POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Ayer hice mi primer paseo. Fue un deseado alivio para este tiempo de cincuenta días de confinamiento. No pude contenerme y fui a verla. La echaba tanto de menos. Y ahí está. Ahí sigue, esperándonos; mirando y observando. Me pareció que todo sigue igual, pero no es igual. Al contemplarla, acudieron por los pasillos de la memoria lo que un día escribí: “Allí, bajo la sinfonía de la piedra antigua, revolotean los vencejos, quienes casi nunca en sus arriesgados vuelos se estrellan. Se han adueñado de la iglesia, ofreciendo todos los días, gratuitamente, un jolgorio, un chirriar escandaloso, que nos alboroza por su estridencia, atravesando así el azul intenso bajo el crepúsculo que flota y rompe en su saludable y matutino concierto”. Ese fue el encuentro, el recibimiento que me hicieron; su concierto cotidiano, ajeno a confinamiento, desescalada, fases, curvas, picos, test, guantes y mascarillas.
Después, bajo la brevedad, estuve acariciándola con la mirada, porque ver su torre es ver Montijo. Levantada cuando faenaban otros mundos en los que maestros, oficiales, peones y aprendices la labraron dándole cuerpo y espacio, forma y altura. Piedra sobre piedra, ladrillo con ladrillo. Cuántos le han escrito, mirado, alabado, cantado y dibujado. Siglos de fuerza y altura que dieron cobijo en sagrado. Arriba el campanario, donde tocan gozosas quienes son instrumentos de dolor y alegría, bajo una partitura musical que alaba, convoca y congrega. En la dualidad de sus partituras, lloran a difuntos y alegran las fiestas.
Fue entonces cuando mis pensamientos se hicieron pregón desde la memoria que penetra en los sentimientos: “Eres reflejo y espejo de los días que viven el bullicio y lo sinsabores de la vida”.
(Iglesia parroquial de San Pedro Apóstol. De ella se tienen noticias a finales del siglo XV gracias a los libros de visitas de la Orden de Santiago; en los inicios del siglo XVII fue ampliada con el crucero y capilla mayor, labrados por Francisco Montiel, obrero mayor del duque de Feria. El llamado atrio, paseo del campo de la iglesia, fue proyectado por el arquitecto provincial, Ventura Vaca, y construido entre 1884-1886 por el maestro de obras Jerónimo Cabezas González).