POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE CIUDAD DE ARÉVALO (ÁVILA)
Una de mis torres, a una de las que denomino “mi torre mudéjar”, quizás por su más fácil acceso y por tener en su terraza superior un magnífico mirador de toda la ciudad desde lo alto, es la torre Nueva de San Martín, mudéjar del bueno, del de esta tierra de meseta, torres de mi ciudad, una de ellas, quizás la más sobria en su exterior, pero muy interesante en la traza arquitectónica de su interior.
Es una de las “torres gemelas”, la denominada de los Ajedreces, esa pareja de torres mudéjares que no son ni mellizas y que escoltan a uno de los templos más antiguos de Arévalo, San Martín Obispo, iniciado románico entre finales del s. XI y principios del s. XII, una arquitectura románica muy maltratada, por el tiempo y por los hombres, que después se acrecienta y se le añaden otras arquitecturas posteriores, hasta revestirla de bóvedas y cúpula barroca…
Pues estaba yo ejerciendo de Cronista de la ciudad con los nuevos párrocos, Jesús y Sebastián/Sebastián y Jesús que están conociendo la realidad de su nueva parroquia, los grupos que la integran en el sentido religioso de la comunidad parroquial, y también en el sentido más material del término, el patrimonio histórico artístico.
Así las cosas, la otra tarde quedamos para subir a alguna de las emblemáticas torres mudéjares de la ciudad. Cuatro formábamos el grupo, los dos curas párrocos, este Cronista que escribe y David, el historiador arevalense, nuevo y flamante… ¡qué dos parejas!
Y comenzamos por las torres de San Martín, mudéjares de las buenas y emblemáticas torres de mi ciudad. La torre “nueva” fue la primera porque, si bien en su exterior es quizás la más sencilla, en su interior guarda una magnífica y representativa arquitectura, con esas cámaras o pisos de ejes contrarios en sus bóvedas, con esas escaleras embutidas y rodeando los muros, y ese enorme cuerpo de campanas y sus viejas campanas… siempre me dan ganas de tocarlas, es una tentación.
Cubriendo esta elevada estancia, una hermosa cúpula que los especialistas llaman “esquifada”, es decir, de varios arcos de medio punto que se cruzan. Después otras escaleras, muy angostas que dan a la terraza superior. ¡Qué vistas! En los 360º todo Arévalo “a vista de pájaro”. En fin, una gozada con fotos de recuerdo. Pues toca bajar ¡y a por otra! Al llegar abajo nos esperaba una sorpresa…
El duende de la torre nueva está inquieto y se manifestó, quizás le estábamos molestando, porque se manifestó en forma de incidente. Vamos, que se sintió importunado y nos atrapó a los cuatro dentro de la torre… nos quedamos cerrados irremediablemente entre esos muros centenarios y ciclópeos… ¡como que en algunos lugares no había ni cobertura! y menos mal que ahora hay móviles y moviéndonos…
Una anécdota tras otra, porque otras llaves no podían abrir el recinto… yo me veía allí haciendo noche!!!
Bueno pues llegó Chuchi, bien mandado por Cristina, y así como pudo nos rescató. La decisión fue unánime, por hoy ¡no más torres!
Pero los nervios iniciales pronto se transformaron en guasas y carcajadas, no dejó de tener encanto la aventura de la torre. Y ¿cómo contaremos esta anécdota a los miembros del “Consejo de Fábrica”? esa comisión de patrimonio parroquial que ya se ha reunido con los nuevos párrocos para velar por nuestro patrimonio histórico artístico, en este caso el de la parroquia.
Pues ya tenemos tema para abrir la siguiente reunión. Hay que revisar las llaves de acceso al templo de San Martín y arreglar las de la subida a la torre, la una y la siguiente, ¡que será por llaves…! y realizar una limpieza general que, desde los hierbajos de la terraza, alguna paloma despistada que se cuela y ya no sabe salir, sus excrementos y el polvo y la tierra, necesitan un buen repaso, aunque no sea más que para alguna visita esporádica a falta de otras visitas más reglamentadas… Ya se consiguió bastante con el “plan Mudéjar” que cerró torres, falta otro repasito… Y perdón compañeros de aventura.