POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA).
Cuando estaba abriendo el ordenador para comenzar esta columna, recibí una llamada de una persona amiga de confianza. Paco, del Diario de Ávila, que como tantas veces me pide una foto, o datos de algún tema de mi ciudad, o cualquier otro encargo. En esta ocasión no fue nada de eso. Me comunicó la muerte de Juan, un compañero del Diario desde hace años. «Como falleció en fin de semana, la familia dice hoy lunes (por ayer) una misa funeral, esta tarde en San Vicente». Le agradecí la triste noticia y sin dudarlo cambié de planes para poder estar allí acompañando a su familia en el dolor.
Enseguida me vinieron a la mente tantos recuerdos de él, y de toda su familia. Tantos encuentros en mis visitas a la redacción, «Juan, qué estás haciendo ahora…» le preguntaba yo… siempre trajinando entre papeles o en la hemeroteca. Cómo me gustaban sus secciones de noticias de antaño, Ávila hace tantos años, o las crónicas de la noche y diversión… siempre tenían el regusto de la historia y de muchas historias. ¡De casta le viene al galgo!
Me alegré con él de su jubilación y ya le vi menos, y al llegar de visita al querido Diario, ya siempre me faltaba un saludo…
Leí mucho a su hermana Irene, gran historiadora que nos dejó tan pronto, la que más sabía de la desamortización de Ávila y Arévalo. Coincidí mucho y estreché amistad con María Jesús, esta gran historiadora del arte. Cuántos momentos agradables en aquellas recordadas ‘Lecciones de Arquitectura Española’. Fue mi confidente cuando acababan de decirme que me querían proponer para Cronista y en el bus de regreso de Guadalajara, en uno de esos cursos de arte, le pregunté qué la parecía… sin dudarlo me dijo: «¡Acéptalo, no lo pienses! Tu ya eres el Cronista…» fue una opinión que valoré mucho por venir de quien venía y más con el respeto que yo tenía a su padre.
Y Dolores, para mí especialmente querida, porque desde mi nombramiento como Cronista y en otras ocasiones, siempre estuvo a mi lado representando a esta familia y por eso la tengo un especial cariño, si me lo permite el resto de sus hermanos. Su padre, el inolvidable Eduardo Ruiz-Ayúcar, un hombre de aspecto bonachón que fue Cronista de Arévalo y de Ávila, admirado y leído por mí mucho antes de las circunstancias que, pasado el tiempo, nos acercaron de otro modo, aunque yo no tuve tiempo de conocerle más a fondo. Estuve en la comida-homenaje que se celebró cuando fue nombrado hijo adoptivo de la ciudad en noviembre de 1992. Poco después nos dejó. Mi Cronista precedente, para mí fue un hombre que, sin tratarle en la cercanía, siempre me despertó una gran admiración y valoraba las cosas de Arévalo que el trataba en libros y artículos.
Me he sentido bien estando junto a la familia en la despedida de Juan, saludar y estar al lado de sus hermanos.
Y en el acto de acompañamiento, también tuve ocasión de saludar a otros amigos. Algunos nos encontramos de vez en cuando, en algún acto cultural o de la Institución. Otros, sin embargo, hacía tiempo que no nos veíamos, como Armando, mi arquitecto preferido y amigo, ahora metido a hortelano contemplativo… Y su esposa María, otra luchadora por sus temas que yo conocí en unas circunstancias muy especiales, cuando avisamos y llegó a Arévalo a inspeccionar un pozo raro y prometedor. Estaba yo de concejal y ella era la directora del Museo Provincial. Aquella visita y su valiente bajada al mencionado pozo ya la mostró valiente y decidida. Luego la conocería mucho más por mi gusto a la arqueología. Ella me enseñó mucho y afianzó aún más esa afición en aquella ocasión en que salimos al campo a hacer ciertas comprobaciones cuando se estaba redactando la carta arqueológica.
Por cierto, que he perdido el hilo del relato, aquel pozo resultó ser un registro del antiguo acueducto arevalense, tema que transcurridos los años llevaría yo como comunicación al congreso de Cronistas de Carmona-Sevilla y ahora, por otro encuentro reciente con Isabel del Val, experta en la materia, estoy ampliando en la documentación e imágenes interesantes. A ellas dedicaré esta ampliación del trabajo, y en qué mejores manos podría estar que en las de estas expertas, amigas mías y que me han enseñado tanto.
Juan, mi sincera oración para ti, seguro que te ha llegado…