POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
El origen de los carnavales o carnestolendas echa sus raíces en la Edad Media, muy rígida en cuestiones de ayunos, penitencias y cumplimientos religiosos.
Puesto que se imponían cuarenta días de inflexible religiosidad y de prohibición absoluta de comer carne, el pueblo decidió apurar los días previos para fiestas y regocijos varios.
Del latín medieval “carnelevale” que significaba “quitar la carne”, surgió el nombre dado a estos días. Es -sin duda- la fiesta pagana que más pueblos festejan a lo largo de todo el mundo.
Su celebración varía de año en año pues tiene que preceder al llamado Miércoles de Ceniza, jornada que abre el ciclo cuaresmal de los cuarenta días que anteceden al Domingo de Ramos -que, en este año 2024, será el día 24 de marzo- fiesta movible, de acuerdo con la primera luna llena de la primavera que rige el día de la Pascua de Resurrección, siete días después.
Bien es cierto que en algunas poblaciones las fiestas de carnaval se celebran desde hace años sin atenerse matemáticamente a estas fechas preestablecidas, dado que vemos su convocatoria hasta un mes después de los días que les corresponderían; la razón es que los carnavales de las diversas localidades no coincidan en las mismas jornadas.
La intransigencia religiosa y política siempre se llevó mal con el carnaval e hizo cuanto estaba en su mano para prohibirlo, silenciarlo, amedrentarlo o aminorar su influencia. El aparente desorden social reinante en estas fechas siempre fue temido por las autoridades.
Por otra parte ¿no es curioso que el martes de carnaval se “entierre” una sardina (en Arriondas un salmón, el pasado domingo 18) -simbólicos en ambos casos- en vez de una gallina, por ejemplo?
Venía ésta a ser una especie de pública protesta, cuya finalidad era subvertir el orden que debía regir a partir del Miércoles de Ceniza, puesto que durante los cuarenta días siguientes el pescado pasaba a ocupar un lugar más destacado en la mesa.
En tiempos pretéritos estaban prohibidos hasta los lácteos -un rigor extremo-, y el ayuno y abstinencia regían diariamente hasta que se ponía el sol puesto que, a partir de ese momento se permitía una cena suave llamada “colación”.
Pero ¿por qué se prohibían también los lácteos? Veamos qué le escribió San Gregorio a San Agustín de Cantorbery: «Nos abstenemos de carne y de todo aquello que ´viene de la carne´ como la leche y los huevos»; de forma que los derivados como el queso y la mantequilla entraban también en la prohibición.
A veces a cambio de un estipendio económico para una obra eclesial o de caridad se permitía tomar alguno de esos alimentos.
Algunos recordarán que la Iglesia distribuía entre sus fieles un documento al que llamaban “Bula de carne”, una especie de indulto que liberaba a quien la adquiría de algunas de las cincuenta y dos jornadas sólo de abstinencia y -otras veinticuatro más- que también lo eran de ayuno a lo largo del año; además, permitía comer huevos, leche y sus derivados pero, a cambio, se pagaba un estipendio que iba entre una y diez pesetas.
Por otra parte -aquí en Asturias- las conocidas fiestas de Pascua de los “Huevos Pintos” -en Pola de Siero y Sama- tienen su origen en la acumulación de huevos durante la cuaresma.
Y -tras los festejos y celebraciones de carnaval- llega el llamado Miércoles de Ceniza; así se inicia la cuaresma que precede a la Semana Santa.
Desde los primeros tiempos de la Iglesia era costumbre el citado miércoles implorar el perdón de los pecados cubriendo la cabeza con cenizas y vistiendo un rudimentario ropaje hecho de saco o tela muy pobre.
El pasado miércoles algunos fieles acuden al templo para que les sea impuesta en su frente una pequeña señal de la cruz hecha con ceniza como signo y memoria de que todo ser humano tendrá un mismo final, sea pobre o rico, humilde o poderoso.
Francisco José Rozada es el Cronista Oficial de Parres
FUENTE: https://www.elfielato.es/opinion/francisco-jose-rozada/dias-de-carnaval/20240220131833059545.html