POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA, OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Estos días pasados he tenido necesidad de viajar por nuestros campos eclosionados de primavera y fecundidad. Unos viajes cortos y repetitivos por carreteras de nuestra meseta cerealista. Y a lo largo de los días he podido advertir la evolución de esta naturaleza que ahora se ofrece espectacular y prometedora.
La primavera lluviosa y carente de amenazas climatológicas devastadoras, nos están ofreciendo un paisaje muy llamativo. Algunos dirán que, poco más o menos, como todos los años. Pero yo creo que no, que hace bastantes años que no asistíamos a esta explosión de color y vida.
Me comentaba un agricultor amigo mío que, efectivamente, cada año puede ser distinto, porque en función de los accidentes climatológicos, los fríos tardíos, la abundancia o escasez de lluvias, pueden propiciar que en un mismo paisaje cada añada sea distinta en la floración. Aun habiendo una misma variedad de la flora, eclosiona de forma diferente.
Y por eso no es de extrañar que este año, con sus condiciones deferentes a otros, ofrezca una visión algo diferente y muestre algunas características distintas a otros. Pues así debe ser, porque en la práctica, eso aprecia sensiblemente, aunque a veces sea difícil de explicar en la realidad. Pues puede ser, porque desde mis ventanas de la casa familiar, desde las que se divisa un amplio panorama paisajístico, esa apreciación la he visto, la he podido apreciar unos años con otros.
Partiendo de estos pensamientos, podríamos decir que esta es la primavera de las amapolas. Fíjense, desde que los herbicidas acompañan las siembras extensivas de nuestros cereales, las amapolas se habían quedado relegadas a lindes divisorias, medianeras y cunetas. Habíamos dejado de ver esos trigales donde el rojo exultante de las amapolas ocultaban en verde de esos trigales que poco después acabarían dorados de sol. Este año como si de un conjuro de color se tratara, o quizás porque algún agricultor olvidadizo o algo tacaño se le olvidaran los polvos anti color, vemos extensiones rojas que han desbordado aquellas lindes, las medianeras y las cunetas, para expandirse.
Pero no solo quiero destacar la eclosión roja de la «papaver rhoeas», porque está acompañada de otras especies como la margarita silvestre, tapices blancos donde no está el rojo de las papaver, tapices que también son de margaritas amarillas silvestres, y otras florecillas rosáceas, malvas y azules que raramente eclosionan al mismo tiempo. Un panorama de colorido exultante y atractivo que por unas fechas viste de color nuestros campos cerealistas, como un jardín del Edén en la meseta.
Apenas hace unos días podíamos también admirar esas extensiones de color amarillo brillante de la colza, que es una hueva plantación alternativa y aumentando sus hectáreas de sembrado. Estas extensiones amarillas y rojas me han recordado los colores de mi bandera, que algo tendrán cuando se fusionan con la propia naturaleza y que ahora están en nuestros campos de la primavera cerealista. Y para mayor abundamiento, ese día, como me recordó mi sobrina menor, tenía puesta una camisa «spagnolo». ¡Qué casualidad le dije! que, sin afán publicitario, es una marca que parece italiana, pero es nacional de Sevilla y disimula su origen italianizándolo, una moda de la ídem.
Un panorama exuberante de una naturaleza verde en la meseta que ya se está acabando… nuestros verdes efímeros, este año han gozado y madurado un fruto que no ha sido arrebatado por calores excesivos y agobiantes. Del rojo de las amapolas al amarillo de las nuevas plantaciones de la colza, o los primeros amarillos de las primeras cebadas y mieses, que van madurando perdiendo aquellos verdes exultantes.
Como decía hace unos años el cantante Pablo Guerrero, «…de amapolas y espigas te haré un collar…», en un canto a la naturaleza con música folk.
Por cierto, está enorme nuestro pantano, casi lleno, en apenas dos meses escasos.