POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
Los archivos eclesiales -a pesar de siglos de revoluciones, guerras, traslados, pérdidas, y abandono-, aún conservan buena parte de la historia local de los últimos casi cuatro siglos. Santa María de Fíos, desde 1623, y San Miguel de Cofiño, desde 1636, son las parroquias que protegieron los más antiguos libros de bautismos que se conservan en nuestro concejo de Parres. No es el caso del Registro Civil, puesto que, en toda España, no fueron obligatorios los registros de nacimientos, matrimonios y defunciones, hasta el año 1871.
Hoy buscamos datos sobre un niño nacido en el pueblo parragués de Pandiello (Cofiño).
¿Por qué? Pues porque si él fue un personaje con mérito dentro del mundo militar, mucho más lo fue su hijo, dentro de la esfera de la arquitectura española.
Así encontramos el siguiente registro: “En el día nueve de Henero del año mil ochocientos y cinco, Bernardo Cofiño presvítero bautizó de orden del infraescrito en una de esta parroquia de Cofiño, a un niño que nació en otro día y se le puso por nombre Cosme, hijo legítimo de Cosme Fernández y de María de Vega Prieto…”. Este es el inicio del registro de bautismo.
(Vemos como enero se escribía con “h”, o presbítero con “v”, entre otros detalles).
El padre del bautizado era natural de Cereceda y su madre de Cofiño.
Aquel niño cursó sus primeras letras en la escuela unitaria de su pequeño pueblo y, llegada la hora de cumplir el servicio militar, salió de Pandiello, fue sorteado en Arriondas, el día 27 de abril de 1827, como tantos otros y, dice su ficha: “…soltero, pelo castaño, ojos azules, nariz regular, barba lampiña, oficio labrador, fue entregado al oficial que recibe los quintos el 1.º de julio del mismo año, para servir a S. M. el tiempo de seis años, como “soldado quinto”. Sirvió primero a Fernando VII; a la Reina Regente, después; y a Isabel II, al final. Participó en la I Guerra Carlista, y se encontró entre absolutistas y liberales.
Concluido el tiempo del servicio militar, Cosme Fernández y de Vega decidió no regresar a Pandiello y se quedó en la milicia para el resto de sus días.
Su sentido de la disciplina y del recto proceder le fue empujando en los ascensos. Veamos su hoja de servicios del Regimiento de Infantería de España n.º 30, repetida y ampliada en el Regimiento de Infantería de Navarra n.º 25:
1.º de julio de 1828, cabo 2.º por elección; sólo un mes después, cabo 1.º por elección; el 15 de agosto de 1830, sargento 2.º; y de esta forma llegó a sargento 1.º en 1836. Por méritos de guerra le dieron el grado de subteniente un año después y el de teniente -por antigüedad- en 1839. El 30 de junio de 1843, fue ascendido a capitán; y en julio de 1854, con 49 años de edad, promocionó a comandante.
Se le concedieron -entre otras muchas condecoraciones- la de Caballero de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y la de Caballero de la Orden de Isabel la Católica.
Hallándose de guardia, ya como comandante, en el castillo de Figueras -el monumento de mayores dimensiones de Cataluña y una de las mejores fortificaciones del mundo- media docena de los llamados “nacionales” que huían a Francia fueron presos por un oficial de Carabineros del Reino y llevados ante él, que los vio tan fatigados y atribulados, que les procuró algo de alivio a su penalidad y les permitió hablar con varios vecinos, los cuales deseaban proporcionarles alimento y cama. Pero, justamente en ese momento, llegó el brigadier gobernador que le reprendió por el gesto y le amenazó con arrestarle.
Tuvo que hacer frente a la arbitrariedad del jefe del Negociado de Retiros de la Dirección General del Ministerio, puesto que, después de haber servido a España durante 36 años -a veces en muy duras condiciones y en múltiples destinos- al final le restaron dos años en el cómputo total para el retiro.
Considerarlo de “opinión progresista” y -a pesar de haber implorado justicia- se le obligó a tomar el retiro forzoso con apenas 50 años.
¡Ah! y pretendían que regresase a Asturias, a su pueblo natal de Pandiello, pero su esposa y su hijo se merecían una vida con mejores condiciones.
Pensemos que, desde el 28 de octubre de 1856, le dieron de baja en el Regimiento de Infantería Navarra, con un sueldo mensual de 675 reales de vellón, según el Tribunal Supremo de Guerra y Marina. Al final atendieron su petición y -en vez de regresar a Pandiello- aceptaron enviarle a Valladolid.
Entretanto, su único hijo, Adolfo Fernández Casanova, nacido en Pamplona el 14 de enero de 1844 -en uno de los destinos que Cosme tuvo-, vino a enjugar los sinsabores que la milicia le dejó en algunos momentos.
Porque vio desarrollarse en aquel chico el fruto del trabajo, la dedicación y los sacrificios de toda una vida. Adolfo fue uno de los grandes arquitectos de su tiempo, puesto que antes de cumplir los 20 años, ejerció de maestro de obras en las del ferrocarril de Palencia a León y fue ayudante del arquitecto provincial de Valladolid. Entre los 19 y los 27 fue ayudante del arquitecto municipal de Madrid, don Tomás Aranguren. Siendo ya arquitecto, en 1871, lo fue de Alcalá de Henares dos años y, cuatro más, de la provincia de Valladolid.
Obtuvo por oposición la cátedra de Perspectiva, Sombras y Estereotomía (diseño y colocación de las piezas en sistemas constructivos), de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Esa cátedra la retuvo durante 37 años. Ocho años residió en la ciudad de Sevilla, como director de las obras de restauración de la Catedral Hispalense y de su famosa Giralda.
En una ocasión, huyendo de los rigores del verano madrileño, la familia regresó a Asturias para que su hijo conociese la tierra donde había nacido y ver a la familia que aún les quedaba.
Adolfo Fernández Casanova fue nombrado vocal en varias juntas de urbanización y obras del Ministerio de la Gobernación; inspector de zona; académico en Valladolid, en la Real Academia de Artes de San Fernando, en la Real Sevillana de Buenas Letras, así como Académico de Honor de la Real Academia de la Historia.
Tres años le llevó hacer el Catálogo monumental de la provincia de Sevilla.
Las recompensas, condecoraciones y honores fueron muchos, como la Placa de Comendador de Isabel la Católica y Gran Cruz de la Orden de Alfonso XII.
En 1911 se le encargó un estudio sobre el estado de las fortificaciones y castillos de toda España. En Asturias trabajó sobre la Torre de San Juan de Nieva, en Avilés, y sobre el Castillo de San Martín, en Soto del Barco.
De modo que Cosme -acertadamente- decidió un día abandonar Pandiello en busca de nuevos horizontes y la experiencia le mereció la pena.
Desconocemos la fecha exacta del fallecimiento de don Cosme Fernández de la Vega. Su esposa, Juana Casanova, falleció en 1887, después que él. Era natural de Puerto Cabello, en Venezuela.
Su hijo, don Adolfo Pablo Fernández Casanova, falleció en Madrid el 11 de agosto de 1915, sin dejar descendencia directa.