POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE ARÉVALO (ÁVILA)
Que curioso, escuchando, leyendo y viendo estos días tantas noticias relativas a la abdicación del Rey Juan Carlos I en el Príncipe Felipe de Asturias, todos los actos que hemos podido seguir por los medios. Ya reina con el nombre de Felipe VI.
Entre tanto, y de pronto, una noticia saltó a la actualidad. Parecía no tener ninguna importancia en el conjunto de todos estos acontecimientos, su importancia o curiosidad fue, precisamente, por ser el primero. El pueblo segoviano de Codorniz era el primero en poner el nombre de su plaza al nuevo monarca, Plaza Rey Felipe VI.
Eso es lo que se podría decir oportunidad, prontitud. Y por eso saltó a la actualidad.
Pero, recordemos que esta pequeña población que hoy es segoviana, históricamente fue una población de la comarca Tierra de Arévalo hasta la nueva formación de las provincias, está muy cercana, limítrofe con nuestra ciudad.
La verdad es que para mí esas fronteras artificiales tienen el mero valor de lo administrativo, Codorniz sigue siendo uno de nuestros entrañables pueblos, en el que además tenemos numerosos amigos y al que nos unen tantos lazos. Tenía yo ganas de hablar de Codorniz, uno de esos pueblos que formaron el histórico Sexmo de la Vega, la tierra oriental de Arévalo que lindaba con las tierras segovianas de la comarca de Santa María de Nieva, tierras que apenas están separadas por esas suaves lomas o cerros de San Cristóbal.
Pero es que desde mi casa puedo ver la torre del telégrafo que se eleva sobre ese otero que es un laberinto de perforaciones. Es el cerro del telégrafo un punto alomado donde se concentran numerosas bodegas, esas que atesoraban los dorados y afamados caldos verdejos, y alguna quizás aún los atesore. Dicen que los de estos términos son los majuelos que dan los mejores vinos de la denominación “Rueda”.
Un pueblo con torre mudéjar y una iglesia de tres naves renovada a lo barroco, con un órgano restaurado que suena de maravilla y he podido escuchar en los veranos más de una vez junto a mis amigos de Codorniz, en los conciertos de órgano.
Tenían fama sus guijarros o cantos de río que empedraron secularmente las calles de mi ciudad, aquella vieja villa bien urbanizada. Eran los mejores, los más hermosos y los más resistentes y cogidos con barro… no como ahora.
Y también fueron muy famosos sus herreros, hombres recios que a golpe de martillo forjaron tantos hierros artísticos y objetos prácticos, como las cruces y veletas de algunas de nuestras iglesias, notables y espectaculares. Eran forjadores dignos de su fama. Era una especialidad local cuya fama pasaba pueblos y comarcas.
Pero estas son también fechas de fútbol. Yo no soy futbolero, apenas he visto los partidos del equipo español, y no enteros… pero los tiempos son los tiempos. Yo hoy quería hablar del otro fútbol, el de base, el auténtico deporte, sin primas ni fichajes. El que se basa en una cantera que podrá o no llegar a más, pero que hace aficionados al deporte, emplea el tiempo de los niños en algo mejor que mirar a las musarañas.
Me quiero ahora referir a esos trofeos del deporte de la provincia de Ávila, en la Gala del Deporte, en la que nuestro Club de Futbol “Bosco Arévalo” ha obtenido el importante reconocimiento de “mejor club de la provincia”, pero también en otras varias categorías. Verán, estas cifras, en una población de unos diez mil habitantes, son muy elocuentes.
Los artífices, algunos padres que además son entrenadores de más de 200 chavales federados con su presidente Manuel Pinto a la cabeza, un salesiano que es muy de Arévalo y siempre comprometido con el deporte, en un colegio que está de “puertas abiertas” todos los días del año.
Campeones de liga en las categorías cadete, infantil y benjamín, y segundos en prebenjamín. Estos son los hechos. Enhorabuena.