JOSE SALVADOR MURGUI ES MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA DE CULTURA VALENCIANA Y CRONISTA OFICIAL DE CASINOS.
Un seis de diciembre de 1978, a finales del siglo XX, todas y todos los españoles fuimos llamados a votar la que fue nuestra Carta Magna, que más tarde abriría las puertas de una mayor Democracia y de sucesivas convocatorias a las urnas, todas regladas de una forma natural y marcadas dentro de las normas de convivencia que aquella Carta Magna dictaba y que el pueblo español refrendó con su voto.
Recuerdo que para mí era una novedad grande, era la primera vez que votaba, pero la coincidencia fue que mayoritariamente se aprobó un texto, que los entonces llamados “padres de la Constitución” habían trabajado y consensuado para que todas las partes quedaran contentas con la redacción y con la puesta en marcha de la misma, es decir en su cumplimiento.
Esa visión era la de un jovenzuelo, que empezaba a vivir desde fuera lo que pasaba en su querida España. Oía hablar del proceso constituyente, de los valores, de los derechos, de las libertades, y creo que entre TODOS LOS POLÍTICOS DE AQUEL MOMENTO, fueron capaces de alcanzar y redactar una Constitución integrante, apta para amoldarse, con la suficiente flexibilidad a cada una de las exigencias del momento histórico que en esa vida política se desarrollaba, para impedir que el cambio necesario que exige la dinámica de los pueblos, anquilose sus preceptos y los ponga en desacuerdo con las nuevas necesidades, porque las más fecundas Constituciones (y esto, nos enseña la historia) no son las que se dictaron como imposiciones de un grupo político, sino que son, las que resultan del esfuerzo de la más generosa cooperación política y social. Es decir la que nace de la voluntad y entendimiento de TODOS.
Y con ese consenso hemos vivido muchos años, ya sé que en este mundo nada es perfecto ni para siempre, pero aquel proyecto integrador e ilusionante nos dio una estabilidad democrática por todos aceptada y por todos pactada.
Aquellos hombres buscaron un consenso basado en el olvido, en construir la paz, en recuperar el tiempo perdido y lo que es más grande, en despojarse de sus ataduras y quimeras políticas, para mirar al frente y labrar un futuro mejor para todos. Aquellos fueron grandes políticos, que muchos de ellos acabaron sus carreras políticas y sus partidos por las falsas ambiciones y las luchas de poder, pero fueron capaces de construir una España en color, alejada de aquella de blanco y negro que vivimos durante tantos años.
Sería tan intenso rememorar aquellos momentos de vida, que se necesitaría muchas horas para escribirlos y redactar las emociones y la fecundidad del momento vivido… pero hoy es día de reflexión, de dar gracias, de sentirnos herederos de un glorioso pasado reciente, intenso, pero cargado de honradez, sabiduría y ejemplo político.
En pleno siglo XXI, después de haber superado tantos momentos de tensión, de odios, de prosperidad, de paz, de crisis, o de lo que queramos llamar, momentos solo momentos… me aterra pensar que veamos con normalidad el incumplimiento de nuestra Constitución de 1978, quizás no sea tan perfecta como hoy necesitemos, no lo sé… pero lo que sí que sé es que nos ha ayudado a vivir en paz.
No hagamos leña del árbol caído, el respeto siempre debe estar ahí, y sobre todo el recuerdo a quienes fueron capaces de ponerse de acuerdo para sembrar paz y alejas odios; no me vale lo de la memoria histórica, porque a veces parece más histérica que histórica, me vale y creo que nos debe valer a todos el cumplimiento de las normas, y pongo aquí una interesante frase que dice: «Donde hay buena disciplina, hay orden y rara vez falta la buena fortuna», (Nicolás Maquiavelo); y termino de escribir esta columna a las 00 horas del día 5 de diciembre, evocando y copiando la Disposición Final de aquella Carta Magna de 1978:
POR TANTO, MANDO A TODOS LOS ESPAÑOLES, PARTICULARES Y AUTORIDADES, QUE GUARDEN Y HAGAN GUARDAR ESTA CONSTITUCIÓN COMO NORMA FUNDAMENTAL DEL ESTADO.
PALACIO DE LAS CORTES, A VEINTISIETE DE DICIEMBRE DE MIL NOVECIENTOS SETENTA Y OCHO.