DON JUAN, EL MAESTRO DE ARCHIVEL
Ene 14 2017

POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE CARAVACA (MURCIA)

don-juan-1953-1954

Durante muchos años, a lo largo de la segunda mitad del S. XX, primero en solitario y luego junto a otros colegas que fueron llegando, D. Juan López Soriano (perteneciente a la conocida familia de “los Catorce” de Archivel) fue el maestro que más tiempo dedicó a la docencia de manera ininterrumpida en la pedanía caravaqueña de este nombre.

El sobrenombre familiar es de origen incierto, si bien hay alguna teoría acerca del mismo, carente de consistencia. El primer “Catorce” conocido fue Julián López, carpintero de profesión, quien contrajo matrimonio con Leonor Soriano Pelayo (de Puebla de D. Fadrique), estableciendo el domicilio familiar en la C. Correos de Archivel, localidad en la que logró la concesión de una línea de coches de viajeros entre Nerpio y Caravaca, y donde vinieron al mundo sus seis hijos: Carmen, Pedro José, Benjamín, Julián, Juan y Alfonso (quien falleció en Barcelona, en julio de 1936, víctima de la guerra civil). Durante años fue alcalde pedáneo de la localidad.

De los hijos, Pedro José fue cartero y administrador de la estafeta de Correos local. Tuvo comercio de ultramarinos y panadería que sigue funcionando en manos de sus descendientes. Repitió en varias ocasiones como concejal en el ayuntamiento de Caravaca y fue alcalde pedáneo de Archivel. Julián fue gerente y conductor de la empresa familiar de coches de viajeros ya mencionada que, con el tiempo se vendió a la empresa Fernández Picón. Benjamín fue también durante años alcalde pedáneo en la localidad, se dedicó a los negocios con tienda de ultramarinos y estanco, fundando una fábrica de embutidos que aún regentan sus descendientes; y Juan hizo la carrera de Magisterio como alumno libre, tras cursar estudios bajo la tutela del recordado maestro local D. Gonzalo.
D. Juan, como popularmente se le conocido durante gran parte de su vida, nació en 1912. Hizo la guerra en Cartagena y después en Segorbe (Castellón), donde desertó en compañía de otros, regresando a Archivel y emboscándose en la sierra hasta la conclusión de la contienda.

Tras concluir la carrera y la guerra fue maestro interino en Pinilla, donde conoció a su mujer, Cruz Marín Béjar. Allí estableció su primer domicilio familiar y allí nació Julián, el primero de sus cuatro hijos (llegando al mundo los demás: Alfonso, Juan y Benjamín) años más tarde en Archivel.

Tras ganar la oposición fue destinado a la pedanía lorquina de Fontanares, donde no había población infantil alguna, por lo que sólo permaneció en el lugar durante nueve días, asignándosele plaza, de manera provisional (que luego consolidó mediante concurso general de traslados) en la unidad escolar recién creada en Archivel por mediación personal del entonces ministro de Educación Nacional José Ibáñez Martín, permaneciendo allí el resto de su vida.

El primer local donde estuvo ubicada la escuela fue en casa alquilada en la Carretera, donde también vivía la familia, pasando posteriormente la misma por otros lugares urbanos como la C. de Correos y junto a la iglesia parroquial, hasta la construcción de un centro escolar de nueva planta inaugurado en 1980.

Durante más de cuarenta años, los centros de enseñanza primaria en Archivel fueron escuelas unitarias de un solo sexo, donde junto a D. Juan impartieron clase el cartagenero D. José Palmís, el valenciano D. José Molina, y el maestro local Juan “el de la Paca”; mientras las escuelas de niñas fueron asistidas por la murciana Dª. Caridad, Dª. Teresa y Dª. Carmen entre otros muchos. Al final de los años 70 fue erigido el primer grupo escolar ya citado, mixto, en el Camino del Campo de Arriba, del que la Administración Académica nombró director a D. Juan quien, estando recepcionando el mobiliario y el material escolar, falleció repentinamente víctima de un infarto de miocardio, en el mes de marzo de 1979; razón por la que no llegó a ver inaugurado el centro por el que tanto luchó y llegó a ver construido.

Aficionado a la caza de la perdiz con reclamo, siempre tuvo animales de esta naturaleza en su casa, dedicando a ello el poco tiempo que le dejaba el horario escolar de mañana y tarde, incluidos los sábados, las clases particulares en su propio domicilio y las de alfabetización de adultos en horario nocturno.

Por sus manos pasaron muchas generaciones de archiveleros en la época de la leche en polvo y el queso americano, cuya distribución se encargaba a los maestros de la época, para suplir las carencias alimenticias de la población infantil, recordando muchos de quienes vivieron aquel dilatado período de tiempo anécdotas tales como la de llevar leña en invierno con que alimentar la estufa sobre la que se cocía la leche que los niños bebían durante el recreo, en vasos que ellos mismos llevaban de sus domicilios. Aquellas estufas de leña fueron paulatinamente sustituidas por otras de aserrín, desplazadas con el paso de los años por las de gas butano.

Otra de las anécdotas recordadas de la escuela de entonces era la fabricación de la tinta para escribir, por parte de los maestros y maestras, y la buena disposición de todos ellos a la hora de atender a los vecinos en asuntos como la redacción de escritos, contratos de aparcería y compraventa, instancias oficiales y documentos en general; mientras los alumnos acudían a aulas inhóspitas, cuyas paredes se decoraban con mapas físicos y políticos de España y Europa, provistos de muy poco material entre el que no faltaban las pizarras individuales y sus correspondientes pizarrines.

Fue la época heroica de los maestros, siendo D. Juan uno de ellos, a quien sus alumnos aún recuerdan con cariño. Ellos mismos fueron quienes propusieron al Ayuntamiento la dedicación de una calle que se roturó con su nombre siendo alcalde local Domingo Aranda Muñoz.

D. Juan López Soriano, vinculado a la familia de “los Catorce” de Archivel, formó parte de una saga que no dejó indiferente a la sociedad de su tiempo, junto a otras como la de “los Críspulos”, “los Comendantes”, “los Cavila” y “los Contreras”. Convivió con personajes de la vida local como Pascual, el Morcilla, José el de la Juana, José el de Críspulo, el chico de la Rosario, Pedro de la Luz, Cati de la Jorja y María la del Molino junto a otros muchos, entre quienes D. Juan brilló con luz propia, siendo respetado y querido por todos los integrantes del grupo social al que tantos años sirvió y ayudó en sus necesidades.

Fuente: https://elnoroestedigital.com/

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