanso; con una profesionalidad que nos enorgullece a todos quienes hemos ejercido la labor de médicos. Esa actitud profesional fue reconocida por la ciudadanía.
Trabajasteis a destajo y sin descanso y, como consecuencia, gran cantidad de profesionales de la sanidad contrajo dicha enfermedad y, lamentablemente, el número de fallecidos fue mayor del esperado.
La situación, durante el primer brote de la pandemia, iba de mal en peor y la sociedad reconoció la profesionalidad de todos vosotros y, como consecuencia, todos los sanitarios recibisteis el aplauso de los ciudadanos y familiares de los contagiados. Sí, a una hora determinada- las ocho de la tarde-noche- sonaron los aplausos a las puertas de Hospitales y Centros de Atención Primaria. Sí, aplausos de adhesión y de cariño, de quienes estábamos confinados en nuestros domicilios y palmeábamos nuestras manos con fuerza desde los balcones y ventanas de nuestras viviendas.
Queridos compañeros: Es verdad que dicho virus no ha dado tregua y un nuevo brote nos azota de nuevo. Sin embargo, entre los sanitarios, los gobernantes, los empresarios y los comunicadores mal informados, nos han sumido en un limbo de dudas y han ocasionado un modelo asistencial a los pacientes; que nunca conocí. Las consultas- en su mayoría- han dejado de ser presenciales. Todo se efectúa por teléfono y, en la mayoría de las ocasiones el silencio es la respuesta. Nadie coge el teléfono, alegando que estáis saturados y, si lo cogéis, lo colgáis sin atender al interlocutor. Si alguno de vosotros comete la osadía de escuchar la llamada, las demoras «sine die», relegan a quienes necesitamos vuestros servicios a una situación de abandono. Sí, compañero, nadie nos escucha ni nos pregunta qué nos pasa; ni como seguimos. Además, permanecéis pendientes del teléfono y no sois capaces de mirarnos a la cara y regalarnos una mirada o unas palabras de aliento y, como postre; «una sonrisa».
Si tenemos la suerte de conectar con vosotros, nos atendéis de prisa y malhumorados y, la mayoría de las veces, ni eso. Creo, compañeros, que merecemos otro trato.
Durante mis años de ejercicio en tierras andaluzas y completar los 46 años de servicio ininterrumpido, hasta la jubilación a los 70 años, he acumulado una experiencia que me ha servido para atender lo mejor que he podido y sabido a mis pacientes. De hecho he trabajado en zonas rurales, casi inhóspitas, en consultorios de beneficencia y medicina general, en Centros de Salud y en hospitales y, con todo mi pequeño bagaje, me atrevo a comentaros:
Yo os di mi aplauso, porque reconocí vuestro abnegado y laborioso trabajo. Sin lugar a dudas, os lo merecisteis. Ahora, considero que «estáis obligados a darnos la asistencia profesional y humana que merecemos»; ¡o no!
Sí, todo circula y nos comunicamos mediante unas llamadas telefónicas, carteles en las paredes de los Centros de Salud y la rumorología de otros ciudadanos como nosotros que han oído decir… Las llamadas telefónicas- muchas veces- no encuentran al interlocutor que se precisa; haciéndonos esperar un tiempo inapropiado, del que depende nuestra salud. Como miembro de la Academia de Médicos Escritores, la denomino: «La Salud pendiente de un hilo y del malhumor de nuestros interlocutores sanitarios». Indudablemente, todos os sentís presos de los dictámenes de sesudos políticos y administrativos, que pocas veces o quizá ninguna, han ejercido la profesión.
Si recurrimos a vosotros, compañero, no es porque queremos hacer perder vuestro tiempo. Es, sencillamente, «porque os necesitamos».
Otros ciudadanos son, todavía, menos afortunados que nosotros y, por ellos y todos nosotros, únicamente os pido que «reconozcáis nuestros derechos a ser atendidos con dignidad».
Con tristeza reconozco que, «ni vosotros ni los ciudadanos, deseamos tener unos Centros de Salud vacíos y unos Tanatorios a rebosar».
Tengo la impresión de que la enorme tensión sufrida os ha afectado sobremanera. Es posible, pero «nunca será el motivo para que seamos mal tratados».
¡Queridos compañeros! si la administración os está obligando a darnos este pírrico servicio, no os cobijéis en la apatía y las lamentaciones. No dudad, haced público vuestro desencanto ya, y, si lo merecéis, volveréis a tenernos a vuestro lado.
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