POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA (ALICANTE)
Estamos en el mes de mayo, o mes de las flores, que la piedad popular ha consagrado a la Virgen María y celebrándose el primer domingo el Dia de la Madre.
Las primeras celebraciones del Día de la Madre se remontan a la antigua Grecia, donde se le rendían honores a Rea, la madre de los dioses Zeus, Poseidón y Hades. Posteriormente los romanos llamaron a esta celebración Hilaria cuando la adquirieron de los griegos. Se celebraba el 15 de marzo en el templo de Cibeles y durante tres días se realizaban ofrendas. A la llegada del cristianismo se transformaron estas celebraciones para honrar a la Virgen María, la madre de Jesús. En el santoral católico el 8 de diciembre se celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción, fecha que, en un principio, los católicos adoptaron para la celebración del Día de la Madre.
La idea de un mes dedicado específicamente a María se remonta a los tiempos barrocos en el siglo XVII. A pesar de que no siempre se llevó a cabo en mayo. Esta costumbre se extendió sobre todo durante el siglo XIX y, en fecha 15 de marzo de 1864, ya quedó aprobada la Cofradía de la Inmaculada Concepción de Torrevieja, por decreto del obispo de Orihuela, Pedro María Cubero López de Padilla. Cada cofrade era “participante de todas las gracias, bienes y ventajas espirituales, que la Madre de Dios concede a sus devotos”.
En un principio, la cuota a abonar por cada cofrade era de ocho reales por admisión y cuatro por cada año, para poder solemnizar las festividades a ella dedicadas; fue su primer presidente el párroco de la parroquia de la Inmaculada Concepción, el párroco Francisco Sarrió, mayordomo primero Manuel Talavera; y secretario José García López.
Las indulgencias concedidas a los cofrades de la Inmaculada Concepción eran: cuarenta días en el día que se inscribieran en la cofradía, si confesados y comulgados rogasen por las necesidades de la Iglesia; cuarenta días por la oración que se dijera en el día de su inscripción; cuarenta días por cada vez que rezasen la corona en sus festividades; cuarenta días por cada misa que oyesen los sábados, y otros cuarenta por cada jaculatoria; cuarenta días por casa sábado que ayunasen en honor a la Virgen como también las vísperas de sus festividades; y cuarenta días por llevar la corona con la medalla de la Virgen.
La iglesia, en su constante renovación señaló nuevas directrices como más convenientes. Las congregaciones, capillitas domiciliarias, novenas y promesas, tuvieron su momento pero volvieron a formar parte de la historia. Todas las innovaciones, como es natural, dejan sus huecos. Atribuciones que tuvieron estas actividades después acusaron falta de congregantes. En el caso de la celebración de la fiesta de nuestra patrona la Inmaculada Concepción, la Congregación Hijas y Siervas de María, que en otros tiempos se encargó de multitud de pormenores, terminó con apenas recaudación, destacando la construcción en el templo del camarín de la Purísima en 8 diciembre de 1928 y que fue incendiado el 3 de marzo de 1936.
El 8 de diciembre de 1954 el Papa Pío IX declaró que en esta fecha se celebrara el Día de la Madre en honor a la Inmaculada Concepción, fortaleciendo a que la Congregación Hijas y Siervas de María, con sacrificadas recaudaciones levantase nuevamente un camarín a la Virgen, inaugurándose en diciembre de 1956.
En 1965 se decidió trasladar de fecha la celebración en homenaje a las madres al primer domingo del mes de mayo. Hasta entonces, la fiesta en honor de todas las madres tenía un carácter únicamente religioso, pero a mediados de la década de los años ’60 acabó imponiéndose el modelo de fiesta más comercial. Cuando en España, en 1965, se decidió trasladar la fecha del Día de la Madre desde el 8 de diciembre hasta el mes de mayo se hizo por la principal razón de que los propietarios de los comercios para tal día un modelo de fiesta similar al norteamericano. En aquel momento el país, bajo el mandato del dictador Francisco Franco, quería internacionalizarse y muchos eran los lazos que comenzaban a unir a España con los EEUU. En lugar de colocarlo en el segundo domingo (como los estadounidenses) se puso en el primer domingo de mayo, alegando que éste era el inicio del ‘Mes de María’ y por tanto el de todas las madres.
Las flores que adornaban el trono de la Purísima para la procesión, a excepción de alguna vez que las regalaba tal o cual señor, normalmente corría a cargo de la Congregación de las Hijas y Siervas de María; no obstante a que este cometido debía ser una ofrenda repartida y espontánea del pueblo. Para conservar en lo posible la “tradición administrativa” de los fondos de la Purísima en su día grande, y con la debida autorización del párroco Patrocinio Villagordo, a partir del año 1971 estuvieron dispuestas en las casas de las mujeres miembros de la Junta de Hijas de María -Angelita Castell Mínguez, Pacita Solano Ruiz, Concha Celdrán y Paca Castell Sala- unas huchas para cuantos desearan depositar su pequeño donativo. La Congregación de Hijas y Siervas de María desapareció en el año 1971, como tantas otras cosas al influjo de unos nuevos tiempos.