POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE ARÉVALO (ÁVILA)
Días estos últimos cargados de cosas diversas, de empacho en empacho, acaba de finalizar esta larga y pesada campaña electoral que tanto nos ha perseguido durante estas últimas semanas, muchos reproches y más cosas, y pocas explicaciones y proyectos de futuro, o menos de los que debiera.
Por fin la noche electoral largaaa, con sorpresas pero no tantas, que ya se veía venir, aunque muchas encuestas nos regalaron algunas perlas que se esfumaron después. Y como siempre, entre explicaciones o justificaciones imposibles. El tema se ha puesto difícil de gobernar. Pues ya es hora de comenzar la segunda parte, de seguir, que es llegar a pactos y acuerdos, pero por ahora, todos erre que erre… ahora vendrán las conversaciones y los pactos, que parece que esto es lo que hemos votado.
Pero entre tanto la vida sigue y llegó con puntualidad extraordinaria el día de la lotería de Navidad, la más multitudinaria y participativa, aunque no sea la que más premios da. Es la esperanza, el sueño o la ilusión económica de muchos y el vicio compulsivo de otros, como cada año, igual. La verdad es que he estado esperando finalizar estas líneas hasta ver qué pasaba con esta dichosa lotería, porque aquí, desde que la de “el Niño” nos tocó los bolsillos, Arévalo es una población lotera y renombrada. Pero de eso hace ya tantos años que a mí casi se me ha olvidado. Aunque recuerdo aquella lluvia de millones, entonces aún de pesetas, dos mil, que fueron muy repartidos y algo que pocas veces se ha dicho, una buena parte de ellos salieron fuera de la ciudad, porque somos una población “de mucho paso”.
También otras veces ha caído algún otro premio más o menos interesante, pero con menor repercusión social y mediática. En esta ocasión, como casi todos, a esperar el sorteo del Niño, a ver…
Pero en un abrir y cerrar de ojos ya tenemos aquí la Navidad, también como cada año, inexorablemente, que nos recuerda nuestra cultura europea basada en las raíces judeo-cristianas, aunque algunos quieran volver a celebraciones tribales antiquísimas de la naturaleza, como nuestros antepasados los celtíberos, el solsticio de invierno, la noche más larga, como cuando por San Juan se celebra el solsticio de verano, la noche más corta… celebraciones vinculadas a la naturaleza y a nuestros antepasados remotos. Pero claro, todo lo que rodea nuestra Navidad son símbolos relacionados con esta tradicional sociedad, como en todo occidente, que tanto el “Portal de Belén”, como el árbol e incluso Papá Noel-San Nicolás, son de origen cristiano.
Y en ello andamos, viendo cómo en algunos lugares se quiere festejar la Navidad, pero sin Belén, ni Niño, ni Virgen y los símbolos traicionan el origen, tienen que ser motivos laicos…
Verán, cada vez viajo menos a la capital, Madrid, me agobia, ya tuve suficiente con mis años madrileños. Pero uno de sus atractivos que atrae a tantas familias y personas de provincias era esa esplendidez navideña de luces, ambiente, magníficos belenes y esa cabalgata de Reyes extraordinaria. Empezaron con cambiar algunos símbolos de las luces, que no podían recordar nada de lo anterior hasta hacerlo irreconocible.
Eran igual las luces de Navidad que las de cualquier otra fiesta… y así perdía interés el atractivo. Hace unos días unos amigos que regresaban de Madrid de llevar a los niños a ver el espectáculo navideño, me decían que ya no era igual, que había cambiado mucho… ¡Menos mal que queda Cortyandia…! Aunque sea sustituyendo los ángeles-músicos por músicos-pingüinos… o el tren de los animales en el bosque encantado, o en la sucursal de Valladolid, que son personajes internacionales y sus respectivos monumentos.
Cosas de la Navidad moderna, que disfraza sus raíces, siempre en aras de lo comercial, del consumismo, del dinero en definitiva…
Qué buena la columna de don José Jiménez Lozano del domingo pasado es estas mismas páginas, sensata, documentada, sentida… ¡totalmente de acuerdo maestro!