POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
No, no me refiero a esos puentes del calendario que antes hacían las delicias del turismo, el comercio, la hostelería y la gastronomía, afluencia que era esperada y alegraba el ojo y el bolsillo a muchas gentes. Somos una ciudad de recepción de visitantes que alegran nuestras calles y establecimientos. Ahora nada es ni parecido. Pasó el puente de la Hispanidad y del Pilar sin pena ni gloria, y nos tememos que va a ser parecido el de los Santos que está ahí, a la vuelta de la esquina. Esperemos que esto mejore antes de que muchos pequeños tengan que tirar la toalla…
Hoy quiero de nuevo comentar sobre un puente de arquitectura especial en Arévalo, tan antiguo como nuestra arquitectura emblemática mudéjar, que impregna la ciudad y muchos de sus rincones de una impronta especial y característica.
Mucho tiempo ha pasado desde que se iniciaron las obras de reconstrucción y consolidación del puente de Valladolid, o del cementerio, que quizás sea el nombre más popular y conocido. Así, entre baches y picos epidémicos, que este año están caracterizando nuestro calendario, las paradas obligadas y los plazos planteados, así digo avanzaban las obras, y sin haber podido visitar su avance, y su observación desde el punto de vista de su evolución histórica y arquitectónica. Era el momento de mirar con detenimiento y minuciosidad cada detalle que era descubierto en el proceso de reconstrucción, detalles algunos que estaban ocultos por las arenas acumuladas y otros por parches en su arquitectura fruto de sus numerosísimos remiendos y apaños.
Este magnífico puente mudéjar, tan antiguo como desfigurado, lleno de costurones y parches que en muchos puntos de su arquitectura había destrozado su fisonomía y sus formas de estilo, ese mudéjar tan extraordinario que a fuerza de parches y aderezos se le había ocultado incluso hasta el punto de poner en duda su origen.
Tengo que recordar al amigo Emilio Rodríguez Almeida, el gran arqueólogo madrigaleño experto en el mundo romano que realizó un extraordinario inventario de muchos puentes de nuestra geografía provincial, magníficos unos y humildes otros, su catálogo de puentes romanos que no todos veían en ellos ese origen histórico, como de este nuestro, pero que el defendió en muchas ocasiones. Cuando murió estaba a punto de pasarle unas notas de los libros de actas concejiles, en los que se reflejan tantos “adobos” y arreglos del puente, que ponían en duda aquel origen, pero claro, el estudioso y versado especialista era él. No llegamos a tiempo de conocer su experta opinión. Esas mismas notas se las pasé al equipo restaurador por si les servían de alguna información que les ayudara en esa empresa de recuperación.
Don Emilio no vio un gran desollón en los muros de este viejo puente, porque ha aparecido en las labores de desescombro o retirado de las arenas acumuladas en su cara este, aguas arriba del Adaja, que quizás le habrían puesto en estado de alerta, porque muestra una arquitectura distinta y anterior a la mudéjar actual, resto embutido por las fábricas mudéjares, un detalle aparentemente insignificante pero que podría abrir un nuevo campo de investigación, que sin duda habría requerido un estudio más en profundidad, pero, como siempre, el presupuesto cerrado de la intervención no permitía ni un gasto más en el estudio de esta estructura histórica tan importante, fuera de la época que fuera. Y ahí está esa “ventana” que nos asoma a otro “paisaje” de arquitectura diferente, un indicio sorprendente de lo que puede haber sido antes. Yo he recordado unas hipótesis que nos comentó el arqueólogo que estudió el puente para la realización del proyecto, cuando proponía la posibilidad de un puente anterior. Sería conveniente que examinara esos restos, ya los habrá visto, aunque no están en el lugar que él refería.
Después de tantos años de espera para esta recuperación de nuestro patrimonio, cualquiera se atrevía a plantear una nueva investigación… Pero ahí está el testigo.
Fuente: Diario de Ávila.