POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE ARÉVALO (ÁVILA)

Hoy reanudo estas columnas bajo el título genérico “Desde mi torre mudéjar” que hace unos meses interrumpí por varios motivos personales.

En este tiempo, cuantos comentarios y palabras de gentes amigas que siguen estas líneas. Nunca creí que este nexo de unión fuera tan insospechadamente importante, un lazo de unión entre amigos, lectores y otras gentes casi desconocidas que han seguido mis temas arevalenses con cierta continuidad, me han comentado ciertos temas, para estar de acuerdo con mi opinión, y también para estar en desacuerdo.

He recibido comprensión empezando por mi director, el de este periódico, amigo Pablo, con respeto en amistad y continuidad, como una prolongación de la que mantengo con su padre José Manuel, ahora también compañero en estas páginas.

De todos los redactores y periodistas de esta casa, amigos todos, compartimos oficina en Arévalo con alguno de ellos, y vivencias quizás más cercanas, pero también con otros algo más nuevos en la casa. Aunque yo no sea periodista, ni poeta, ni escritor -quizás sólo algo de historiador de mi ciudad-, son compañeros de muchas aventuras con el periódico y mi ciudad como vínculo.

De esas personas que me han parado en la calle para puntualizar algún detalle o hacerme alguna pregunta de un tema comentado, que me han animado a seguir. Y sin olvidar a mis amigos y compañeros los Cronistas Oficiales de España que también con ellos he compartido estas columnas a través del mundo digital, otro medio que recoge todas las actividades desarrolladas por los Cronistas de España. Mi agradecimiento por los alientos recibidos.

No cabe duda que estos aspectos sirven de aliciente. Cuántas palabras de ánimo para que volviera. Y aquí estoy, quizás con otras 477 columnas y aún más si ustedes lo quieren y tengo cuerda y gasolina para ello.

Y entretanto he paseado ésta loca primavera de la meseta, de olores indescriptibles, aromas del “pan y quesillo” de las acacias, el blanco y el rosado, aquel que de niños comíamos cual manjar o maná… Ahora están eclosionando las piñas de flor de las catalpas, grandes hojas de corazón con la abundante floración en piñas de aromas característicos que adornan algunas calles y el parque Gómez Pamo.

Hemos sufrido las pelusas sementeras de los chopos de la ribera que no acaban de asentarse, o esos olores al verde segado prematuramente cuando se veía venir la secura del campo… ¡qué primavera tan indómita! Más de cuarenta días sin llover justo el mes que remata las cosechas. Un año malo que hunde el ánimo del más optimista. Aún así, también los aromas de cereal inundan las noches calurosas y el relente mañanero. Y pensar que no hay casi nada que cosechar…

Este tiempo de pruebas físicas y emocionales que me han apartado de esta actividad, me ha descubierto la sintonía que puede nacer por medio de estos vínculos de la escritura, que se echaban en falta, de la importante posibilidad que el papel impreso me brinda, de ser un puente entre esta pequeña ciudad de provincia y el público lector de este periódico, de un público que a veces se ve reflejado en mis historias, como un personaje de la escena, o por afinidad de pensamiento, o seguidores de mis historias, de esas pequeñas o grandes historias de Arévalo que, al hilo de otras cuestiones y disculpas, o aprovechándolas, propician que pueda divulgar anécdotas, datos y otras cosas de mi ciudad, y que me hacen sentir bien al poderlas compartir con quienes quieran asomarse a “mi torre mudéjar”, una torre que podría ser cualquiera de las torres mudéjares de nuestros templos, o la torre del homenaje de nuestro castillo, o una atalaya natural de las que rodean mi ciudad en esas suaves lomas que la circundan, altos de San Cristóbal, Montuenga o Aldeaseca.

¡Hay Arévalo! que tiras como los bueyes de una carreta, cómo me empujas a continuar con alguna de mis pequeñas historias que te canten y te digan… Bueno, pues aquí está la columna del regreso. Bien hallado.