POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE ARÉVALO (ÁVILA)
No hace tanto vi un trocito de una de esas películas tan características de la programación de “cine de barrio” o quizás de otro programa parecido, era de Paco Martínez Soria, el perenne, una de esas que tanto entretienen a la gente y que repiten y repiten… era esa titulara “Estoy hecho un chaval”.
Y la recordé porque en un espacio de pocos días he tenido la oportunidad y en cierto modo la obligación de subir a varias torres de nuestra ciudad, acompañando a visitas y a estudiosos historiadores, alguno como Antonio, está en ello, y como David, que ya es licenciado, y que estudian nuestras arquitecturas mudéjares y particularmente nuestras torres.
Eran visitas de estudio, pero había que subir… En otra ocasión, ha sido un amigo fotógrafo aficionado, Nacho Martín, de ese grupo arevalense de fotógrafos aficionados extraordinarios.
Una oportunidad de ver Arévalo desde el cielo, a vista de pájaro. Hacía bastante que yo no realizaba esas escaladas, que así las podríamos llamar, tanta altura y tantas escaleras, algunas con pasos enormemente altos, poco dados a las personas bajitas, que no nos dan las piernas… pero en esas faenas llegué a la conclusión de que ¡estoy hecho un chaval! Hacía mucho que no tenía piernas con ganas de escalar y me ha devuelto la esperanza.
Subimos a las torres de San Martín, la de “los ajedreces” y “la nueva”, que a las dos las llamamos “gemelas” aunque no sean ni mellizas. Estructuras potentes, macizas y elevadas, con diversas características de esta arquitectura nuestra. La torre nueva u occidental, con la parte baja maciza, entrada desde una tribuna que fue más alta y el nuevo acceso desde un roto lateral, con dos estancias abovedadas de ejes cruzados, un espléndido cuerpo campanario con su magnífica bóveda de nervios, y en lo alto, después de una tortuosa subida entre los muros, una terraza desde la que vemos el caserío a nuestros pies.
Tejados y las otras torres, la visión de calles y plazas, y ahí, bajo nosotros, la de la Villa, abierta, despejada y con viandantes minúsculos. Ahí mismo el caserío y los verdes del río Adaja, casi llegando a nuestros pies… desde ella tenemos una visión preciosa de la vecina torre de los ajedreces.
Esta es la única torre arevalense que es llamada “torre vana” porque desde sus pies se eleva una preciosa solución de frisos de nacela hasta alcanzar su elevada bóveda, desde una escalera de caracol metálica… y muchos detalles de su estructura preciosa y distinta. Fue como una clase de arquitectura al natural. Cómo me gusta mi ciudad desde las alturas, es como si pudieras entrar en muchos de sus secretos que se escapan desde el rasante. Siempre distinto y nuevo.
Otro caso ha sido el torreón del homenaje de nuestro castillo impresionante y potente, que en su robustez aparenta menos altura, pero que, puestos a elevarnos, no tiene fin. Y desde esas almenas “hollywoodienses” en derredor apreciamos una vasta panorámica con ese verdor de primavera anómala, una extensísima vista que si el día es claro alcanza el lejano horizonte de un gran entorno, verdes de mieses, más claros de las cebadas, de verdor más intenso si son trigales, o el verdor más oscuro y pardo de los pinares que al norte y al sur rodean esta meseta, y esas cunetas y baldíos este año lleno de flores silvestres.
¡Qué bien se aprecia la situación de la meseta sobre la que se asienta esta vieja ciudad castellana! Esas frondas de sus ríos que la rodean y acarician en los meandros que encajan y delimitan el caserío, y abajo esas alamedas umbrías llenas de vegetación y frescores, chopos, fresnos, álamos, sauces o vergueras…
Fíjense, cómo gusta nuestra fortaleza remozada y convertida en museos, el de los cereales y el de los silos, y esa torre del homenaje con la presencia de unas pinceladas de nuestra historia y la imagen recreada en una gran pantalla de nuestra Isabel. Siempre tengo que insistir en desterrar la noticia irreal que unen a Isabel con este castillo… aunque sí era de ella y propició las obras que le dieron la actual fisonomía, la del castillo medieval reconvertido en castillo artillero y que finalizó el rey Fernando años después.