POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
El Teatro Campoamor está céntrico, es coqueto y de buena acústica; el espectador ve cerca el escenario y a los actores, de quienes le llegan al punto gestos y voces. Ahora bien, es de angosto acceso a la butaca, raquítica su estancia y azarosa: tercian las filas, pero una persona alta quita al de atrás visibilidad de manera dramática; añádase que en primavera y verano hace mucho calor, y en otoño e invierno muchísimo calor, no digamos, con tan difícil desalojo, el bochorno en caso de incendio. En palcos laterales toca torcer el pescuezo, y en las sillas altas de la segunda fila se duerme fatal, aunque ahí es fácil hacer mutis por el foro; en anfiteatro apenas caben los pies, si toca barandilla hubiéramos preferido haber elegido muerte y en gallinero morimos. Campoamor, más prosaico que poético, más positivista que romántico, de este hermoso inmueble hubiera escrito una gran dolora.
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