POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Algunas visitas que he realizado últimamente por mi ciudad y por algunas otras poblaciones de la comarca me hacen pensar y dar vueltas sobre nuestro patrimonio histórico artístico, uno de los valores que nuestra tierra ofrece al turismo cultural en general, a gentes deseosas de conocer otras ofertas, pero también a especialistas y estudiosos que se sienten atraídos particularmente. Es el caso de un patrimonio que está casi por descubrir, que al descubrirlo tiene un extraordinario atractivo, un valor en alza.
Fíjense amigos lectores, hace ya algunos años, cuando se estaba restaurando la mal tratada iglesia de Santa María la Mayor del Castillo de Arévalo, la moda imperante en aquellos años era descubrir y descarnar los ábsides de nuestras iglesias mudéjares −qué paradoja, descubrir su interior y tapar el exterior…− aparecieron debajo de esa piel de siete capas añadidas al edificio, unas pinturas muy atractivas, un Pantocrator románico con su tetramorfos, unas caras pintadas en los ángulos de los ladrillos de esquinilla, decoración mudéjar, que era una solución atractiva y rara, y unas escenas diversas de la Natividad. También estaba allí, separando la parte superior de la bóveda y el muro circular del ábside, una inscripción que por mutilada e incompleta ha servido de discrepancia en cuanto a las fechas que estarían relacionadas con las pinturas. Se conservaron para riqueza de nuestro patrimonio artístico, y aparte de su fecha y otras consideraciones, son unas pinturas murales románicas, al menos en su aspecto, que algunos las han descrito como “tardo románicas”.
Y tengo que manifestarles que siempre que las muestro a nuestros visitantes, despiertan en mi interior una especial emoción, por cuestiones artísticas, por las circunstancias en que aparecieron y se salvaron de milagro, y por cuestiones personales de predilección, tanto sea en las visitas nocturnas, como en visitas institucionales que realizo como Cronista de mi ciudad, y en otras. No me canso de admirarlas y ver detalles nuevos, a veces insignificantes que siempre pongo en relación con otras obras conocidas. Me dicen con cierta ironía que cada vez que las muestro tengo un discurso diferente… y es que tienen tatos matices que, por no alargar demasiado el relato tengo que resumir significativamente y, claro, no siempre coincide el relato al 100%. Es la ventaja de hablar sin guión previo, que además aporta con frecuencia el estado de ánimo personal…
Pues sí, un patrimonio que no deja a nadie indiferente. A él hay que sumar otras pinturas repartidas por diferentes edificios de la comarca. Y las que seguramente estén ocultas bajo varias capas de enlucidos y encalados, o las que puedan haber desaparecido en alguna de esas intervenciones que antes citábamos.
Hace años pude ver otras pinturas semejantes en Santa María del Castillo de Madrigal de las Altas Torres que me sorprendieron por la similitud de su temática. En una nueva visita reciente me han vuelto a sorprender en el inicio del estudio para la restauración. Una intervención deseada por todos y esperada por descubrir otro ejemplo de ese patrimonio semioculto. Muchos destrozos y repintes que tras su limpieza nos irán descubriendo. Tengo que manifestar mi estado de incertidumbre, porque al igual que me ocurrió con las pinturas de Arévalo, pueden existir zonas de perdidas que fueron repintadas con posterioridad y de mucha peor calidad. Yo advertí en las catas del muro del tramo recto unos temas más nítidos y mejor conservados que pueden ser esperanzadores. La pelota está en el tejado y la esperanza es lo último que se pierde.
Otra visita reciente al pantocrátor de Espinosa de los Caballeros con unos amigos de la historia del arte, Javier Baladrón y Sergio Núñez, me ha incitado a escribir estas sensaciones, un tema que con seguridad tendré que volver a abordar porque es apasionante, está ahí esperándonos, que debo y quiero compartir con la gente que lee estas líneas y los temas de mi ciudad y comarca que traigo ante ustedes. Esperemos…