POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)

Estaba yo de visita a mi librero de Urueña, Jesús de Alcaraván, comentando cosas de nuestras aficiones comunes, del coleccionismo que nos entretiene, y de amigos comunes, como Miguel Ángel, el médico arevalense que es vecino de fin de semana de Urueña, unas casas más allá de nuestro amigo el librero. O de otro vecino ilustre de esta «Villa de los libros», Joaquín Díaz y su fundación, al que hace bastante que no veo, aunque siempre es un referente en la música y la cultura de nuestra tierra.

Y entre mirada y mirada a los libros que atesora en sus estanterías, me encontré con un raro, como se suele decir en esto casos para referirnos a un libro de edición antigua difícil de localizar, o también a un libro que aún siendo de edición reciente es al mismo tiempo un libro raro de encontrar. Así fue como descubrí un precioso libro, una edición reciente de una obra importantísima para el folclore y la música tradicional castellana que se publicó por vez primera en 1964.

Me estoy refiriendo al «Cancionero Castellano de Agapito Marazuela», una segunda edición de Ediciones Derviche en colaboración con la Diputación de Segovia y el Instituto de Cultura Tradicional Segoviana «Manuel González Herrero». Un voluminoso libro que recoge lo más florido de la música castellana que Agapito recopiló hace muchos años y que desde entonces es un referente dentro de los estudios sobre la música tradicional, y para algunos grupos señeros de nuestra música tradicional, que han incorporado muchas obras de él en su repertorio.

Cuantos recuerdos vividos, y cuantas músicas conocidas se recogieron en nuestra comarca en aquellos años de difícil retiro en que el maestro de la música vivió en algunos pueblos de la comarca de Arévalo. Y así podemos identificar algunas canciones conocidas que él recogió y rescató del olvido. Qué recuerdos tan agradables surgieron al ver la portada de este libro, los momentos compartidos con este magnífico folclorista, segoviano de nacimiento, de ejercicio castellano y universal.

Hace muchos años tuve ocasión de conocer a aquel abogado segoviano que saltó a la fama por ser el defensor de las víctimas del accidente de Los Ángeles de San Rafael. Mi amistad surgió por otros motivos culturales, entonces especialmente porque fue como el valedor en los últimos años del maestro folclorista. También su hijo Joaquín fue el último y predilecto alumno de maestro, entonces un chaval, que acompañaba al maestro con sus conocimientos de dulzaina recibidos de Agapito.

Por esa amistad pudimos traerle dos ocasiones a dar conferencias-recitales sobre nuestra música en aquellas «Semanas Culturales de Primavera» que organizábamos por los años setenta. Agapito ya había visitado Arévalo numerosas veces muchos años antes, entonces para dar conciertos de guitarra, que era otro instrumento del que también era un virtuoso, al Círculo Cultural Mercantil. ¡Qué gozada! como decimos ahora, qué lujo tener aquí al maestro hablándonos de nuestra música con sus ilustraciones musicales, también acompañado por Joaquín. Por entonces ya estaba casi ciego, pero no era impedimento ninguno para vivir la música y hacernos gozar conociéndola. Fueron momentos extraordinarios.

Ahora, al ver su cancionero, todo son recuerdos, y aun no siendo músico, gozo con este libro lleno de melodías cadenciosas, como él las cantaba, canciones castellanas para dulzaina o para su voz ronca y rota pero sonora y profunda, voz acompañada simplemente de cualquier percusión de objetos cotidianos.

Yo aprendí de él el ritmo y el arcaísmo musical del tradicional «Canto a la cigüeña», que aún sigue siendo una canción muy nuestra que nos acompaña en meriendas y veladas de amigos…

Mi amigo Jesús de Alcaraván me debió de ver la expresión emocionada en mi cara al comentar esta historia, recuerdos que surgieron al ver un libro. ¡El poder de los libros! una sensación que aún no he sentido con la pantalla de este invento con el que escribo… Gracias Agapito Marazuela por hacer surgir en mí el amor a nuestra música.