POR JOSÉ MARÍA SUÁREZ GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE GUARROMÁN (JAÉN).
En estos días se han cumplido doce años desde que nos dejó Cristóbal Relaño Cachinero, que fue el Comendador del Agua de la Orden de La Cuchara De Palo.
En mayo de 2012, cuando se nos fue le escribí en Diario Jaén estas líneas que siguen vigentes como su presencia en nuestro recuerdo:
Al caballero comendador de la Orden de la Cuchara de Palo.
A veces me vienen a la memoria los versos de Gabriel Celaya que nos hablan: “Las manos que se quedan inmóviles y abiertas sobre ese blanco absorto de una cuartilla muerta”, cuando sobre el entorno de la muerte tengo que escribir. Ya no se suele escribir sobre cuartillas blancas que se quedan muertas, pero sigo percibiendo una sensación extraña de manos muertas sobre el teclado cada vez que pretendo escribir sobre un amigo que nos lo ha arrebatado la muerte. Dicen que la amistad tiene mucho de cristales rotos. Sobre todo, dicen los que desesperan que cuando una amistad se rompe, o la vida te la quiebra, lo mejor es no tratar de recomponerla, porque en el vano intento, tarde o temprano, acabamos cortándonos y desangrándonos frente a la evidencia de la muerte.
He comido en muchas ocasiones junto a Cristóbal Relaño, siempre que hemos tenido la oportunidad de conjugar el verbo convidar en su etimología más vital: la de compartir la vida. Recuerdo en una de ellas, cuando estando a su lado, se me perdió una de las dos servilletas que siempre utilizo a la hora de comer: una para proteger mi camisa de todas las salsas, y la otra para limpiarme el bigote. Cristóbal, confundido con mis dos servilletas, comenzó a utilizar la de mi bigote que estaba inmaculada porque aún estábamos en los entremeses que no manchan. Era una de sus primeras comidas en la Orden. Le dije entonces: “Cristóbal, en la Cuchara de Palo, más importante que lo que se come es quien te pierde las servilletas”. Nunca me faltaron desde entonces en nuestros capítulos mis dos servilletas, ni su grata compañía cuando nos reuníamos a compartir la vida en el entorno mágico en el que se reparte y se come el pan en paz y como hermanos.
Cristóbal Relaño fue nombrado “Comendador del agua” de nuestra Orden por ser entonces alcalde de Marmolejo, en el otoño del año 2009, pasando a ser esta ciudad nuestra “Sede del agua”. Cuando dejó de ser alcalde, por unanimidad en votación de los miembros numerarios pasó a serlo él también. Nuestro reglamento interno no permite que un alcalde, mientras lo sea y ejerza sus funciones, pueda ser miembro de número participando en las reuniones en las que se acuerdan los premios anuales y los nuevos miembros.
Formaba parte también de la Academia de Gastronomía del Alto Guadalquivir, con sede en la aldea de La Mesa, de Carboneros, y siempre propugnó la gastronomía como un vehículo cultural que une a las personas y a los pueblos. Dentro de la Cuchara de Palo se alineó siempre con los que han defendido la teoría de comer en torno a la sartén por el rito de la “cuchará y paso atrás”, por lo que tiene de fraternal. Cristóbal, ante todo, creía en lo que hacía y en lo que pensaba y lo exponía en las tertulias de sobremesa, en las que solemos participar “gente de todas las esquinas ideológicas”, con convencimiento, pero con una sonrisa y sin una brizna de acritud.
Como mandan nuestras reglas, cuando un caballero de la Orden de la Cuchara de Palo nos lo arrebata la muerte, con el dinero de las flores que no solemos enviar a su sepelio, pagamos los “brindis de sus honras”, que serán durante el próximo capítulo en Baeza, en el homenaje al poeta Antonio Machado.
Como siempre, dejaremos su cubierto puesto, su copa llena y su pan partido, haciendo presente su irremediable ausencia. Estoy convencido de que me volverá a esconder la servilleta, esa que, en ocasiones como esta, debemos utilizar para limpiarnos la comisura de los ojos.
Descansa en paz Honorable Comendador del Agua y amigo.
Por José María Suárez Gallego. Presidente Maestre Prior de la Orden de la Cuchara de Palo.