POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE ARÉVALO (ÁVILA)
Tengo que reconocer amigos lectores que hay cosas que han pasado a ser tan poco usuales que tienden a llamar la atención. Además, cuando hablamos de tradiciones, la cosa es aún más extrema porque hemos abandonado tantas cosas nuestras… no si será una rareza, pero a mí esas tradiciones que abandonamos a cambio de otras cosas anodinas, vulgares o importadas de otros lugares, me producen una profunda tristeza… estamos perdiendo nuestras raíces más profundas.
Pero, por el contrario, y por esta misma razón, cuando hace unos días asistí a una boda muy musical y muy castellana, resurgieron en mí unas profundas emociones, unas sensaciones de que no todo se ha perdido, que está ahí para el disfrute de cuantos amamos nuestras cosas.
Estuve invitado a la boda de unos buenos amigos, Diego y Gema, una boda magnífica de muchos contenidos, y detalles de mucho significado, una “boda corrida” como decimos por aquí, la ceremonia religiosa en la parroquia de Sinlabajos, aquí, junto a Arévalo, y el convite en otro lugar.
Tengo que reconocer que es de esas bodas que te atraen desde antes de ser fijada la fecha de celebración, a las que gusta ir por muchos motivos. Fue una boda llena de juventud, con lo que eso supone de disfrutar de esos momentos irrepetibles para los novios y para quienes los acompañamos.
Y tanto fue así, que las celebraciones continuaron aún mucho después de que algunos nos retiráramos. Pero no quiero entrar en detalles personales, que habría muchos que contar de un ambiente tan agradable, de unas celebraciones preparadas con mucho cariño por familiares y amigos de los novios, y que yo como invitado disfruté muchísimo. Lo que yo hoy quiero decir, bajo mi punto de vista, es el ambiente tan castellano de esa celebración.
Diego es miembro de un grupo de dulzaineros, muy buenos y muy cuajados, jóvenes que sienten y viven nuestra música. Ellos, como músicos, colaboran y acompañan a veces a un grupo de danzantes de nuestras danzas castellanas, que son de Carpio. Y así, con esos ingredientes pudimos presenciar a la salida de la iglesia unos momentos preciosos de una boda castellana. “Licencia pido a la novia…” ese canto de boda tan precioso, que nosotros en la coral también lo tenemos incorporado, naturalmente en versión polifónica.
Esas danzas de boda de tan profundo sentido, envolviendo a los novios entre arcos de flores y danzas castellanas… y esos compañeros de la dulzaina, que estaban especialmente motivados con esa solemne marcha de procesión. Realmente un acto precioso y emotivo.
Mi enhorabuena a los novios, a Alfredo el cura que los casó, al coro que cantó esa misa tan llena de momentos preciosos, a los dulzaineros que nos esperaban en la plaza de la iglesia y a los danzantes que agasajaron a la nueva pareja.
Entre tantos momentos, muchos pensamientos llegaban a mi mente de cómo estas tradiciones tan nuestras, tan llenas de símbolos y tan preciosas se han podido abandonar por otras cosas sin sustancia, tan diferentes a nuestras costumbres y con tantas connotaciones extrañas que a veces rozan el ridículo.
Decididamente, hoy tengo que decir estas cosas de nuestra tierra. Hace algunos días más esta misma ceremonia se pudo ver en Arévalo, en otra boda, pero que yo no pude ver, y bien que lo sentí. Doble enhorabuena.
Quizás algunas parejas más sientan esa misma atracción, esas motivaciones, y quizás más adelante esta ceremonia pudiera ser más habitual, ¡quién sabe!
Pues lo dicho, mis más sincera y cordial enhorabuena a esta pareja de amigos, Gema y Diego, y que la felicidad no abandone nunca este nuevo hogar.
Ya ven, aunque no me guste, a veces tengo que hacer alguna necrológica… y esta crónica nupcial, que me encanta, es la primera vez, pero ¡tenía que hacerlo!
Entre tanto sigue este verano anodino e irregular… ahora empieza a hacer calor.