POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Aún estoy recibiendo mensajes y llamadas de recuerdo, condolencia y cariño hacia nuestro amigo Pablo, que nos dejó hace unas semanas. Aún no es tarde, porque desde ese día dejé de escribir, impresionado por la pérdida de un amigo extraordinario, y me ha costado mucho reanudar, pero no quiero dejar de escribir esta reseña en su recuerdo.
En estas líneas de la columna “Desde mi torre Mudéjar”, aunque no está pensada como necrológica, de vez en cuando tengo que hacer referencia a personas queridas que nos dejan, muchas veces eminentes personajes relacionados de alguna manera con Arévalo, otras como una necesidad personal en recuerdo de amigos, como hoy es el caso, aunque resulte tan difícil plasmar en unas líneas tantos sentimientos.
Pablo Delgado era el mejor amigo de los muchos que afortunadamente tengo. La vecindad y la amistad de toda la vida fraguaron una amistad verdadera y fuerte, con mucha complicidad, curtida en tantas empresas y aventuras vitales que compartimos.
Siempre vinculados a los Salesianos de Arévalo, como alumnos y después como antiguos alumnos, en una época floreciente de ese asociacionismo. Por ello mismo, siempre vinculado al deporte, primero como jugador de baloncesto y cuando las rodillas y los años empezaron a fallar, como árbitro, pero siempre fomentando el deporte en la juventud.
Por eso mismo era un hombre muy popular y querido en esos ambientes. Y si me permiten un inciso, siempre fue “jugador pasivo” en el fútbol de su “Barça”, seguidor impenitente en muchos momentos. Ese era el aspecto que el que no coincidíamos nada, no en el equipo, sino en el fútbol.
Fuimos socios, con otros amigos, de la empresa que abrió el Cine Teatro Castilla, una aventura con sus luces y sombras, de grandes satisfacciones culturales, y algún disgusto también. Fuimos compañeros en la edición de aquel señero libro “Arévalo y su Tierra”, la primera guía en forma de libro sobre Arévalo y la comarca, con el mudéjar cono estandarte protagonista, que fue muy celebrada y referencia durante años. Fuimos miembros del Cite y de El Terral, durante la mayoría de la historia de nuestra entrañable agrupación polifónica, la Coral La Moraña.
Fuimos muchas veces compañeros de viaje en las vacaciones que los hombres del comercio tomábamos un poco fuera de fechas, por imperativo comercial. Viajamos varios años a los carnavales de Tenerife, porque éramos muy carnavaleros. Formamos parte de esa panda de meriendas y carnavales, éramos un grupo muy unido que participábamos del carnaval, ahora que estamos en estos días, aunque no se note, un grupo ya algo disminuido por la falta de alguno de los amigos…
Nos ha unido en amistad una afición preciosa compartida, la fotografía, aunque él se quedó ante lo digital… Hemos sido compañeros del “runeo” como en Arévalo decíamos del “chateo” casi diario, de grandes o pequeños paseos para bajar azúcar y barriga… De nuevo está circulando el vídeo del programa “Tapeando por Arévalo” con la cordialísima Helena Bianco como anfitriona…
También hermanos cofrades, en la Santa Vera Cruz, desde su fundación, cuando su hermana Mari Carmen fue la primera presidente, y en la Archicofradía de Ntra. Sra. de las Angustias que, aunque más recientemente, lo ha sido como gran arevalense…
Y gran aficionado a los toros, como su padre Pepe, del que tanto aprendimos. Se le notaba el hormigueo llegando las Ferias, siempre teníamos que dar una vuelta por el recorrido del encierro, como para supervisarle, era como un ritual… en fin, que ha sido un amigo-confidente en tantas cosas de la vida, que ha hecho de ésta una gran amistad, que ahora hemos perdido, que nos ha arrebatado este inhumano virus que nos acecha.
Por eso amigos lectores, aún estamos bajo el vacío de su ausencia, pocas veces se siente una ausencia como en esta ocasión. Su familia, y los amigos todos, nos hemos quedado sin una persona tan valiosa…
¡Adiós Pablo, mi buen amigo! hasta siempre.