POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE ARÉVALO (ÁVILA)
Fíjense amigos lectores que no hace nada que hemos hablado de vinos y de bodegas en estas líneas que son como el cordón umbilical que me une y alimenta, a mi ciudad y a toda su comarca, con lo que me siento tan identificado, y cada día más intensamente. Es así por lo que siento, gozo y sufro con sus cosas, las buenas y las menos buenas, que de todo hay.
Teníamos pendiente una visita a esa entrañable villa de Madrigal de las Altas Torres, la Villa isabelina por excelencia, la cuna de la reina más universal que gobernara estas tierras en todos los tiempos históricos.
Teníamos previsto un día de contacto, de ruta total y de conversaciones reposadas, Paco mi amigo-jefe de la redacción de este periódico nuestro y Rufino, fiel representante de la cultura madrigaleña. Y llevábamos un tiempo buscando un día entero y sin prisas para profundizar en muchas cosas y la última y definitiva buena disculpa para agruparnos han sido las pinturas del ábside mayor de la iglesia de Santa María del Castillo, que está rodeada de andamios de unas necesarias obras y pronto acogerá a restauradores que recuperarán el extraordinario conjunto de pintura mural que atesora entre sus muros mudéjares, en una operación de rescate que nos alegra, como toda recuperación de nuestro patrimonio. Pinturas que me sorprendieron muchísimo por sus afinidades con otros conjuntos.
Algún día conoceremos más datos para tratar de los cuatro conjuntos murales de nuestra comarca: Madrigal de las Altas Torres, Arévalo, Espinosa de los Caballeros y Narros del Castillo.
No tengo que descubrir mi debilidad para con nuestra villa hermana y comarcana, ese enclave monumental con el que compartimos tantas cosas, tanta historia y tanto patrimonio, el monumental y otros. Y me resulta siempre sorprendente el redescubrir esos sitios emblemáticos de nuestra tierra, la casa natal de Isabel en el Monasterio de Agustinas de Nuestra Señora de Gracia, o el Real Hospital con el venerado Cristo de las Injurias, o el centro de la naturaleza esteparia de la zona, o los enormes paredones y extraordinario claustro escurialense del Convento Agustino de Extramuros, o el siempre sorprendente artesonado de San Nicolás, y su coro, y sus obras de arte… o la bodega de los frailes, hoy municipal, que ya es un gran atractivo vinícola para el turismo… y callejear, siempre agradable, pese al frío.
Hace unos días comentaba yo cosas de esta tierra del vino verdejo, los más afamados caldos desde la antigüedad, los vinos de Madrigal, que hoy siguen siendo un referente de la zona, y en aquellas visitas de nuestra bodega de Perotas, comenté algunos extremos al respecto, datos históricos y particularidades que he podido comprobar de nuevo en Madrigal. No conocía esta bodega que el ayuntamiento madrigaleño ha puesto en el circuito turístico, y me alegré mucho de verla por fin, además en tan buena compañía y en tertulia tan sazonada, incluida la invitación del vino de Ysabel que nos ofreció la alcaldesa Ana, siempre receptiva en mis últimas visitas a Madrigal en diversas compañías.
Y nos contó grandes proyectos culturales que esperemos pronto sean realidades para el enriquecimiento de esta tierra en base a la cultura, que siempre es la mejor embajadora en todos los lados y sin dejar el aspecto de la economía que reporta, siempre buena para sus habitantes.
Tengo que reconoce que regresé francamente cansado de cuerpo, al caer la noche, pero con el espíritu lleno de frescura cultural, temas y puntos de vista no siempre concordantes, pero que son el ingrediente del mejor guiso, el compartir vivencias y experiencias… Cómo recordé aquel Madrigal de mis primeras visitas juveniles, cuando aún no tenía bigotes… fue donde “tomé la alternativa” taurina, en aquella plaza del Cristo, la antigua de palos, como corredor y cortador, una carrera taurina efímera porque, en poco menos de un año, “me corté la coleta” en Ataquines… tiempos aquellos.