DON PABLO, DE OLAVIDIA
Sep 13 2017

POR ADELA TARIFA, CRONISTRA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)

Olavidia es un término que acuñó el cronista de Guarromán y La Mesa, Suárez Gallego. Algún día lo aceptara la Academia que da esplendor a nuestra lengua. Las palabras no se gastan por el uso, sólo crecen. Olavidia debería dar nombre de las Nuevas Poblaciones, las de Sierra Morena y las de Andalucía. Hermanas, pues tienen el mismo padre, don Pablo de Olavide, un soñador lúcido que vino huyendo de Lima. Aquí pronto se le perdonaron sus pecadillos de juventud. Él no se perdonó nunca a si mismo esas sombras, porque en el fondo era un hombre cabal. Como no tenía posibles, pese a los muchos cargos que le dio Carlos III, se casó con una viuda rica de Leganés mucho mayor que él. Las malas lenguas cuentan que era calva, pero entonces las pelucas estaban de moda. Se le notaria poco. Y le sobraban millones de ducados; el defectillo de la peluca bien valía un desposorio. Don Pablo no era un bellezón, pero tampoco feo, aunque cuentan que usaba dentadura postiza. Los dientes que le faltaban los suplía su piquito de oro. Tenía una vasta cultura y un carisma mayor que el de Felipe González y Adolfo Suarez juntos, qué ya es decir.

A don Pablo le gustaba ser feliz, porque era un ilustrado de verdad, También le gustaba que los demás fueran felices, aunque don dinero marca la diferencia es ese tema. Unas parejas comían pan y cebolla, los currantes. Don Pablo prefería las perdices en escabeche, aunque durmiera de cuando en cuando con la viuda de Leganés, que era una santa. En Jaén tuvimos la suerte de que a don Pablo le encargo el rey que hiciera un ensayo; fabricar unos pueblos libres de los vicios que tenía el resto de Europa. Por ejemplo, la tierra era de quien la trabajaba; el paro estaba prohibido; la agricultura era la riqueza principal. Todos tenían derecho a casa, sin hipoteca. Las mujeres podían tener su sueldecito trabajando en talleres, y todos los niños y niñas irían a la escuela. Se aceptaban emigrantes, siempre que fueran católicos, aptos para el trabajo, y dispuestos a amoldarse a nuestras costumbres. Frailes no dejaron entrar, porque decían los ilustrados que no aportaban súbditos a su majestad, vivían del esfuerzo ajeno, y manejaban a la gente con sus sermones. Sólo pusieron en cada pueblo curas nombrados por el obispo, que se llevaban bien con los gobernantes, y una parroquia, con su Inmaculada. Al principio vinieron unos capuchinos, por lo del idioma, pues la mayoría de los colonos extranjeros, unos 6.000, eran alemanes. La verdad es que estos frailes incordiaron muchísimo. Incluso Olavide padeció su venganza, porque pronto los pusieron camino de Alemania, por sus malas artes.

Con estas ideas tan progres empezó aquel sueño hace 250, fundando la Carolina, preciosa capital, y los demás pueblos y aldeas. Todos con un plano en cuadricula, para que circularan buenos aires. Todos con cementerios alejados, para que las epidemias no se propagaran. Los primeros que funcionaron en España, llenos de lapidas escritas en alemán. Entonces era al revés que hoy, los alemanes venían a España a buscarse la vida, y muchos a morir en el empeño. Porque, la verdad sea dicha, los colonos llegaron pensando que esto era Jauja. A la mayoría los reclutó un aventurero bávaro, pagando algo más de 300 reales por cada uno. Los engañaron. Al llegar, en julio de 1767, no había casas, alimentos suficientes, ni hospitales. Muchos desertaron, pero la mayoría no. El ser humano tiene una capacidad inmensa de adaptación. Con el tiempo todo fue a mejor: dónde antes había matorrales, alimañas y bandoleros, crecían cosechas, manaban fuentes y se cantaban canciones entre alemanas y españolas por Pascua Florida, cuando se pintaban huevos, costumbre que perdura. El ensayo fue un éxito, y los viajeros que pasaban por aquí no podían creer lo que veían: los mejores caminos, las posadas más cómodas, las fábricas de seda mejores de las Andalucías. Olavidia era un pimpollo y su padre, don Pablo, parecía una clueca cuando miraba a sus hijos prosperar. Es que su señora dona Isabel de los Ríos ya no tenía edad de darle retoños. Lo que si le dio toda la vida fue amor, dinero y paciencia, sin agobiarlo, pues don Pablo tenía culillo de mal asiento y le gustaba viajar, sobre todo a la a Francia de Diderot, Voltaire y Rouseau, la de La Enciclopedia. Don Pablo amaba los libros con pasión desmedida. Sobre todos los que prohibía la Inquisición.

Así el superintendente, iba y venía de Sevilla a la Carolina. De la Carlota a la corte, sin parar. Tenía una capacidad de trabajo y una inventiva tan grande como Amancio Ortega, por poner un ejemplo. Casi nunca se equivocaba. Salvo en una cosa: que la envidia es el deporte nacional, y que, como escribió Cervantes, quien topaba con la Iglesia iba de cráneo. Estaba cantado; un día se vio procesado por la Inquisición, privado de todo, preso y denigrado. Si no se escapa a Francia, muere de calor cuando lo encarcelaron en un convento capuchino de Murcia. Nadie pudo probar que robó nada al rey ni a los ciudadanos, pero tener libros prohibidos y triunfar era mayor pecado que mangar. Luego estuvo a punto de perder la cabeza cuando la guillotina se convirtió en el deporte nacional francés. Por suerte Carlos IV, que no era tan torpe ni tan mal gobernante como nos han contado, le perdonó y dijo que la Inquisición había metido con él la pata. Así don Pablo pasó unos añitos bastante feliz en Baeza, donde se le tomó cariño, porque se hacía querer. Lo enterraron en la parroquia de San Pablo. Era buen cristiano, devoto de Jesús Nazareno. Nunca fue ateo ni hereje, como afirmó la inquisición. Solo un hombre adelantado a su tiempo. Aquí los que van por delante del tiempo, si triunfan y se les ve felices, tienen poco que hacer.

Ahora las tierras de Olavidia están de fiesta. Cumplen 250 años. Pero todavía no han puesto en cada pueblo un monumento a Olavide. Sin él, no existirían. Carlos III como ilustrado no llegaba ni a la suela del zapato de este peruano, padre de las Nuevas Poblaciones. El “Autillo” de la Inquisición se repite cada vez que se le ignora. Eso dice mi papelera, que está enamorada hasta las trancas de D. Pablo. Yo también.

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