POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA).
Acabó agosto, el cálido, que este año nos ha traído días calurosos de récords, pero también noches deliciosas, lo que permite aguantar mejor esas altas temperaturas, y la realización de las noches musicales con unas temperaturas muy agradables. La Plaza de la Villa arevalense se ha vestido, una vez más, de sus galas luminotécnicas y arquitectónicas para acoger esos variados actos que han estado bien concurridos según el aforo establecido y que ya es habitual en estos menesteres.
También esas suaves noches han propiciado que los paseos proliferaran por las diversas rutas habituales, desde el castillo a la plaza de toros o al camino verde… unos para acá y otros para allá… después de unas horas de vacío al medio día.
Yo tengo mi ruta habitual para bajar a casa, a la Plaza de la Villa, la calle de Santa maría, aunque a veces coja otras alternativas, como la calle Hernández Luquero o la calle de San Ignacio de Loyola, según a qué parte me dirija. Todas ellas tienen ese repechito que algo agobia en la subida, que se soluciona con un pequeño alto en el camino, y un alivio en la bajada, serpenteando en busca de la sombra.
Pues llevo yo muchos días, a mi paso por la calle de Santa María, haciendo más de una parada ante las ruinas de la casa-torre de los Sedeño, una casona o palacio nobiliario de uno de nuestros linajes, que es por sí mismo un magnífico ejemplo de nuestra arquitectura castellana y mudéjar, y también es un compendio de diversas épocas, tiene un esgrafiado que es como una mantilla de encaje, de círculos concéntricos del s. XV y comparable a los mejores ejemplos segovianos conservados de esa época.
Una casona palacio que recoge una serie de impulsos constructivos, que son significativos de mucha de nuestra arquitectura, y que generalmente está compuesta por retazos de diversas épocas constructivas y raramente son de un momento determinado.
Verán amigos, ese edificio que vengo reseñando, es una casa torre, ésta mudéjar que bien puede ser del s. XIII, construcción bien característica, aunque por la mala interpretación de la historia, una Escuela Taller revistiera de “cementazo” con la idea no realizada de enfoscar. Menos mal que aquello no se llegó a realizar… el cuerpo de edificio ya es del s. XV, y tiene esa filigrana de que hemos hablado, y su patio porticado, ya correspondiente al impulso constructivo del s. XVI, cuando se ciegan las ventanas de arcos mixtilíneos, rejas y preciosos clavos de la puerta principal góticos. Pero, sin embargo, fruto de esa actuación de la Escuela Taller, quedó todo inconcluso y las nuevas bigas de la crujía del cuerpo de fachada y entrada, sin cubrir, situación que ha ocasionado humedades que se transmiten a esa fachada, de tal forma, que se está produciendo unos daños irreparables a este patrimonio tan singular por lo escaso.
Dentro de este desastre, está aflorando una nueva arquitectura que estaba oculta, no hay mal que por bien no venga… Así, el arco de medio punto del portón descarnado está mostrando su primitiva arquitectura un arco apuntado y posiblemente de herradura, un mudéjar bastante primitivo, recuadrado por un alfiz al modo tradicional mudéjar y con un friso que apunta a ser de esquinillas, más mudéjar… que se presta a investigar.
Y hoy, con las primeras lluvias y una copita de orujo, al amparo de los primeros frescos, comentaba yo con un buen amigo, técnico él de este mudo de la construcción, con el que comentaba estas cosas, y convenimos en lo mal tratada de nuestra arquitectura tradicional, de más o menos estilo, lo mal entendida, lo despreciada, pero que conforma una fisonomía propia y particular, que estamos perdiendo por momentos.
Amigo mío, con permiso de los lectores, estas líneas te las dedico a ti, por la sintonía y sensibilidad que compartimos con nuestras cosas…
¡Más ladrillo y menos monocapa!
Al final, de la ruina y el abandono, surgen secretos insospechados.
FUENTE: CRONISTA