POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Cuando no hay mucho tema que contar o en situaciones embarazosas, hablar del tiempo siempre parece recurrente. Es una forma de entrar en conversación con un tema que todos tenemos como del día. Y mucho más cuando, como ahora, estamos atravesando una ola de calor, o mejor dicho una serie de olas continuadas, pues eso, no deja de ser recurrente. Pero no siempre ni todos los tópicos sobre el tiempo son eso.
En realidad estas oleadas de calor dicen las estadísticas que están superando todos los datos desde hace muchos años. Eso sí, ahora se han incorporado las recurrentes alertas, amarilla, naranja, roja… son ya como una rutina diaria, y cuando remiten un poquito esas cifras alarmantes, de nuevo las noticias del tiempo, de una gran audiencia, vuelven a anunciar un recrecimiento de todas las alarmas, y vuelta a empezar.
Siempre y en todo, la monotonía hace estragos, se pierde el interés y cada vez se da menos crédito a toda la retahíla de argumentos y cifras comparativas repartidas por toda la geografía. Fíjense, yo que soy noctámbulo, cuando finaliza la programación última de televisión que me acompaña, me aparece el tiempo global, sí, de todo el globo terráqueo que es la mar de vistosa la forma como es presentado. Ya ven, como si no tuviéramos suficiente con nuestros cuatro puntos cardinales, como para fijarse en el tiempo que hace en tantos sitios tan diversos.
Pero me quedo como embobado viendo la evolución y el movimiento que sobrevuela por todos los continentes, como si uno estuviera viendo la tierra desde un satélite. Soles y nubes alternan por ese mundo de Dios. Y la cuña sahariana caliente que aquí se ha acomodado, y no hay quien la mueva.
¡Y a mí que me importa el tiempo que hace en la Conchinchina! Que lo mismo me da, si yo con las apretudes de este verano de aquí mismo, tengo más que suficiente.
Hablan de tantos años que no alcanzábamos estas temperaturas, que algunos indicadores se curan en salud diciendo que esto no ocurría desde que se comenzó la secuencia de mediciones. Debe ser verdad, porque en estas tierras meseteñas de clima tan extremo y caprichoso, no es común tantos días continuados de temperaturas tan extremas. Todos los años hay algunos días asfixiantes de calores malamente soportables, pero solo unos días… en esta ocasión son ya tantos que hemos perdido la cuenta. Y entre tanto, las casas más fresquitas están acumulando grados, y no hablemos de las que ya de por sí son calentitas… ¡ya podríamos guardar algo para el invierno!
Pocos años, por no decir ninguno, en este clima nuestro podríamos pensar en salir de paseo por las noches, que es cuando se respira, sin una rebeca, y sin embargo este año no hemos estrenado prenda alguna para el fresco de la noche que lo es menos.
Cambiando algo de tema, pero no del todo, estas inclemencias del tiempo están agudizando unos problemas de limpieza, sí, esa limpieza de manguera y presión necesaria para limpiar nuestras calles después de las multitudinarias fiestas. Sí, es cierto que se están mangueando muchas calles de nuestro casco urbano, pero no damos a vasto y quedan demasiados rincones francamente indecentes. Por ejemplo, el mirador del Adaja, que lo veo más porque es mi barrio, que todavía no ha visto la manguera y está lleno de chorreteras de bebidas y meadas… sé que hay también otros puntos en semejante situación.
Por eso se habla de refuerzo de un servicio que es ahora claramente insuficiente. Sin contar, que también, que llegada la temporada estival no parece que se haya reforzado el servicio de limpieza en la zona turística del casco histórico, un verdadero escaparate de la ciudad para nuestros visitantes que, en materia de limpieza, deja bastante que desear. Quizás en verano sea necesario el refuerzo. Ya ven, hoy no me he metido con algunos de los vecinos, los guarros… que también los hay.
Bueno, una columna muy afanosa, empecé por el tiempo y las calores y hemos terminado hablando de limpieza… yo limpié mi puerta… bueno, ¡de todo hay que hablar!