POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
Me llega a las manos una biografía –muy poco al uso– de un personaje que pobló la vida de esta provincia en años lejanos. Me refiero a don Mariano Moreno Pastor, un cura católico de los que dejó huella, por su grandeza física y su entrega a los demás. Todavía habrá quien le recuerde, optimista e incansable. Pero con una historia increíble a sus espaldas.
Las que aguantaron la Guerra Civil en medio del Madrid asediado. Esas eran las espaldas anchas y poderosas de Mariano Moreno Pastor, un muchachote nacido en Romancos, que por su despierta cabeza fue llevado al Seminario Mayor de Toledo, donde se formó como sacerdote. Pero antes, en el verano de 1936, y según pasaba las vacaciones junto a los suyos, ayudando en las tareas del campo, y paseando sus ilusiones por los campos de Brihuega y el Tajuña, sufrió el choque de un violento acontecimiento: el que separó a España en dos, como un terremoto de la más alta escala.
El alzamiento militar de los generales encabezados por Franco, alarmados por la deriva del gobierno del Frente Popular de Madrid, supuso el inicio de una larga Guerra Civil de casi tres años de duración, que se llevó por delante la vida de un millón de españoles. Las peripecias de este joven [seminarista entonces] de Romancos, desde el mes de julio de 1936, dan cabida a un relato que es biografía novelada, pero densa de avatares y sorpresas. De emociones fuertes que rayan en los perfiles de la novela negra.
Como aquí no me cabe desvelar los entresijos de este libro, solo puedo decir que su autor, Ángel Taravillo Alonso, ha acertado de pleno en la forma con que presenta la biografía de un personaje que vivió con intensidad (como la vivieron casi todos los que habitaban España entre 1936 y 1939) unos años difíciles en los que cada biografía fue, por sí misma, una novela de aventuras.
La de Mariano Moreno Pastor acabó bien esa etapa, y pudo desarrollarse luego con amplitud y un relieve que supuso el conocimiento general de su figura, especialmente en Guadalajara, donde se manifestó su inteligencia y su capacidad de gestionar los elementos necesarios para decir que fue de los que insistieron día tras día para mejorar la calidad de vida de los españoles tras la contienda.
La vida de don Mariano Moreno Pastor, a quien el autor le hace aparecer en el título de su novela como “Mariano, el buen pastor”, fue muy abierta de cara a los demás. En la diócesis, junto a sucesivos obispos, pero especialmente con el aragonés don Laureano Castán Lacoma, cumplió misiones de “mano derecha”, y en la política social de la Dictadura se ofreció a aportar a nivel local todos los medios para mejorar la calidad de vida de los estratos más desfavorecidos de la sociedad. Guarderías, viviendas sociales, ocio activo, formación y cultura… por muchos todavía vivos es recordado don Mariano. A mí me ocurre todavía: que parece que lo estoy viendo venir, por el entorno de Santa María, sonriente siempre, enorme, impetuoso, con una carpeta entre las manos, escuchando a quienes se le acercan, preparando alguna movida o enfrascado en los problemas de alguna obra.
Mariano Moreno, sacerdote diocesano, fue de esos personajes que dejan huella. Nuestro director que fue, don Salvador Embid, le dedicó algunos trabajos en estas mismas páginas, a propósito de la construcción en el Barrio del Alamín, de los hogares promovidos por el Patronato de Viviendas de Nuestra Señora de la Antigua, en lo que hoy son las calles Cáceres, Alamín y Avenida de Burgos. Y muchos otros compañeros periodistas le entrevistaron entonces, sacando de él datos concretos, cifras, fechas y objetivos, aunque todo ello se cimentaba en un interés social –desde la Fe y el empeño cristiano de ayudar a los débiles– muy en la línea de lo que la Iglesia Católica ha ido haciendo desde el pontificado de León XIII.
El relato lineal de su vida, que va desde una infancia feliz en un pueblo de la Alcarria (Romancos) hasta la inesperada pero amable muerte en Guadalajara, ocupa 80 años de la vida de un hombre al que conviene recordar, porque fue un ejemplo de “homo auxiliator”. Con un lenguaje muy movido, en conversación permanente, describiendo pueblos, plazales y suburbios, esta novela desvela la vida de don Mariano Moreno Pastor (1913-1994) que habrá quedado en la memoria agradecida de muchos, y en el emocionado relato literario de Ángel Taravillo.
Al escritor Ángel Taravillo Alonso ya muchos le conocen, porque ha compuesto y publicado en los pasados años cuatro libros (unos de novelas, otros de relatos) que le han puesto en la vanguardia de los escritores alcarreños.
Aunque nacido en Corral de Almaguer, Toledo (1966) pero originario de la Alcarria Baja, está muy comprometido en los ambientes literarios y teatrales de Guadalajara, desde hace largos años. Con sus estudios de Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid, y su incansable tarea de leer, aprender y soñar, está consiguiendo que la historia y el patrimonio de Guadalajara sea más conocido, fuera de nuestras fronteras, y mejor apreciado dentro de ellas.
Debo reseñar que su actividad literaria, durante 2021, dio por resultado tres libros que le han ido llevando en clamor: las “Andanzas de don Íñigo de Losada y Laínez” con la que ha obtenido un gran éxito de crítica y público, ha sido la primera, que ha visto su segunda edición recientemente. Y con sus “Cuentos y Leyendas de Romancos” seguidos de los “Relatos de lumbre y candil de Valdeconcha”, supo poner la pica en Flandes que cualquier autor pretende al escribir: y es nada más y nada menos que sus paisanos le lean. No hace mucho, en los inicios del invierno, sacó a luz otra fabulosa novela, “Tras los cipreses negros”, ambientada en Brihuega y su Real Fábrica de Paños.
Y es ahora, y de cara a la próxima Feria del Libro 2023, que aparece este relato en el que la biografía real de “Mariano, el buen pastor” nos va a emocionar con sus aventuras vitales, y muy especialmente las ocurridas al personaje durante la Guerra Civil española de 1936-39, y en las calles y ambientes del Madrid asediado, con un capítulo increíble, cuajado de emoción y claras hechuras. Quedan pues, los escritos de Taravillo, como testimonio válido, y palpitante, de cuanto por aquí ha acontecido.