POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)

Hace unos días se ha publicado en diferentes medios de comunicación la noticia de la muerte del magnate mejicano Antonino Fernández, el presidente de un grupo potente en aquel país americano, el Grupo Modelo, que seguro en estas latitudes no nos dice mucho, pero si decimos que fue el impulsor creador de la cerveza Coronitas, mundialmente conocida, entonces sí que nos sonará, por el renombre de la marca.

Pero nuestro magnate mejicano es de origen español, leonés para más señas, uno de esos emigrantes que triunfan lejos de su tierra, el pueblo leonés Cerezales del Condado (1917). Como muchas personas que salieron de su tierra en busca de futuro y que después de muchos avatares, dedicación y trabajo, les llega el triunfo que comparte con sus paisanos.

Y me atrevo a denominarle filántropo, porque desde hace una década patrocinó una fundación «Cerezales Antonino y Cinia», en su tierra natal que nunca olvidó, una fundación de fuerte componente social, la sociedad Solidaridad y Trabajo, un centro muy especial de empleo e inserción, e iniciativas educativas y culturales. La labor de todo un humanista de hoy.

Y si hacemos caso a las leyendas urbanas, deberíamos pensar que sí, dicen que este mecenas de obras sociales y culturales es también uno de los impulsores del proceso de beatificación de nuestra Isabel I de Castilla, la Católica. ¡Vaya usted a saber! Será sólo una leyenda de esas que circulan, o acaso tendrá algún viso de realidad…

En su tierra de León, a la que siempre se mantuvo muy vinculado, ha sido recordado, agasajado y por su muerte han decretado unos días de luto oficial. Pues no es que tengamos mucha relación con él, salvo ese mecenazgo de la causa isabelina, esta que ha hecho aflorar miles de nuevos documentos oficiales y personales relacionados con la más grande reina que tuvo Castilla y España, y que ha engrosado los voluminosos libros que acompañan a la causa. Esa documentación, en sí misma, es motivo suficiente para recordarle aquí, aún sin conocerle, en estas tierras isabelinas.

Pero verán amigos, este hecho que ha ocupado espacios periodísticos y que puede haber despertado la curiosidad de muchos, a mí me ha traído a la memoria otro personaje filántropo, en este caso mucho más cercano a nosotros, aunque también ya algo más lejano en el tiempo. Me estoy refiriendo al arevalense Felipe Yurrita, que también fue un joven que marchó al nuevo mundo en busca de oportunidades, que pasó por Estados Unidos y finalizó regentando una hacienda cafetal en Guatemala. Un personaje emprendedor y luchador que culminó una vida llena de triunfos, económicos también, pero fundamentalmente humanos y sociales.

En nuestra pequeña ciudad también patrocinó la enseñanza para los más necesitados, obras sociales y benéficas que hicieron de él una persona muy querida en estas tierras. Tampoco perdió nunca los vínculos con su tierra castellana y cuando por sus cargos de embajador venía a España, siempre tenía un tiempo para dedicarlo a Arévalo. Precisamente por su filantropía se dio su nombre a la Plaza de la Villa o de Felipe Yurrita, por ser donde nació.

Fue protagonista junto a toda su familia y los numerosos operarios de la hacienda de la erupción del volcán Santa María, en Guatemala, y su salvación fue atribuida a un favor de la Virgen de las Angustias, de la que era muy devoto. Por eso levantó en Guatemala capital una iglesia en su honor y en memoria de aquel acontecimiento. ¡Cómo me ha recordado el leonés a nuestro arevalense!

Cuántos paralelismos en las vidas de dos humanistas, fruto de lo que hoy llaman «emprendedores», luchadores y soñadores, que nunca perdieron el amor por su tierra. Son también fruto de una sociedad que premia el trabajo y el esfuerzo.

Pues dicho queda, mi admiración hacia estos personajes que nos inducen a pensar que los valores son una buena guía en la vida.