POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE ARÉVALO (ÁVILA)
Estos días de tantas lluvias, borrascas profundas con nombre propio, primero fue Emma, luego Félix y ahora nos viene una nueva, Gisele, como que imponen más las borrascas con nombres, nombres de mujer, de hombre, de mujer… alternando, para que no se enfade nadie, pues además están dejándonos importantes precipitaciones que después de la enorme sequía que veníamos arrastrando, es el mejor regalo del cielo, aunque a veces produzca algún daño en los desbordamientos, como esas impactantes imágenes que han corrido por los medios, de nuestro humilde Adaja a su paso por Ávila, inundando en remanso la llanada de El Soto, que hasta en las noticias nacionales ha salido, dando incluso mayor sonoridad a nuestro humilde río.
O el gran caudal del Tormes a su paso por El Barco de Ávila y otras localidades ribereñas, impresionante, claro, este es mucho más río. La garganta de Candeleda con unos rápidos vertiginosos, como en las películas. Y la ermita de la Vega en Piedrahíta, también llamativa inundación. O esas cascadas precipitándose por las montañas, que han llamado enormemente la atención y han recorrido todas partes, como la espectacular bajada de aguas en “Las Lanchas”, en Serranillos, y otros muchos puntos más. Impresionantes imágenes de esas crecidas amenazantes… y también de aguas vivificadoras.
Pues amigos míos, por aquí el Arevalillo y el Zapardiel, también han cogido un pequeño caudal, que no está mal, porque viene bien refrescar y remozar esos cauces siempre tan sedientos.
Pero el Adaja por Arévalo viene con algo más de agua, pero no mucho, es un caudal que está lejos de lo que podríamos decir que fuera una buena crecida, y es que la presa de Las Cogotas está acumulando el preciado líquido, ayer mismo este periódico daba ya la mitad de embalse de su capacidad, y se esperan más lluvias, que después vendrá bien para el abastecimiento de pueblos y ciudades, para los regadíos de nuestros campos, porque este año pasado no se ha podido regar casi y la amenaza de la sequía estaba sobre el abastecimiento de nuestras poblaciones que se surten del Adaja, el “río amado” como dijo poéticamente nuestro escritor Hernández Luquero. Desde luego mucho más amado que caudaloso…
Y dicen los expertos que vienen más borrascas, porque “está activado el pasillo de las borrascas…”, no como otras veces en las que el pertinaz y obstinado anticiclón de las Azores frena y desvía tercamente la llegada de los frentes de agua oceánicos.
Hablando de puentes, unos a punto de cerrar sus ojos con el ímpetu de las aguas, y pensar que no hace tantas fechas, ya lo recordábamos, el bajo nivel de las aguas nos dejaba imágenes espectaculares de viejas torres, pueblos y puentes emergiendo de las aguas menguantes, imágenes que hacía tiempo no se podían ver.
Y qué casualidad, justo cuando estoy dando vueltas a este asunto de sequía pertinaz y de aguas turbulentas, recibo un precioso libro de un amigo sobre el magnífico puente de Villarta de los Montes, entre romano y mudéjar, en tierras de Badajoz de la que él es cronista oficial, una imponente arquitectura que aparece y desaparece a merced de las aguas, una construcción estudiada por mi amigo y compañero cronista oficial Theófilo Acedo, y que me ha enviado su nueva reedición del libro… gracias amigo.
A mi amigo Theo, como licenciado en arte, experto y estudioso, le encantarían los tres puentes mudéjares de mi ciudad, tres majestuosas construcciones medievales de las que hablaré otro día, y que espero poderle mostrar en alguna ocasión, le haré una invitación formal y en regla. Puentes de Arévalo, tan diferentes como atractivos.
Dos de ellos el de los Barros o de “los Arcos” y el de Medina, bien conservados y restaurados, y un tercero el de Valladolid o del Cementerio, que espera una necesaria y conveniente intervención, después de décadas en ruina, por una ya lejana e impresionante tormenta que lo reventó… siempre el agua, por eso lo recuerdo. De esto hablaremos otro día.