POR JOSÉ ANTONIO MELGARES/CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y DE CARAVACA
En cada lugar hay personas cuyo recuerdo brilla con luz propia. Esa luz cobra intensidad si se hacen merecedoras del reconocimiento público, y adquiere especial relevancia si en vida disfrutan del agasajo del grupo social en que se encuentran inmersas, cosa poco habitual esta última pues los españoles solemos ser necrófilos y el reconocimiento llega casi siempre tras la muerte, y por tanto sólo para satisfacción de los descendientes.
Este es el caso de la maestra Anita Arnao, a quien sus compañeros, alumnos y la sociedad muleña dedicaron en vida el colegio público de infantil y primaria que lleva su nombre en la ciudad.
“Doña Anita”, como popular y cariñosamente se la conoció durante toda su vida laboral y después hasta su muerte, nació en Mula en 1911, en el seno de la familia formada por Francisco Arnao y Dorotea García, quienes trajeron al mundo siete hijos (Felipe, Antonio, Fernando, Josefa, Francisco, Anita y José), siendo ella la penúltima de todos. Aprendió las primeras letras en el colegio de las monjas de la Pureza, que primitivamente abría sus puertas a la carretera de Murcia, e hizo el bachiller elemental de la mano de D. Francisco Palazón en el colegio del “Niño Jesús”, compartiendo aula y amistad con amigas que conservó toda la vida como María Meseguer (luego religiosa), Amalia Sabater y María Palazón entre otras. Cursó los estudios de Magisterio cuyo título obtuvo en la Escuela Normal de Albacete a los 21 años.
Simultaneando los estudios solía escribir artículos en el “Semanario Católico Tradicionalista” que dirigía el sacerdote D Antonio Sánchez Maurandi, entre ellos el que dedicó al Castillo local, aconsejando al Ayuntamiento su adquisición (lo que, muchos años después, cobra rabiosa actualidad en nuestros días).
Tras aprobar las oposiciones al cuerpo de Maestros de Enseñanza Primaria, con el número 12 de la lista de Albacete, obtuvo su primer destino provisional en la Copa de Bullas, en 1940, con sueldo de 3000 pesetas mensuales, teniendo sucesivamente destinos posteriores en Águilas, Archivel y Jabalí Nuevo y recibiendo la propiedad definitiva en la pedanía ceheginera de El Escobar (donde ya ganaba 6000 pesetas).
En 1953, por aquel sistema de las “escuelas parroquiales” vigente durante los años cincuenta y sesenta del pasado siglo (en que el párroco del lugar proponía a un maestro concreto, quien construía a su costa la escuela y la Administración Educativa lo destinaba a ella), se le concedió la escuela edificada por ella misma en la C. Moreras, donde permaneció hasta el año 1973 en que (concluido el sistema de las escuelas parroquiales) obtuvo plaza en el colegio público local “Santo Domingo-San Miguel). De aquella escuela parroquial de niñas, donde las alumnas vestían “babi” blanco con lazo azul, queda grato recuerdo entre quienes asistieron a su única aula, unitaria, con enseñanza totalmente personalizada y métodos didácticos eficaces, como Isidra, Mariana y Fina Barqueros.
Ya en el grupo escolar citado tuvo como compañeros de trabajo a recordados colegas como Maruja Yago, María Martínez, Antonio Caballero, José María Aparicio, Salvador Andújar, Isabel del baño, María Palazón e incluso su sobrina Encarna Arnao, entre otros.
Cuando se creó el nuevo grupo escolar en la zona del ensanche, cercano a la circunvalación, inicialmente denominado “CEIP Nº 3”, fue destinada a él junto a otras tres compañeras y, cuando tiempo después el Ayuntamiento propuso al centro un nombre propio para el mismo, el Magisterio de Mula en pleno solicitó que se nominase aquel con el nombre de la maestra, con destino en él, querida y respetada por todos, que a tantas generaciones había atendido. Allí se jubiló Dª. Anita, con setenta años, el 15 de marzo de 1981 (cuya celebración tuvo lugar días después en el hotel “Siete Coronas” de Murcia), falleciendo veinte años después en su domicilio de “la Media Luna”, el 15 de noviembre de 2001.
Doña Anita vivió siempre en la casa familiar de la huerta, en compañía de su hermana Josefina, con quien compartió aficiones y soltería; donde cultivó su afición a la pintura (cuyos cuadros regalaba a familiares y amigos), y donde impartía ocasionalmente clases particulares de apoyo a quienes se lo requerían. Su figura inquieta era habitual por las calles de la ciudad conduciendo su propio coche que todos conocían y respetaban (incluida la policía municipal). Madrugadora, asistía cada mañana a misa en S. Miguel y se hacía con la prensa diaria que devoraba a lo largo del día. Pasado el tiempo su recuerdo es imperecedero sobre todo entre sus antiguas alumnas que recuerdan sistemas de enseñanza propios y eficaces ya pasados de moda, hábitos como el de la limpieza, demostrado en el aseo de las mesas de clase que cada jueves hacían las niñas, y estricto cumplimiento del deber que ella misma se imponía.
En el recuerdo de sus contemporáneos quedan también ocupaciones complementarias siempre al servicio de la sociedad local como el haber sido durante un tiempo Delegada Local de la Sección Femenina, sus clases de religión como profesora de esta materia en los primeros años de funcionamiento del Instituto de Enseñanza Media, y su eficaz ayuda a las alumnas cuando ya fuera de la escuela, se preparaban para el ingreso en bachiller.
Doña Anita vio recompensada su entrega a la familia al trabajo y a la sociedad muleña con el homenaje popular, oficial y social que supuso la dedicación de un centro escolar. Lo disfrutó en vida y se marchó con la satisfacción de que su existencia no pasó desapercibida en la historia local.
Agradezco su información a mis informantes D. Encarnita Arnao Sánchez, Dª. Doroti Arnao Sánchez, Dª. Encarna Arnao Sánchez y D. Manuel Zapata Arnao.
Fuente: https://elnoroestedigital.com/
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