POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Hace unos días que hemos comenzado las celebraciones conmemorando el V Centenario de los Comuneros, con aquella presentación en las Cortes de Castilla y León con su presidente y nuestro alcalde, de los actos previstos en Arévalo, y el acto inaugural con las magníficas intervenciones de Juan Zapatero, director de la Fundación Castilla y León; de Salvador Rus, comisario de “El tiempo de la libertad. Comuneros V Centenario”; y la conferencia de Máximo Diago Hernando, el historiador que mejor conoce a Juan Velázquez de Cuéllar y nos puso en aquel momento histórico. La siguiente conferencia corrió a cargo de Serafín de tapia, una clara visión del Arévalo de aquellos momentos, la conexión y paralelismo de las Comunidades y de Arévalo. Este ciclo continuará este próximo jueves con la conferencia que ofrecerá David de Soto sobre el Arévalo a comienzos del s. XVI, seguida el sábado de la mesa redonda sobre la “Visión general de la sublevación Comunera” en la que intervendrán Jorge Díaz de la Torre, Juan Carlos Pascual, Serafín de Tapia y este Cronista que escribe. Es un buen momento para recordar cosas de nuestra historia…
Entra en mi previsión hablar de la desafortunada reina heredera Juana I de Castila, esa “loca” que los acontecimientos de la más triste historia relegaron a víctima del afán de poder de su padre Fernando, de las infidelidades y desprecios de su marido Felipe el Archiduque, y de las ambiciones de su propio hijo Carlos. Juana fue la heredera de las enajenaciones mentales de su abuela Isabel de Portugal, sin duda acentuadas enormemente por aquellas circunstancias que la rodearon y al fin encerraron en Tordesillas durante 46 años… Algunos historiadores actualmente están profundizando en esas dos mujeres de nuestra historia y poniendo en duda tantas afirmaciones categóricas de “locuras”… dos largas vidas con muchos momentos y acontecimientos intensos, y no todos de locura, porque no se pueden resumir dos vidas con unos cuantos tópicos repetidos insistentemente aludiendo a esas locuras. Debe de haber algo más, hay mucho más, como de Isabel de Portugal recientemente pone de manifiesto Cañas Gálvez.
Y también situaré en esos momentos a un joven, medio arevalense, que esos años estaba en esta antigua villa “haciendo burocracia” para colocarse en la Corte de Castilla. Un joven guipuzcoano, Íñigo López de Loyola, en casa del Contador Mayor Juan Velázquez de Cuéllar, su mentor y tutor, al que respetó como a un segundo padre…
Unos años en que Íñigo fue ciudadano arevalense y vivió aquel levantamiento por no querer ser enajenado de la Corona de Castilla y que Juan Velázquez abanderó como el máximo responsable y delegado real en la villa. Íñigo en estos acontecimientos luchó a favor de Arévalo. Hace mucho que su figura estaba esperando ser reivindicada como un gran personaje de nuestra historia, un reconocimiento que ahora se le quiere dar al hilo de estos acontecimientos históricos de aquel Arévalo de realengo y su buen gobernador…
Y ¿era tan importante aquel título? Pues parece que sí, que el no depender de señores medievales que generalmente tiranizaban y exprimían a sus súbditos. Era un privilegio a defender, un privilegio honroso que venía dado a esta villa desde muy atrás. Esta entonces villa era patrimonio de la Corona de Castilla y era señorío de reinas o infantas, una dote que la mantenía en la corte castellana sin ser la primera línea. El pueblo se sentía bien gobernado. Precisamente en aquellos momentos históricos el “Tenente” o Gobernador de la Villa era Velázquez de Cuéllar, un hombre muy cercano a la casa real de las “Isabeles”, la de Portugal viuda de Juan II y la de su hija la Católica. Un cronista del momento describía así al Contador Mayor: “Fue hombre cuerdo, virtuoso, de generosa condición, muy cristiano, tenía buena presencia, y de conciencia temerosa… tenía las fortalezas de Arévalo y Madrigal con toda su tierra en gobierno y encomienda; y era tan señor de todo, como si lo fuera en propiedad. Trataba a los naturales muy bien, procurábales su cómodo con gran cuidado… de suerte que en toda Castilla la Vieja no había lugares más bien tratados…”. R.G.S.