POR JOSÉ SALVADOR MURGUI, CRONISTA OFICIAL DE CASINOS (VALENCIA)
Podía pensar que es el ecuador de la historia, podía ilusionarme con que ya empezó la cuenta atrás, podía ser tan generoso que lo daría todo por salir de casa… Podía, no deja ser el momento en el que conjugo la primera persona del pretérito imperfecto de indicativo del verbo poder. No es lo mismo decir «podía» que «puedo.»
Yo, tu, el, nosotros, vosotros, ellos, no «puedo» en singular, o no «podemos» en plural, en cada una de las personas conjugadas, salir de casa. Al menos hoy por hoy. El 10 de marzo se paró paulatinamente Valencia, el 15 de marzo, se paró España. Un mes cerrado en casa, la frase se hizo viral»yo me quedo en casa.»
En este tiempo hemos aprendido mucho, yo al menos. Hoy hago esta reseña sin hablar del pasado, de la historia de ayer, de los recuerdos vividos; hoy hablo del presente, ya que esta crónica empieza con las conjugaciones, continua conjugando el tiempo presente.
En la escuela del hogar, este mes he aprendido a convivir con la televisión, con los mensajes, con los videos, con los homenajes a nuestras «heroínas» y «héroes», con video-llamadas familiares y al exterior, con las buenas noticias cuando desciende la curva, y con las peores noticias al ver como suma y sigue el número de difuntos.
Me he enterado de episodios escalofriantes ante la muerte de personas conocidas, he tenido que dar el pésame a familias amadas que han perdido seres queridos, tragándose las lágrimas y con el más absoluto silencio, abrazaron la más desgarradora soledad. He conocido gestos de buenas personas, de familias, que han ayudado a mitigar las carencias; he hablado con médicos y sanitarios, que al pie del cañón con una voluntad férrea, han demostrado cada día, su valía, entereza y humanidad. He podido saludar a amigos de la U.M.E. y de la Guardia Civil, que no han cesado en sus labores humanitarias.
En el mundo siempre ha tenido un valor de referencia el dinero; el dinero a la hora de circular se vale de papel y de monedas, las monedas tienen dos caras. En muchas ocasiones son la balanza del precio de algo, o la permuta que nos entregamos cuando hay que elegir entre cara y cruz. Estos días son como una moneda, tenemos las dos caras; hoy es un día que la cara amarga (no sé cuál de las dos es), me ha motivado a escribir estas palabras. Hoy ha sido un día cargado de llamadas, mensajes, testimonios… un día diferente y de contrastes. En los últimos informativos, las noticias no han sido buenas. Seguimos hablando del día de hoy.
Según el Ministerio de Sanidad ya son 172.541 casos confirmados, 18.056 fallecidos y 67.504 curados del Covid-19 en nuestro país. Enhorabuena a los que se han curado, y mucho ánimo a los casos confirmados, deseándoles una rápida y pronta recuperación. Pero lo peor de todas las cifras es esa que ya supera lo dieciocho mil difuntos. (Cierro los ojos y suspiro en silencio).
En este tiempo de confinamiento, hemos aprendido a aplaudir, a salir al balcón, a las ventanas; quizás haya sido y sea una buena terapia cantar «Resistiré», también debe ser algo bonito hacer todos esos homenajes: la hora del aplauso, de la cacerolada, de la vida pública del balcón es un hecho, un momento importante. No estoy cuestionando el párrafo anterior, ni criticando a quien lo hace, mis palabras son fruto de una reflexión que llega desde un contumaz respeto a tod@s.
Por mi edad, circunstancias familiares y personales, estoy rodeado de «riesgo», soy consciente al sector que pertenezco, pero me hubiera gustado que me dejaran salir para ir a esos ocultos tanatorios a hablar con esas familias que han perdido a sus seres queridos, echo de menos que se cree un voluntariado para con guantes, mascarillas, batas o gafas, poder decir a algunas de esas familias destrozadas, que esperan a la puerta de esos hospitales, habitaciones calladas, pabellones de desconsuelo, que no están solas. Que sentimos su dolor y la muerte. Que somos conscientes de que en vida se ha intentado todo, pero que una vez los ojos se cierran y ya nada de forma humana se puede hacer, poder mirar a los ojos a esas personas y regalarles un hálito de paz, de amor, de comprensión. Solo esa mirada de ternura.
Decía en una de sus canciones titulada «Ciudad Joven» el gran amigo y compositor Vicente Morales de Brotes de Olivo, en los años ochenta: «El vivir para servir, gozándolo en gratuidad, dando razón de esperanza, fermentando la unidad; anunciando el resto pobre que llame a despertar, la conciencia tan dormida, que existe en la humanidad.» Palabras proféticas, que nadie imaginaba en aquella década, que tantos años después iban a ser de rabiosa actualidad. Hoy se está pidiendo «fermentar la unidad», sabemos que todos, TODOS, somos pobres ¿Con cuántos millones de parados nos vamos a enfrentar? ¿Qué nos han dicho de la caída del P.I.B.? Y mi última pregunta ¿Qué hago yo para despertar la conciencia, mi conciencia tan dormida que existe en la humanidad?
Esa es la pregunta de hoy. Es el silencio ante la muerte. Es el paso que nos separa del hoy al mañana. He dicho en repetidas ocasiones que la palabra clave es esperanza, hay más palabras claves: UNIDAD, CONCIENCIA, GENEROSIDAD y VERDAD. Mientras esas palabras en tiempo presente no despierten nuestra dormida conciencia, el confinamiento podrá ser eterno. Yo ahora estoy pensando que me guardo las palmas, la música, los gritos, cualquier manifestación externa, porque mi corazón está de luto, al igual que lloran en silencio, esas familias que han perdido a un ser querido y que lo están perdiendo todo. Porque cuando se pierde la vida en circunstancias como las actuales, nadie es digno de cuestionarse nada, solo debemos ser capaces de ser humanos y solidarios. Mirar el horizonte de los enfermos, de las familias, de los hijos, del mundo.