DESDE MI TORRE MUDÉJAR. LOS BISONTES DE MI INFANCIA
Nov 16 2018

POR RICARDO SANCHO GUERRA, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)

Bisontes de Altamira

Es curioso, después de tanto verano lleno de cosas que ya no podría reseñar, se han hecho viejas y sin interés de forma precipitada, aunque en su momento lo tuvieron en un intenso verano en que no hemos dado a vasto en poder vivir y disfrutar tantas cosas.

Es curioso… estaba yo este lunes por la mañana descansando de otra aventura en “Las Edades”, esta vez con mis compañeros y amigos de la Cofradía Santa Vera Cruz que, como ya es tradición, hemos viajado en grupo y comunidad cofrade para ver y admirar ese evento cultural que este año está en la ciudad de las galletas. Y escuchaba yo en la radio todos los detalles e incredulidades del momento del descubrimiento de la cueva de Altamira. Se conmemora el 150 aniversario del descubrimiento de las más impresionantes pinturas rupestres, Altamira, la “Capilla Sixtina del arte rupestre”, con representaciones de bisontes, caballos, ciervos, manos y otros signos que fueron pitados hace entre 36.000 y 13.000 años, pintados a lo largo de una sala de 270 metros, aunque la mayor concentración de pinturas está en la “Sala de Polícromos”. Fue el primer lugar del mundo donde se identificó el arte rupestre del Paleolítico Superior, que pasó mil aventuras hasta que a principios del s. XX el mundo científico ratificó la autenticidad de aquel descubrimiento. La calidad de aquellos artistas prehistóricos pronto cruzó fronteras, pero más que arte, el concepto de su creación tenía otros motivos más hondos, como testimonio del evolucionismo de aquellas gentes, como significado religioso, rito de fertilidad, supervivencia de la tribu representada en esas escenas de caza…

Yo recuerdo con regusto aquella película que no hace tanto nos recordó los momentos del descubrimiento, por una niña de 8 años, María, la hija de Marcelino Sanz de Sautuola, al grito de “mira papa, bueyes…”. Era Sautuola, un erudito local que buscaba testimonios materiales de los antiguos pobladores prehistóricos de aquellos lugares.

Hace ya años, yo era un chaval cuando viajando con mis padres llegamos a Santander, aquella hermosa ciudad costera del Cantábrico, limpia y hermosa, aunque en aquella época del año invernal, algo triste y solitarias zonas de playas… y de allí a Santillana del Mar donde descubrí aquella población anclada en el medievo, con olor a vacas, a leche y a queso… todo ello parte de un paisaje que ya entonces era un destino turístico… y allí estaba ese campo verde, de montes ondulados y suaves salpicados de prados y vegetaciones norteñas y vacas. Y allí, en un recoveco del paisaje, una sencilla y rústica puerta, nadie podría adivinar lo que guardaba en su interior. Entonces no había colas, ni reservas, ni aglomeraciones… el guarda de aquella maravilla lo mostraba sencillamente a los no muy numerosos visitantes de entonces… y así pude observar de cerca y si limitaciones aquellos sorprendentes murales de bisontes, que apenas conocíamos por el dibujo de aquellas cajetillas de tabaco rubio, y por las películas del oeste americano, y por tanto eran una especie tan lejana como exótica.

Años después volví a Santillana, voy siempre que estoy cerca, y quise conocer aquel gran museo que tanto ponderaban y esa “neo cueva” tan lograda, y mira por donde me puse en la cola y tocó turno para ver de nuevo aquellas extraordinarias pinturas, en la espera larga siempre falla alguien. Pero, saliéndome la vena quijotesca de caballero, cedí mi puesto a otra persona que allí esperaba en pareja… quién era yo para desemparejar. Quizás este desenlace final resulte un poco pedante, el que yo mismo rememore un hecho que tendría más valor en el anonimato. Sinceramente, sentí más satisfacción por ver la reacción de quienes me rodeaban, más que volviendo a ver aquellas pinturas.

Desde Altamira me apasionó la arqueología y descubrí muchos libros de estos temas hasta impregnarme de prehistoria, de bisontes y de muchas más cosas. Hoy he buscado en mi biblioteca el pequeño librito de bisontes malamente coloreados… eran mucho más bellos al natural y con aquella luz tenue… ¡mis de bisontes de Altamira!

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