POR RICARGO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA).
En las conmemoraciones del V Centenario de los Comuneros, que durante esta primavera y verano se han venido celebrando, estaba previsto la colocación de un monumento a la lealtad en la figura de Juan Velázquez de Cuéllar, aquel arevalense muy notorio de nuestra historia, y al mismo tiempo una figura tan desconocida.
Resulta que aquellos momentos históricos que ahora recordamos, fueron tan intensos, y tan llenos de figuras importantísimas de nuestra historia, que este fiel servidor de la Corona de Castilla había quedado eclipsado y por lo mismo pasó a la historia muy en segundo plano, una situación del todo injusta, pero los hechos fueron estos. Recordado por el Cronista Oficial Eduardo Ruiz Ayúcar cuando trató de Ronquillo y del propio San Ignacio de Loyola, como por el Cronista que suscribe estas líneas, cuando en diversos trabajos he tratado sobre Isabel I de Castilla, la Católica, y del mismo San Ignacio. Pero no había sido protagonista, como lo es por sí mismo.
Por eso, cuando se titularon los actos de Arévalo “El valor de la LEALTAD”, actos que recordarían los momentos previos a las Comunidades, se pensó inmediatamente en recuperar la memoria y la figura de este arevalense, uno de los más importantes personajes de nuestra historia.
Como bien figura en sus apellidos, era de la casa de los Velázquez, descendiente del repoblador abulense Pedro González Dávila. Fue su padre Gutiérre Velázquez el que llegó a nuestra entonces villa, procedente de Cuéllar, topónimo que fue aceptado como apellido. Juan nació en Arévalo, según alguno en Soria, y desde niño estuvo entroncado con las Casas Reales arevalenses de las que su padre era en mayordomo mayor y cuidador de la reina viuda Isabel de Portugal. Algo menor, se crio junto a Isabel la Católica, de la que llegó a ser un fiel servidor y de la plena confianza de la Casa Real castellana, por lo que realizó cargos de la entera confianza, como ayo del príncipe don Juan y testamentario de Isabel, Gobernador y Justicia Mayor de Arévalo, entre otros.
Si todo lo anterior era poco, otra circunstancia le haría pasar a la historia religiosa con letras de oro, cuando por motivo de parentesco, recibió en su casa, que eran las Casas Reales de Arévalo, a un joven guipuzcoano, Íñigo López de Loyola, para recibir educación cortesana y colocarle en la corte después de “hacer burocracia”… Nuestro Juan Velázquez fue tutor y mentor del joven, que después pasaría a la historia como San Ignacio de Loyola. Según él mismo dijo, le consideró como un segundo padre…
Díganme si no tiene timbres de lealtad y de buen servidor. Ha llegado el momento de restaurar esta memoria de nebulosas. Arévalo debe con orgullo sentirse honrado por este ciudadano que aquí vivió a caballo entre el s. XV y el s. XVI.
Y llegó el momento de inaugurar ese proyecto, el monumento, obra del escultor Julio Galán, llena de simbolismos, ya está en su lugar, en lo que hasta hora conocíamos con el nombre de Esplanada del Castillo, que, por acuerdo plenario del Ayuntamiento, ha pasado a llamarse Plaza de Juan Velázquez de Cuéllar. Por la tarde se realizó la llamada “Procesión perpetua”, una recreación histórica.
Esta vuelta al realengo, por lo que luchó Juan Velázquez de Cuéllar, no pudo vivirla, porque poco después del rendimiento, marchó a Madrid a entrevistarse con el regente Cardenal Cisneros, y de ese viaje nunca regresó, allí murió pocos días después.
De esos actos hablaremos ampliamente, hoy quiero fijarme un poco en esta figura de nuestra historia que estamos decididos a recuperar y ponerla en el lugar de honor que debe ocupar, mediante varios pasos, divulgando sus valores y circunstancias históricas, y en ello andamos, y también la colocación de un monumento en el lugar más cercano al protagonista, ya que las casas reales ya no existen, el castillo, su esplanada, del que él mismo dirigió las obras de reconversión de castillo medieval en fortaleza artillera.
FUENTE: CRONISTA