POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Podríamos considerar que con el anuncio de algunas actuaciones y actos que se celebrarán en esta ciudad en el IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, comienza la cuenta atrás de un año que se presenta cargado de recuerdos literarios de el escritor más grande en lengua española, de un año en el que se sucederán gran número de acontecimientos culturales y conmemorativos del evento, incluso diría yo que a las celebraciones de este centenario se sumarán infinidad de ciudades y pueblos, aunque se sientan apenas rozados por los zapatos del genial escritor… pasó por aquí, estuvo aquí… ¡sin hacer apenas ruido!
Pero la verdad es que cada cual se agarra a lo que tiene y puede, en unas ocasiones para sumarse sinceramente a las celebraciones, con verdadero fundamento. En otras, para chupar rueda de una caravana que se antoja cargada de beneficios para quienes se integren en ella. Luego la realidad será otra, y no siempre se pueden fundamentar mínimamente esas participaciones.
Desde luego que cada lugar luchará por estar presente en los actos, por organizar actos más o menos cercanos y recordatorios de los hechos.
Arévalo, mi pequeña ciudad está afanándose en preparativos para entrar por derecho propio en ese grupo de ciudades cervantinas que estarán activas celebrando la muerte del escritor más universal de las letras españolas. Y así, estos días se está haciendo público un adelanto del programa más general, de alguno de sus aspectos, hablando de los presupuestos del Ayuntamiento que estos están anunciando y aprobando partidas para algunas cosas y actos relacionadas con el centenario.
Pero, para quienes me leen por primera vez, o andan un poco despistados del porqué de esta relación de Arévalo con Miguel de Cervantes, quiero recordar algunas cosas que nos hacen acreedores de este privilegio, de formar parte del grupo de ciudades cervantinas por derecho propio, y algunos episodios históricos que nos ponen en el escenario del escritor.
Todo gira en torno a un humilde fraile Trinitario, que nació en esta antigua Villa castellana vieja el año 1535; que ingresó en el convento arevalense de la Santísima Trinidad Redención de Cautivos; que se dedicó como toda su orden religiosa a rescatar cristianos presos de los moros en guerras o piraterías en el mediterráneo habituales en aquella época, como en nuestro caso; un fraile que viajó a Argel con ese cometido y que entre los centenares de rescatados, puso una mirada especial sobre un personaje distinguido y huidizo, poco antes de embarcar hacia Estambul, un viaje sin regreso que ineludiblemente le dirigía a la desaparición y la muerte. Durante los días de la redención, surgió la amistad de este “hombre del Rey” con el humilde fraile arevalense, una amistad de “familiaridad” que -como dicen las actas de redención -prendió entre nuestros dos protagonistas y que llegó mucho más allá, hasta la muerte de nuestro Fray Juan Gil, con alguna que otra visita.
Tenemos tiempo por delante para entrar en detalles de estos apuntes del relato, que iremos desgranando para la divulgación, para el conocimiento de nuestros conciudadanos del Arévalo del siglo XXI que no debemos olvidar nuestras raíces, a nuestros personajes más destacados que dejaron huella.
Ni olvidar estas historias que nos pueden confortar en un mundo alejado de vivencias de emociones espirituales, del rescate de uno de los episodios históricos más bellos y de más profundo contenido humanitario que nuestra historia atesora.
Aún recuerdo, aunque sea vagamente, la visita de un trinitario, hace muchos años, que visitó nuestra ciudad buscando las raíces del rescatador y nos dejó una ilustración moderna de la escena del rescate, en forma de ilustración de calendario… seguiré.